Retratos Urbanos

Casi un siglo de ferreteros en Alicante

Los descendientes de Manuel Martí Blay mantienen un viejo negocio, aunque innovador, frente al Mercado Central de Alicante

Casi un siglo de ferreteros en Alicante.

Casi un siglo de ferreteros en Alicante. / INFORMACIÓN

PEPE SOTO

Puede ser la ferretería con más recursos del país, aunque sea de las más viejas: 98 años. Se puede encontrar desde el tornillo más raro hasta ratoneras; casi todo lo que se debe imaginar para las necesidades del hogar, hasta cencerros, botijos o artefactos para cambiar viejas manivelas, ya muertas con el paso del tiempo. Estanterías ordenadas, cajoncillos bien rotulados. Todo sencillo; gramática parda, de oficio; dispuesta la mercancía para pronto servir a sus parroquianos: tornillos, clavos, cuerdas, brocas y alambres. O cualquier artículo doméstico que se precise para arreglar las casas, tender la ropa o para cocinar cada día.

El negocio lo regentan Federico Martí Marco, nieto del fundador, y Mar Galán Oca, biznieta de Manuel Martí Blay. Tienen un empleado: Kevin. En la ferretería se puede comprar casi de todo, menos alimentos, bebidas y medicamentos: menaje, persianas, pinturas, pilas, pegamentos, bombillas, cencerros, mosquiteras, herramientas, jaulas, botijos, tornillería, arandelas, tuercas y clavos, muchos clavos, de todos los tamaños. También hacen copias de llaves, de todo tipo: tradicionales y de seguridad.

La charla con Federico se inició a las 8,30 horas en una marquesina de la Plaza del Mercado. A las nueve en punto, el ferretero se levantó rápidamente para alzar la persiana de la tienda, situada a unos cien pasos, en el número 4 de la calle Calderón de la Barca, en Alicante. Seguimos la conversación en la ferretería, en un local bien ordenado, con cada cosa en su sitio, si bien abarrotado de productos. El primer cliente, algo mayor, fue a comprar dos bisagras de plateadas para una puerta. A eso, entró una mujer para pedir el duplicado de seis llaves. Federico se puso a la faena: ahí estuvo, al menos 12 minutos. Llegó otro hombre en busca de un candado, al tiempo una mujer que quería un pestillo, un joven que pedía un puñado de clavos, una chica para agenciarse de un cuchillo de cocina. Un sin parar de público. Imposible hablar con tanto trasiego. Seguimos la conversación por teléfono. Por la tarde.

Por la Ferretería del Mercado discurren a diario (de lunes a sábado) decenas de personas, incluso cientos en algunas jornadas. O más. Atención, variedad y conocimiento son el secreto de este bazar de confianza que abrió sus puertas en 1925, cuatro años más tarde de inaugurarse la lonja municipal, y con vocación de solucionar los problemas de la clientela. Sus estanterías y cajones guardan, minuciosamente, una variedad más de 40.000 artículos, según el inventario. Es destino de diestros «manitas», de alumnos aventajados para solucionar los problemas de cada día en sus viviendas, y de gente normal, que pide consejo hasta para cambiar un enchufe derretido o cambiar una cerradura.

Pocos son los alicantinos y residentes que no han entrado en este local en busca de una bombilla, un par de alcayatas o cosas raras que no están escritas en los diccionarios del bricolaje. Muchas historias han pasado por este mostrador durante 98 años. Tal vez la peor experiencia que vivió la familia Martí fue pocos minutos después de las 11 de la mañana del 25 de mayo de 1938: el bombardeo de aviones fascistas italianos sobre Alicante, que fue una masacre: en torno a los 300 muertos y casi el doble de heridos, hombres y mujeres, niños y niñas, que abarrotaban las estancias de la lonja, tras la llegada al puerto de una abundante cantidad de sardinas en tiempos de escasez, de hambre y miseria. No sonaron las sirenas; sólo se oyeron el estruendo de las bombas y quejidos. El abuelo de Federico salió de la ferretería para auxiliar a supervivientes de la barbarie y salvaguardarlos en su local hasta que la llegada de camilleros, enfermeras y el poco personal sanitario que había en esos tiempos de muchas penas, pocas bondades y demasiados frentes abiertos. La ferretería resistió a la metralla. Y, más tarde, al duelo.

Manuel Martí Blay, nacido en Sueca (Valencia), tuvo descendencia: María Luisa, Federico, padre del protagonista de esta crónica, y Manolo. Los tres hermanos continuaron la tradición familiar como ferreteros. Ahora la continúan Federico y Mar Galán. Ahí siguen, resistiendo a la competencia de las grandes superficies en ese alocado mundo del bricolaje, en el que cualquier persona llega a sentirse electricista, fontanero, carpintero o pintor de brocha gorda. El padre de Mar, Andrés, ahí estuvo hasta su jubilación.

«Este no es un negocio de grandes altibajos, ni un día estamos a punto de forrarnos, ni al siguiente de arruinarnos», asegura Federico Martí. Resistencia: inventario, atención al cliente y siempre estar al día en un negocio que nació en Mesopotamia, 2100 años antes que Cristo, donde se comerciaba con herramientas fabricadas con diversas piedras. Federico creció en el barrio del Raval Roig, desde donde se otea el mar. Llegó a la ferretería a los 20 años, tras licenciarse de la mili. Nunca le gustó estudiar. Casado, tiene un hijo, que es ingeniero en robótica, y una chiquilla que cursa estudios de Derecho. Curioso: el biznieto, nieto e hijo de buenos y nobles ferreteros se dedica a cosas relacionadas con la informática, la electrónica, con la física y en esas cosas de la inteligencia artificial. Federico es el cuarto de cinco hermanos.

Por esa ferretería ha desfilado muchísima gente: vecinos, necesitados de unos alicates o de una hoja de lija, o turistas o visitantes legados a la ciudad lucentina que, posiblemente, precisaban de un cortaúñas o de un llavero. Es una tienda con muchos recursos. Recuerda Federico que un día entraron en su morada Sergio y Estíbaliz, ex miembros de Mocedades, tras ver en el escaparate botellas de plástico con cierre hermético, como el de las viejas gaseosas: se llevaron un par de ellas. Muchos más han penetrado en este zaguán ferretero: vecinos, anónimos o curiosos. Federico, aficionado a los documentales sobre la naturaleza, una mañana oyó, tras el mostrador, una voz cercana, cálida, próxima, de la tarde. Jamás supo su nombre, ni sus bondades. «No sé qué compró, tal vez unas tijeras. Pero reconocí la voz». Era José María del Río, un reconocido actor de doblaje, que ha dispuesto su habla para contar cosas fáciles o más complicadas.

También traspasó la puerta de la ferretería de los Martí, el psiquiatra Fernando Jiménez del Oso, considerado por la comunidad científica como un pseudocientífico, famoso por sus apariciones y sus programas de radio y televisión, posiblemente especulativos. No recuerda qué artículo compró. Varios, tal vez. Bolas de cristal no las había en la trastienda. Ni marcianos.

El negocio, próximo a cumplir su centenario, sigue en la misma línea: entre tornillos, hojalatas, bridas, la reparación de ollas o lo que la clientela demande, hasta casi lo imposible de encontrar, pese a internet. Sobre el mostrador no hay ordenadores, tal vez los haya en la trastienda. Es la ferretería más vieja de Alicante, una vez clausurados a la clientela negocios similares como «El Pozal», «Úbeda» o «El Candil», entre otros.

Estamos en buenas manos. Un matrimonio canadiense llegó hasta su casa para comprar varios cencerros para ahuyentar, una vez colocados en sus cuellos y en los de sus animales de compañía, a los osos pardos. La historia de la Ferretería del Mercado continúa. Ni las grandes superficies ni el «todo a un euro» han sido capaces de competir con las ferreterías de siempre, como la de Federico y Mar. Lo mejor, te orientan hasta para meter un clavo en la pared, que no es poco.