Floristas de vocación y alma

Verónica Aragón Carreras y Paqui Jarque viven entres rosas, claveles, lirios y tulipanes alegrando la vida a quienes transitan por la Plaza 25 de Mayo

Verónica Aragón Carreras y Paqui Jarque Ortuño, en la floristería Buccaro.

Verónica Aragón Carreras y Paqui Jarque Ortuño, en la floristería Buccaro. / INFORMACIÓN

Pepe Soto

Rosas, claveles, lirios o tulipanes: ramos de flores naturales y secas que se pueden acompañar de dedicatorias, centros ornamentales o coronas funerarias para honrar a los difuntos. Las flores parecer ser consuelo de la humanidad. Verónica y Paqui, entre otras floristas del lugar, han conseguido con su presencia que en la Plaza 25 de Mayo de Alicante siempre huela a primavera: la flor que sigue al Sol, lo hace incluso en días nublados. Y provoca sonrisas y acaba con desdichas de la vida.

Verónica Aragón Carreras (Las Palmas de Gran Canaria, 1975) llegó a Alicante con su familia en 1997. Es la tercera de cuatro hermanas. Siete años después abrió una floristería en número 24 de la calle Alona, en el barrio de Benalúa. La fundó con el nombre de Buccaro, posiblemente inspirada en los recipientes fabricados con tierra de arcilla, de origen mozárabe, que servían para contener agua perfumada y deseos ocultos. Su padre, José Luis, que fue funcionario del Estado, la ayudaba en todo, como la madre, Trinidad. En 2006 amplió el negocio con otra tienda en la Plaza 25 de Mayo, en el Mercado Central. Verónica centra sus esfuerzos en la decoración con flores cortadas y plantas naturales o artificiales para bodas, bautizos, comuniones, aniversarios, coronas funerarias y ramos acompañados con cartas de amor. Y elegantes centros ornamentales para cualquier hogar o negocio. Apuesta por la calidad, por los detalles. Se adapta a las peticiones de la clientela, siempre con toques personales en cada flor y en cada hoja. Tiene una hija y un chiquillo.

En Buccaro Alicante trabaja desde hace tres años Paqui Jarque Ortuño (Almansa, 1970), que lleva media vida entre flores y plantas. Tiene una hija. Antes trabajó en dos floristerías de Sant Vicent del Raspeig y está ilusionada con su trabajo, como Verónica. El puesto abre de lunes a sábado, desde la siete de la mañana a las tres de la tarde. La terraza del establecimiento está repleta de gran variedad de productos, de centenares de flores y plantas, que llegan a diario de productores nacionales y de bastante más lejos, algunos de ultramar. Dicen que las flores hacen sonreír a las personas. Junto a Buccaro hay otras dos floristerías en la amplia y aireada antesala del Mercado Central.

Jueves, 14 de marzo. Las dos floristas alzan la persiana con la plaza sola, oscura y vacía. Suenan las campanas. Camiones cargados de mercancía abastecen a los puestos del mercado. Pocos transeúntes, sí comerciantes dispuestos a afrontar la jornada. Empiezan a exponer sus plantas y flores en la terraza. Amanece a las 7,21, más o menos. Aparecen los primeros rayos de sol en una explanada ya más concurrida. Empieza la partida. Llegan los primeros clientes. Aumentan los ruidos de los motores de vehículos. El Bar La Rotonda, situado frente a Buccaro, ya tiene clientes en la barra y en las mesas del exterior. Ahí están varios mercaderes con devantal y café o copa en mano. La jornada avanza plácidamente. Trasiego constante. Clientes habituales, esporádicos y grupos de turistas, de aquí y de allá, que sienten curiosidad por los productos que se exponen en la lonja y que fotografían con sus teléfonos móviles sin piedad.

La mayor afluencia de gente en la zona es algo pasado el mediodía. Las terrazas de los bares de alrededor, como el Damasol, La Coveta, Los Maños y demás, se llenan de público en días soleados; también en jornadas nubladas y tristes. Un sin parar de cafés, cañas, refrescos, tostadas y tapas. Verónica y Paqui empiezan a recoger tímidamente las macetas, las cestas y los ramos ya pasadas las dos y media de la tarde. Un día más. Pocos minutos más tarde bajan la persiana. La Plaza 25 de Mayo se queda sola con el mercado cancelado y las flores y las plantas resguardadas tras los telones. Las personas que ocupan los bancos desde casi el amanecer marchan a otra parte hasta el día después. Nadie sabe dónde.

Está de moda la Plaza del 25 de Mayo, así llamada en recuerdo de al menos 311 personas fallecidas en el bombardeo que sufrió el Mercado Central en 1938, uno de los ataques aéreos fascistas más sangrientos e indiscriminados ocurridos durante la Guerra Civil, más cruel, tal vez, del que sufrieron los vecinos de Guernica (Vizcaya). Este espacio aporta mucha vida a la ciudad lucentina y a sus visitantes. Incluso personalidad a espaldas del mar. Ahí se dan cita a diario actores callejeros, protestas vecinales, grupos de amigos, vendedores de cupones de la suerte, señoras con en carrito de la compra en mano; jóvenes y mayores; borrachos con la botella oculta en una bolsa y mendigos tomando el sol como lagartos sentados en banquillos en el transcurrir del día en busca de limosnas. De viernes por la tarde hasta primeras horas del domingo, la Plaza 25 de Mayo se convierte en punto de encuentro del «tardeo», de una fiesta sin pausa, donde reinan las despedidas de solteras y solteros: una manera de vivir la noche por la tarde, pero ya sin flores alrededor. Y algunos botellones.

Verónica y Paqui, entre otras floristas del lugar, han conseguido con su presencia y su arte floral que en la Plaza 25 de Mayo siempre huela a primavera, pese al frío de invierno, a las tormentas de otoño o al tórrido verano. Las flores son apacibles: ni sienten ni sufren, sólo transmiten colores y aromas; advierten de que llega el entretiempo, de que la vida parece mas apacible, de que el frío disminuye y que las lluvias están secas. Y ahí están las dos floristas, una canaria y otra manchega, cada día, entre el público que compra productos para seres amados o para los huidos por los destinos de la vida. Ahí siempre parece primavera.