Moros y Cristianos

La fiesta de Moros y Cristianos en Sax

La fiesta de Moros y Cristianos en Sax / Áxel Álvarez

Juan Giner Pastor

Juan Giner Pastor

‘Moros y Cristianos’ es una fiesta que se celebra en multitud de localidades levantinas, sin que ‘moros’ tenga ningún sentido peyorativo, pues no es más que una generalización del nombre de los habitantes de la antigua Mauritania. Aunque más de una vez se habla del término ‘moro’ despectivamente, relacionándolo con la España árabe.

Pero hablar de la España árabe es un frecuente error. Ilustres historiadores opinan que "la Península se islamizó, no se arabizó", porque la mayor parte de los soldados que integraban el ejército musulmán de Muza y Tarik eran berberiscos, nacidos en el Norte de África y solo la minoría dirigente eran árabes. Todos juntos no superaron la cifra de veinte mil invasores, inmersos en una población de entre cinco y seis millones de hispanovisigodos. La facilidad con la que dichas tropas conquistaron el territorio peninsular en apenas cinco años nos habla de la profunda decadencia de la monarquía visigoda y la poca o nula resistencia que encontraron en un territorio que los romanos habían tardado doscientos años en conquistar.

Es fácil comprender, pues, que lo árabe pronto se diluyó en aquella masa de población, que se convirtió mayoritariamente al Islam; no por imposición de los conquistadores, sino por conveniencia. Un cronista musulmán de la época dice que los motivos de estas conversiones masivas eran fundamentalmente tres: no pagar el impuesto especial por ser cristiano, eludir la justicia cristiana y poder casarse con varias mujeres al mismo tiempo. Así, musulmanes y cristianos convivieron aquí durante parte de la Edad Media, porque el Corán ordena a los musulmanes “no hagáis violencia a los hombres a causa de su fe” (sura II, 257); “no disputéis con los judíos ni con los cristianos, sino en términos amicales y moderados” (XXIX, 45); “invítales a abrazar el islamismo, y diles…: adoramos al mismo Dios” (XLII, 14).

Los musulmanes, siguiendo las enseñanzas del Corán, consideraban que los cristianos, en tanto que ‘gentes del Libro’, no debían ser convertidos a la fuerza al Islam y eran merecedores de un trato especial, la dhimma. Los dhimmi  (en árabe ‘protegidos’) tenían garantizadas la vida, la propiedad de sus bienes y la libertad de culto, así como un alto grado de autonomía jurídica, que les permitía, por ejemplo, acudir a sus propios tribunales para dirimir los asuntos de sus comunidades.

Como contrapartida, estaban sujetos a impuestos extraordinarios, debían aceptar una situación social inferior y someterse a discriminaciones diversas, teniendo negado acceder a funciones militares ni políticas en que tuvieran jurisdicción sobre musulmanes. El valor en tribunales musulmanes del testimonio de los dhimmis era inferior, mientras que las acusaciones de blasfemia contra los dhimmis eran habituales y el castigo era la muerte. Como no podían testificar en un tribunal para defenderse, debían convertirse para salvar la vida. Los dhimmís varones eran castigados con la muerte si mantenían relaciones sexuales o se casaban con una musulmana; heredar, las discriminaciones en el vestido, en el uso de animales o en ciertos oficios, son otros ejemplos de esta discriminación institucionalizada en asuntos relevantes. Aunque la aplicación rigurosa de la dhimma varió en función de las épocas y no siempre se cumplió con rigidez.

Conforme la Reconquista fue avanzando, lo reinos cristianos revirtieron esta situación y fueron los musulmanes los que tuvieron que someterse al predominio de los cristianos. De todos modos, en ambas épocas moros y cristianos convivieron en España, la Al-Ándalus islámica. No sin dificultades, por supuesto, pero posibilitando empresas como la Escuela de Traductores de Toledo o que Alfonso VI y Alfonso VII se titulasen monarcas de las tres religiones, porque en la esencia de nuestro ser común lo cristiano, lo musulmán y también lo judío, son fundamentos imprescindibles.

¿Por qué tanta incomprensión, tanto rechazo, a veces, de esta gran manifestación religiosa y cultural? Yo diría, sobre todo, que por desconocimiento; porque el analfabetismo mental es cada vez más intenso y preocupante. Y si gran parte de la juventud actual ignora los principios básicos y los elementos más sencillos del cristianismo que, durante siglos, ha sido religión oficial en España, ¿cómo pretender un mejor conocimiento e incluso la concordia con la otra gran religión monoteísta que, también durante siglos, predominó aquí? Si bien en ello habría que considerar el comportamiento actual del extremismo islámico, que, con su fanatismo intransigente y su crueldad, poco tiene que ver con lo que el Corán establece en realidad. Porque, como la Biblia para algunos cristianos, el Corán se interpreta a conveniencia del poder y de la política, de costumbres ancestrales y por esos seis siglos de diferencia que el Islam mantiene respecto al cristianismo. Y hay que reconocer la frustración histórica que supone el que no se haya querido, o no se haya sabido, o no se haya podido atajar ese tiempo para situarse ya en el siglo XXI. Aunque no olvidemos las pretéritas épocas medievales en las que los musulmanes alcanzaron un alto grado de perfeccionamiento, superior al resto de Europa en geografía, física, química, medicina, farmacología, geología, mineralogía, arquitectura, lingüística, astronomía y matemáticas, inventando el símbolo del cero y organizando los números en el sistema decimal que usamos todavía. Es interesante señalar que el islam insta encarecidamente a que la humanidad estudie y explore el universo, siendo la búsqueda de conocimiento obligatoria para cada musulmán, hombre y mujer.

Ahora reconozcamos la suerte de aquellos países islámicos con yacimientos petrolíferos y de gas reportándoles ingentes riquezas que les permiten derroches de lujo y equipamiento, de ostentaciones sin límite, aunque no se correspondan con la manifestación progresista de los derechos humanos, con la capacidad de aplicar leyes justas, derechos igualitarios y comportamientos al nivel de los países más avanzados, triste verdad que empaña su historia actualmente.