EL OCASO DE LOS DIOSES

La memoria suspendida

Arnaldo Otegi.

Arnaldo Otegi. / EP

Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil

Entiendo, sin necesidad de hacer un especial esfuerzo comprensivo, que alguna de ustedes dos esté aburrida, más que harta, contemplando impotente cómo día a día, semana a semana y mes a mes, se retuercen sin el más mínimo desasosiego ético ni estético las convicciones democráticas, el Estado de Derecho, la convivencia armónica, la idea de una sociedad de iguales ante la ley, solidaria, sin privilegios territoriales, en función de que el gobernante de turno tenga que vender unos principios solo por detentar el poder. Insisto, solo por el poder, ese pedalear de vértigo al que se ha subido de forma delirante y sin frenos nuestro endiosado funambulista Pedro Sánchez. Es muy difícil, imposible, entender que una misma persona haya cambiado tanto y tan radicalmente de criterios, ideas, conceptos y pensamientos en tan poco tiempo. Lo que hace unos años era para Sánchez una “a” inamovible, firme y expresamente defendida, después fue “b”, y luego “c” y… hoy va ya por la “m”. De seguir con ese ritmo, acabará consumiendo todo el abecedario hasta llegar a la “z”. Y vuelta a empezar. Y no pasa nada.

Qué molesta e irritante resulta la hemeroteca -insobornable retrato de Dorian Gray-, máxime cuando está tan a mano. Se empezó alardeando de traer de las orejas a Puigdemont para que fuera juzgado (algo malo habría hecho); se dijo con rostro compungido sentir vergüenza de que un político indultara a otro; se calificaron los actos del independentismo violento como terrorismo; se juró que jamás habría una amnistía porque era inconstitucional; escuchamos los infantiles terrores nocturnos que padecería el muchacho si tenía que dormir en la misma cama con el coco de la extrema izquierda; se dijo, con la afectada hipérbole de quien nunca miente, y hasta 20 veces, que no se pactaría con Bildu; se cambió radicalmente, sin consultarlo con nadie, de política exterior con el Sáhara Occidental sin que las bases prosaharauis de socialistas y de extrema izquierda rechistaran; se presumía de que UPN gobernaba Pamplona gracias a los votos del PSOE, y semanas después se entregaba la alcaldía a Bildu con esos mismos votos; se atacó y se dejó que atacaran la independencia y profesionalidad de los jueces y del Poder Judicial, en muchos casos con nombre y apellidos; se puso a la Fiscalía a los pies de los caballos con aquella terrateniente frase “¿De quién depende la Fiscalía? Pues ya está”; se embistió a conveniencia contra los medios de comunicación reacios al servilismo. Se…, se…, “¿Por qué nos ha mentido tanto, presidente?”, le espetó Alsina a Sánchez hace medio año.

Durante todo ese tiempo, especialmente tras las últimas elecciones en las que Sánchez perdió sin paliativos -hay que recordarlo-, se ha ido desmantelando la arquitectura en la que se sustenta una democracia avanzada, un Estado de Derecho. Y todo para satisfacer, de un lado, al fugado separatista Puigdemont haciéndole a él y a sus delincuentes conmilitones inmunes ante la justicia, y, de otro, para seguir alimentando las patológicas y enfermizas ambiciones de Sánchez por conservar el poder al precio que sea. No solo el del Gobierno, sino el poder omnímodo, cesarista, sobre el PSOE y sus militantes, su historia y sus líderes. Sánchez nunca ha olvidado ni perdonado la humillación que supuso para un orgulloso como él que el partido lo echara de Ferraz en una bochornosa jornada con un fondo oscuro de urnas y cortinas. Hoy Sánchez ha purgado a conciencia la conciencia del PSOE, la de sus líderes contemporáneos más lúcidos y la posibilidad de una socialdemocracia ajena a la extrema izquierda, a los postulados más radicales, a las supremacistas y xenófobas versiones del separatismo. Tan es así, que hoy se nos impone una historia de ayer en la que los malos tienen el aspecto de buenos y los buenos de malos. Hasta el terrorismo se ha convertido en un término fútil en el que caben tantas acepciones según interesen a la consecución de una amnistía, a la consagración de la impunidad judicial.

Les contaré una historia en dos planos. Luigi Nono fue un compositor italiano, discípulo del serialismo de Anton Webern, que se casó con la hija de Arnold Schönberg, creador del dodecafonismo del que luego se nutrió el propio serialismo. La compleja obra de Nono tiene su cenit en “Il canto sospeso” (El canto suspendido), en memoria de las víctimas del nazismo. La obra es una composición serialista, a modo de cantata, compuesta por nueve movimientos de la que el maestro Claudio Abbado, con la Filarmónica de Berlín, hizo una versión insuperable que cuenta con la introducción hablada del actor suizo Bruno Ganz, que interpretó a Hitler en la película “El hundimiento”. Uno de los textos en que se basa la obra es un fragmento de la carta que Chaim, un campesino polaco de 14 años, escribió antes de ser ejecutado por los nazis. “Si el cielo fuera papel y todos los mares del mundo fueran tinta, no alcanzaría con ello describir mi sufrimiento y todo lo que he visto a mi alrededor. Digo adiós a todos y lloro”.

Miguel Ángel Blanco fue un concejal del PP en Ermua (Vizcaya), secuestrado por matones de ETA el 10 de julio de 1997, no hace tanto tiempo. Después de dos días de sufrimiento, y pese al gigantesco clamor y dolor de toda España, incluidas las Vascongadas, el asesino “Txapote”, junto a dos verdugos más, Iranzu Gallastegui, “Amaia”, y Luís Geresta, obligó a Miguel Ángel a que se arrodillara en medio de un descampado y le descerrajó dos tiros en la cabeza (tenía 29 años). Este enero, Txapote y Amaia se negaban a declarar ante la Audiencia Nacional que les juzga por el asesinato hace 25 años del concejal del PP en Rentería Manuel Zamarreño (tenía 4 hijos). Los familiares de Zamarreño relataron que “lo más duro ha sido verles las caras, no se han arrepentido”. Este enero, Bildu, con su coordinador general Arnaldo Otegi a la cabeza, se manifestaba en Bilbao en apoyo a los presos de ETA (¿incluidos Txapote y Amaia?) Y el nuevo gobierno de Bildu en Pamplona se abstenía de condenar el terrorismo de ETA. “Si el cielo fuera papel y todos los mares del mundo fueran tinta, no alcanzaría con ello describir mi sufrimiento y todo lo que he visto a mi alrededor. Digo adiós a todos y lloro”. La memoria suspendida. A más ver.