Universidades sin alma

Carles Cortés

Carles Cortés

¿Pueden las instituciones o las entidades tener alma? Una pregunta con consideraciones metafóricas que va más allá del planteamiento de la posible existencia de esta en los humanos. Cierto es que, según las creencias religiosas, el alma se considera una parte esencial en las personas que es inmortal y que sobrevive a la muerte del cuerpo. En otras, se entiende como el principio vital o la fuerza que anima la vida y la conciencia. Con todo, desde una perspectiva científica, no tiene una explicación concreta: la idea de un alma separada del cuerpo y la mente no tiene base empírica en la investigación científica.

Podemos entender, pues, que un objeto inanimado no tiene alma cuando carece de una parte esencial o trascendental que se considera presente en los seres vivos. Si ampliamos este sentido, entenderemos, por lo tanto, la afirmación inicial del título de nuestro artículo: cuando una entidad pierde un elemento o cualidad que se considera fundamental en su existencia, podemos decir que ha perdido el alma. Esta es una de las conclusiones del curso que en el año 2022 la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) organizaron en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander con el título “Excelencia con alma” que a su vez bebía del texto publicado por el profesor Harry R. Lewis, decano de Harvard College: “Excelencia sin alma. Cómo una gran universidad olvidó la educación”. Lewis criticaba su universidad: la excelencia académica que le hace figurar en todos los rankings universitarios no impide que hayan dejado de formar a su alumnado en los valores sociales.

Lo que Lewis apuntaba y que sirvió de base del debate en el curso organizado por la CRUE no es sino la clave de la existencia de los centros de educación superior. Si estas no tienen un compromiso transformador de la sociedad, por mucha excelencia que obtengan las publicaciones de sus miembros en las revistas de impacto, habrán perdido su razón de ser, su alma. En anteriores escritos hemos ido reflexionando sobre las desviaciones del sistema de acreditaciones del profesorado: vivimos un estrés continuo por conseguir publicaciones en revistas y editoriales indexadas dejando aparte la reflexión o el desarrollo de nuestra docencia. Además, en las últimas semanas hemos conocido diversas noticias de centros de otros países, como Arabia Saudí o China, que compran investigadores de nuestro país para que declaren falsamente que su trabajo principal se realiza en sus universidades para auparlas artificialmente en las clasificaciones académicas y poder obtener un incremento en sus matriculaciones, entre otros. Unas ofertas que, en algunos casos, superan con creces los ingresos económicos anuales de este profesorado.

La propuesta es recuperar uno de los pilares básicos de las universidades: la formación de un alumnado preparado para una visión más amplia de su misión incluyendo los objetivos de desarrollo sostenible (ODS). Como afirmaba la filósofa Adela Cortina en un artículo reciente, “educar en la excelencia, se consigue compitiendo consigo mismo en cooperación con otros: esa es la misión de la universidad”. Así, una universidad no puede ser solo excelente por muchos artículos que sus miembros consigan publicar en los primeros cuartiles. Este es el reto que las nuevas regulaciones, como la LOSU (Ley Orgánica del Sistema Universitario), tienen al frente. Hay que recuperar el debate, conseguir que nuestros centros de educación superior vuelvan a ser espacios de diálogo y de deliberación entre sus miembros sobre los más diversos temas, sin ningún tipo de exclusión. Las posibles nuevas atribuciones a los claustros universitarios que la LOSU sugiere no acaban de concretar el marco de reflexión necesario para abordar, entre otros, el debate sobre la alteración de los ejes básicos de nuestras instituciones. Hay que abordar, sin ningún tapujo, la desviación de las funciones de estas mientras se mantiene un sistema de acreditación que exige unos falsos parámetros objetivos basado en la indexación de las revistas especializadas y que olvida –o deja aparte– la calidad de una docencia que forme una ciudadanía crítica y sin mediocridades. De lo contrario, perderemos nuestra esencia, nuestra alma, y nos convertiremos en meros contenedores de alumnado, como una especie de guardería de una generación que siguen mediatizados por las influencias de las redes sociales y sin ningún tipo de espíritu crítico o voluntad de transformar su entorno.