Feijóo y las fuentes del PP al más alto nivel

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, este sábado en Galicia.

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, este sábado en Galicia. / EP

Manuel Alcaraz

Manuel Alcaraz

Al parecer, por ahora, Feijóo no se ha afiliado a Bildu, ni siquiera a ERC en la intimidad. Pero lo mismo sí. No estoy seguro. Porque el líder carismático de la derecha flota entre mundos paralelos. No es que cuando se le entrevé en la penumbra en la que se ha instalado no se sepa si sube o baja la arquetípica escalera gallega: es que sube y baja al mismo tiempo. Es como aquel gato cuántico que podía estar vivo o muerto a la vez. Por ahora parece vivo, políticamente hablando, pero yo no apostaría mucho por su longevidad. Así que por si sí o por si no, es bien posible que ande organizando un tercio de requetés –el de la Virgen de Monserrat sería oportuno– para asaltar con sus bravatas y el rezo del Santo Rosario la Sede de Génova. España se rompe y él no sabe si él mismo ha cometido un delito de terrorismo o de amnistía, siendo este segundo mucho peor que el primero. Aleluya.

Así que estos días nos hemos deslizado desde la tragedia griega llena de gestos pavorosos, lágrimas corrosivas y lamentos ante el rigor del destino, a la estética y la ética de la novela policíaca, de la novela-enigma, la de cadáveres en habitaciones cerradas. Porque lo que más me fascina de este juego de adivinanzas sobre posibles pactos y conversaciones con los innombrables, es que el develamiento del crimen se produjo a cargo de «fuentes del PP al más alto nivel», creo que ante 16 estupefactos periodistas que en ese momento renovaron su fe en la potencialidad de la información como remedo de sibilas y otros profesionales de la revelación. La frase, en todo caso, ha pasado a los anales del periodismo, como el «J’acusse…» de Zola o los artículos sobre el Watergate, por decir algo. No hay tanto aliento histórico, pero estando como estamos ya nos vale.

Tengo para mí que el mayor filósofo español de los últimos siglos fue Javier Krahe, y a él recurro siempre ante situaciones tan metafísicamente improbables como la actual, y hallo la cifra de lo acontecido en esos versos maravillosos, recogidos en su obra «La Yeti (Primera parte)»:

«…cuando todo da lo mismo

¿por qué no hacer alpinismo?».

Como no sabemos quién –persona, animal, cosa o ente digital– estaba en el más alto nivel, podemos siempre suponer que estaba aquejado del mal de altura y sus palabras no fueron sino meros balbuceos que vaya usted a saber a qué intención obedecían.

Bien mirado ese es el problema del PP en esta fase de su azarosa vida, juicios por corrupción aparte. Están en las alturas, han ganado trofeos para ofrendar nuevas glorias a Vox y a lo más aguerrido del Poder Judicial patriótico –el Altísimo–; incluso a veces son los más votados. Pero se empeñan en escurrirse, en mostrar que por sus venas corren gotas de sangre con vinagre. Se empeñan en mostrar que cuando quieren ser simpáticos fabrican rictus que demasiados interpretan, razonablemente, como inapropiado resentimiento en un partido que quiere ser de gobierno, que pretende construir alguna clase de mayoría con vocación de integrar y no de segregar. Y eso, a base de justificar altercados con una boca y de reclamar orden y justicia con otra, acaba mal. Porque, por ejemplo, consigue tensar toda la política con el asunto de la amnistía pero no consigue que la amnistía se sienta como uno de los principales problemas, como no sea para los militantes de la adoración nocturna en Ferraz. Consigue que todo demócrata español, de los que se compraban en los bares de carretera botijos de Tejero, deseen acabar con Bildu y, a la vez, le hacen una propaganda gratuita a Bildu que ahí anda, encabezando encuestas. Consigue que los muy convencidos se convenzan de que a los indepes catalanes no hay ni que mirarlos, que contaminan, pero luego siempre encuentran alguno de la dirección que les dé un toque por si mira tú que, si podemos, lo mismo sí que sí.

Ahora sí que entendemos aquello de que si Feijóo no gobierna es porque no quiso. Y mejor que lo entenderemos cuando las huestes agraviadas se agravien más y se pongan a enfadarse cuando se les pase la risa y cuenten todavía más asuntillos cocidos entre visillos. En la habitación del crimen han dejado sólo a Feijóo; a sus puertas, las derechas europeas se preguntan que de qué iba todo esto y Abascal espera el momento de usar la ganzúa para tejer su palabrería en las próximas Elecciones, mientras silba «Montañas nevadas».

En este punto postmetafórico, uno se pregunta cómo se puede ser tan inútil –mejor no hablar de la equívoca ética de estos salvapatrias, de estos gerifaltes de antaño–. De cómo tan aseados pobladores de las sedes populares no cayeron en que vivimos un mundo en el que, o estás muerto en la cámara de la novela, o todo lo que hagas se va a saber y luego hay que achicar espacios, moderar daños, controlar desperfectos… ¿Es que no leen la prensa levantisca y trabucaire que les cita a ellos mismos cuando repiten que no hay que fiarse de Junts? Pues se ve que no, que andan todos ellos y ella distraídos por ver si llegan al máximo nivel y brotan cristalinos como una fuente. «Por las montañas vas como viene la brisa», dijo Neruda. Y así, leve, sin más aliento que su verborrea farragosa y autoalusiva, anda Feijóo, borracho del agua de las cumbres, entrevistas en su propia niebla.