Opinión

Bombones para el alma

Un hombre ha puesto un anuncio para "buscar amigos y amigas para salir a pasear, cenar, hablar y otras actividades" en Gran Canaria.

Un hombre ha puesto un anuncio para "buscar amigos y amigas para salir a pasear, cenar, hablar y otras actividades" en Gran Canaria.

Hace ya muchos años (exactamente en 1980, hace casi medio siglo) escribí un artículo en la Revista Española de Pedagogía titulado “La cárcel de los sentimientos”. Hablaba de la escuela. Esa era la cárcel a la que me refería en el título. Decía entonces: “Es de temer que se produzca en la escuela lo que Heimann denomina “catástrofe de sentimientos”. ¿Ignora, inhibe, erosiona la escuela los sentimientos de las personas? Parece claro, cuando menos, que en la escuela se privilegia el desarrollo de aspectos intelectuales. El sentimiento se relega a un plano secundario, a veces vergonzante. ¿Domestica, acalla y esteriliza la escuela los sentimientos de profesores y alumnos que viven – ¿conviven?- en ella?”. En el artículo trataba de dar respuesta a estas inquietantes preguntas. Ya entonces. En el año 2020 he publicado “Educar el corazón. Los sentimientos en la escuela”.

Afortunadamente, las cosas han ido cambiando, pero no lo suficiente. Hoy no le sorprende a nadie hablar de educación emocional, aunque todavía la escuela está centrada casi de forma exclusiva en la transmisión o la búsqueda del conocimiento. Se decía antes que la letra con sangre entra. Sí, con la sangre de quienes enseñan también, no solo de quienes aprenden. Se achaca a la pedagogía crítica, de forma totalmente falsa e injusta, que no potencia el esfuerzo, que no lo exige, que no lo valora. Y no es cierto. En un ambiente emocional reconfortante el esfuerzo se hace con sentido y facilidad. También para el aprendizaje intelectual es necesaria una disposición emocional positiva. No se aprende bien con el corazón descuidado. (Hermoso libro el de mi querido amigo argentino Alejandro Santander: “Un corazón descuidado”).

El día 6 de noviembre impartí una conferencia en el Máster sobre Educación emocional y neurociencia que organiza la Fundación Liderazgo Chile, con sede en Santiago. Como es habitual, la última parte de la sesión se destina a acoger las intervenciones de los asistentes. Los organizadores suelen decir que, al final, los asistentes podrán formular preguntas al disertante. Y yo suelo corregir ese planteamiento. Porque da a entender que los que escuchan solo tienen preguntas y el disertante tiene todas las respuestas. Nada más inexacto. Yo también tengo muchas preguntas y los asistentes muchas ideas, experiencias, sentimientos (y algunas preguntas, claro) que formular. Pero no solo preguntas. Lo he visto también en la solicitud de conferencias. Te dicen: Una hora y media de intervención y media hora de preguntas.

Pues bien, fieles a la sugerencia que había hecho, una profesora de las asistentes, responsable de convivencia en el Colegio Los Ángeles, al sur de Chile, pidió la palabra y compartió con los asistentes una experiencia que había realizado recientemente en su centro. Estaba emocionada mientras nos informaba de la iniciativa y de sus resultados.

Le pedí que me escribiese contándome lo que habían hecho y qué resultados había tenido la iniciativa. Quedó en hacerlo. Hace unos días cumplió su promesa. Y es algo que quiero agradecer porque hay muchas promesas de este tipo que se incumplen, por motivos diversos: falta de tiempo, falta de ganas, falso pudor, miedo a la escritura, temor a hacer el ridículo…

Reproduzco el correo de Lorena porque ella describe mejor de lo que yo pudiera hacerlo, la experiencia que puso en marcha en el Colegio Los Ángeles el equipo de convivencia. Estas son sus palabras.

“Hola, es un gusto saludarle. Le escribo para compartir la experiencia que vivimos este viernes pasado en nuestro colegio. Mi nombre es Lorena San Martín, soy la encargada de convivencia de un colegio en Los Ángeles, en el sur de Chile. En nuestro colegio contamos con un equipo de convivencia conformado con profesoras representantes de pre básica, básica y media.

Entre muchas actividades, se nos ocurrió al ver lo centrados en sus tareas que estaban nuestros colegas y más serios, el sorprenderles con un quiebre y hacerles un pequeño regalito, un mensaje positivo impreso con una frase y un bombón. La frase decía: "Hoy es un buen día para ser feliz".

Partimos en la mañana con todo el entusiasmo y felices de lo que nuestros colegas recibirían, pero esto se fue transformando desde la primera persona que lo recibió, que fue el portero don Sixto, al entregar el regalo, él se sintió tan agradecido que nos dijo a cada una lo bueno que hacemos por él y nosotros reconocimos lo mismo en él, nos abrazamos y reímos. Fue hermosos el inicio.

Luego seguimos por el pasillo y venía llegando una colega de 21 días de licencia médica, la recibimos con saludos y vítores, ella se emocionó tanto que lloró de alegría. Luego fuimos a la enfermera Bernardita y pasó lo mismo. Sabemos que su mamá estuvo muy enferma y está sensible. Luego a la secretaria Claudita, quien nos aplaudió, agradecimos todas las veces que nos ayuda, nos salva con las copias, las cartas, etc. A esta altura ya nuestro corazón estallaba de alegría. Seguimos a informática, contabilidad (las “arañitas” les llamamos, porque les encanta tejer), llegamos a la sala de profesores y saludamos casi con un grito de alegría. Todos se sintieron felices, a cada uno le entregamos su bombón, la tarjeta, reconocimos en cada uno sus aspectos positivos y ellos de regalo hacían lo mismo de regreso.

Somos 137 personas adultas en el colegio. Con cada uno hicimos lo mismo, todos se alegraron, se sintieron conmovidos, vistos, reconocidos, valorados, alegres, queridos. Después de esto mi puerta se llenó de posits de agradecimiento y mensajes positivos en mi whatsapp, entre ellos también comenzaron a abrazarse y reconocerse, entregarse mensajes de cariño. Fue un día hermoso, porque los profesores hicieron lo mismo en los cursos con los niños y adolescentes. fue una espiral de amor, se amplificó el bombón, con el amor que lleva de regalo. Muchas gracias por leerme y deseo de todo corazón, pueda seguirle enviando mis experiencias para que las conozca”.

Lorena se emocionaba cuando compartía con los asistentes al Máster de la Fundación Liderazgo Chile la experiencia que había realizado el día anterior. Todavía estaban presentes en ella los ecos de una iniciativa sencilla, hermosa y emotiva.

Un iniciativa que no solo pone en evidencia la creatividad y el compromiso de la comisión de convivencia sino que muestra de forma inequívoca que la comunidad educativa supo acogerla y multiplicarla (los profesores extendieron la iniciativa a sus alumnos, dice Lorena) de manera entusiasta y agradecida. Hay instituciones en las que este tipo de iniciativas se considerarían innecesarias e inoportunas. El terreno en el que cuajan este tipo de iniciativas es un terreno fértil para el cultivo de la convivencia.

El bombón no solo endulzó el paladar de los integrantes de la escuela, endulzó también el día, el quehacer y la vida de quienes recibieron ese pequeño y significativo regalo. Bombones para el alma. La micropolítica de la escuela está atenta a las pequeñas iniciativas que mejoran la comunicación. (¡Cuánto nos ayudó a comprender las instituciones educativas el libro de Stephen Ball titulado “Micropolítica de la escuela”!).

La cultura de los detalles propicia una convivencia armoniosa, alegre y respetuosa. Pensar en los demás, hacer un pequeño regalo, ofrecer una sonrisa, felicitar por un trabajo, preguntar por un familiar enfermo, invitar a un café, compartir una noticia, saludar con afecto, celebrar un cumpleaños, animar ante un fracaso, escuchar con atención, ofrecer ayuda… Con estos hilos se teje el hermoso tapiz de la convivencia.

Estoy seguro de que el equipo de convivencia del Colegio Los Ángeles no se limita a poner en marcha una iniciativa de este tipo. De hecho, Lorena dice literalmente que emprendieron esta iniciativa “entre muchas otras actividades”. Y, por supuesto, todas esas actividades cobrarán sentido en el marco de un proyecto compartido en el que está implicada toda la comunidad.

La escuela es una institución en la que se aprende a convivir. Y la convivencia no solo exige tolerancia sino empatía. Los pequeños gestos de la vida cotidiana ayudan a pensar en el otro como un ser depositario de la mayor dignidad. Sea cual sea su raza, su credo, su sexo, su filiación política y su capacidad intelectual. Para todos los miembros de la comunidad educativa, como cada día, quiero repetir el lema de los bombones: “Hoy es un buen día para ser feliz”.

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