VUELVA USTED MAÑANA

Otra Semana Santa

Procesión del Encuentro en Torrevieja. Semana Santa 2023

Procesión del Encuentro en Torrevieja. Semana Santa 2023 / JOAQUÍN CARRIÓN

José María Asencio Mellado

José María Asencio Mellado

Salir a la calle y ver y escuchar a la gente es una medicina que sana y nos hace comprender que el mundo funciona a velocidades distintas y que no se cambia una sociedad a golpe de ley o decreto. Hay quien, no obstante, por falta de todo o exceso de nada, se cree capaz de alterar el ritmo y la idiosincrasia de un pueblo. La llamada ingeniería social nunca ha funcionado y a la postre todo es como es en un lugar y momento determinados y lo impuesto se pierde y regresa lo común con más fuerza.

Basta salir a la calle en Semana Santa para comprobar que las tradiciones están ahí, que las normas dictadas en su contra no han tenido incidencia alguna, que las procesiones laicas no pasan de ser un ridículo con escasa belleza y menos cordura, que su acogimiento es tan minoritario, como susceptible de ese humor tan nuestro que empieza y acaba en una suerte de menosprecio cuando el objeto de la risa lo merece.

Terminar con los creyentes no es consecuencia de la actividad de los activistas que pregonan un laicismo que es más anticlericalismo patrio y trasnochado que laicismo, separación de Iglesia y Estado, nostalgia de tiempos que la memoria democrática que llaman, recuerda, aunque duraron un suspiro. La blasfemia se considera libertad y la mera referencia a las memeces del progreso burdo, posibles delitos de odio. Un dislate. El “arte” que ataca sentimientos íntimos es arte; la cancelación de lo considerado ilícito, un éxito de los inquisidores que se ufanan de serlo. Aunque caigan creaciones intelectuales que no comprenden los censores que no leen, escudriñan la letra persiguiendo desviaciones éticas que no son tales, sino reflejo de la libertad ahora perdida. Media hora de conversación con alguien de estas huestes aburre tanto que no vale la pena. Su ligereza y su aptitud elemental deprimen inevitablemente.

Es el efecto de una sociedad angustiada que no vive en paz, acelerada, consumista, con escasos ideales, perdida en la satisfacción inmediata del capricho, urgente en la respuesta provocada por el whatsapp que exige que todo sea ya, en el correo electrónico que demanda inmediato lo que antes era escrito con sosiego, reflexión, lenguaje con sentimientos. Todo es rápido y si no lo es, el receptor de la contestación se frustra y se siente preterido, maltratado en su ego, en su importancia, en su íntima convicción de ser el centro del mundo.

Ver procesiones, un partido de fútbol, un espectáculo musical, es observar a cientos de personas que renuncian al directo, en toda su amplitud y grandeza del presente, grabando lo que no van a ver, solo reenviar, pero perdiendo la magia de la realidad. Móviles que tapan a los demás, ojos reducidos al objetivo, que no aprecian el espacio infinito del paisaje, del escenario todo, del campo de juego en su amplitud. Nuestra presencia se reduce a lo que recoge la cámara y nuestra vivencia, al deseo de transmitir a otros nuestra vida en su apariencia externa, pues poco se queda para hablar, reflexionar y sacar lo que llevamos dentro con un café o una copa de por medio y mirando a los ojos al amigo.

No hay creyentes porque se cree en poco, se vive o malvive con medios interpuestos y sin contacto con el ser humano y la naturaleza, esa que queremos defender, pero que no disfrutamos y a la que protegemos sin apreciarla. Hay quienes celebran como un triunfo que la fe está en retroceso, el triunfo de la razón dicen, pero quienes así se regocijan no se paran a pensar cuáles son los efectos de la pérdida de esa parte íntima, no racional necesariamente, del ser humano. Cambiar esa parte por el sometimiento al mercado, a ideales que se entregan a líderes de barro, a siglas sin referente cierto, no parece que se pueda considerar un avance.

La Semana Santa ha pasado y ha vuelto a ser lo que es, un oasis de belleza que cada cual toma como quiere, incluso quienes no practican la religión sienten o la sienten de modo especial o particular; a nadie deja indiferente y ahí está y seguirá. La Semana Santa permanece porque es algo más que lo que quieren pregonar sus detractores. Puede ser la fe primitiva o sencilla, anclada en la niñez, en las enseñanzas de nuestros padres. Puede ser otra cosa, pero las calles llenas no pueden ser obviadas o explicadas con discursos oficiales de los que, no se sabe bien la razón, luchan para acabar con la fe y esperan una victoria que, cuanto menos, debe considerarse una intromisión en la libertad individual de quien la posee. Se consideran el paradigma de la razón, negándola a quienes gozan de la doble virtud de creer y pensar.

Otra Semana Santa ha pasado y demostrado que permanecerá aunque algunos se hayan empeñado en destruir lo que, aunque fuera por respeto, deberían dejar practicar sin agresión alguna; no es necesario. Pregonar la libertad no es reducir ésta a la libertad selectiva.

La primavera se ha vuelto a llenar de luz, aromas de incienso, cirios y saetas. Otra vez. Otro año. Y así seguirá aunque la belleza no sea del gusto de la razón irrazonada.