Dylan, toscas y duras formas

Gene Autry.

Gene Autry.

Emilio Soler

Emilio Soler

Siempre he mantenido que traducir a Dylan es una tarea muy complicada (especialmente para los que no tenemos ni la más remota idea del inglés, y no solamente el del Medio Oeste mezclado con el slang neoyorquino). Por eso, aunque con mi osadía habitual me atrevo a traducir el título del último disco de uno de mis compositores favoritos dando nombre al espectáculo que viene representando por todo el orbe desde hace un par de años, no puedo asegurarles que sea la traducción adecuada. Que quede claro.

En Alicante, este jueves, hemos visto y escuchamos a un Dylan que ya conocíamos de épocas anteriores (reconozco que lo he seguido por toda la geografía española, desde Sevilla a Alicante pasando por Murcia, San Sebastián, Benidorm y Valencia) tan sobrio, austero y poco amable con el respetable, como suele últimamente. El vetusto divo viste de negro, se sienta ante el teclado sin saludar al público, apenas dice hola y adiós, especialmente cuando ha presentado a los cinco músicos, excelentes, que le acompañan y, tras dos canciones, se levanta para que el respetable le aplauda y hace mutis por el foro, tan silencioso como llegó.

Echamos de menos, como siempre en las últimas veces que lo hemos visto, sus grandes éxitos, aquellas baladas rockeras que nos recuerdan viejas épocas cuando éramos más jóvenes (él también) y que nos ayudaban a pensar que los tiempos pronto nos iban a pertenecer. Ahora, Bob, se ha convertido en una máquina de ganar dinero demostrando al mundo que un cantante también puede ser Premio Nobel de Literatura, aunque no vaya a Estocolmo a recogerlo. Merecido galardón, por otra parte.

Con todas esas premisas y sabiendo de antemano con lo que me iba a encontrar, enfilamos camino a la Plaza de Toros alicantina aprovechando unas entradas que me habían llegado "de baracalofis", magnífica expresión popular de origen marroquí que lo mismo quiere decir "gratis" o "gracias". Me costó un poco convencer a Mari Carmen para que abandonara parte del festival de uno de sus nietos, Jordi, para poder llegar a tiempo a la hora del concierto y coger el sitio apropiado. Lugar, por cierto, al que estuvimos que escalar por empinada escalera ya que el ascensor no llegaba y no llegaba. Dudamos entre dejar los móviles el coche, arriesgándonos a perderlos, o permitir que la caótica organización del evento (tan solo salvada por la amabilidad de las chicas de negro) los envolviera en un extraño artilugio que nos impediría hacer fotos ni grabar nada de nada en el recital. Como si todas las melodías del último trabajo dylaniano en estudio no estuvieran ya colocados en el nuevo patrocinador de mi querido equipo culer, el Spotify ése.

Volviendo a las casi dos horas del concierto dylaniano, las canciones de su último y celebrado disco (parte de la crítica lo ha definido como una de sus obras maestras) parecieron largas, cansinas y un tanto repetitivas. Apenas un rock que sonaba a conocido, Goodbye Jimmy Reed, y muchas tristezas como Murder most foul o Crossing the Rubicon, emulando a Julio César. Aplausos para Mother of Muses y, créanlo, poco más. Miguel Ors no te perdiste nada, como preveías.

Antes nos referíamos al título de su último disco que daba nombre a su gira mundial y me recordaba una vieja canción country de Gene Autry, un intérprete tejano que se hizo multifamoso en los Estados Unidos. Autry, con su guitarra al hombro, compuso e interpretó decenas y decenas de canciones que se hicieron populares, algunas tan importantes como Red River valley, Oh, Susanna! o Ghost riders in the sky, melodías que él mismo cantaba en alguna de sus también decenas y decenas de películas que durante veinte o treinta años interpretó como cantante country y cow-boy para la productora cinematográfica Republic, la de la fordiana El hombre tranquilo, con un enorme éxito que le llevó a convertirse en multimillonario. Su vida no estuvo exenta de grandes altibajos hasta que se vio recompensado cuando pudo hacerse dueño del equipo de beisbol de Los Ángeles, aunque nunca pudo ganar la serie mundial con el mismo y terminó vendiéndoselo a Walt Disney. Ya saben, nadie es perfecto.

Bueno, pues al tal Gene Autry lo tengo muy presente porque en mi casa de Biar, donde guardo las joyas imperecederas de mi juventud en forma de vinilos, libros y tebeos, tengo las aventuras que protagonizaba el cantante-actor-millonario en las historietas de la editorial mexicana Novaro. Tebeos que eran un reflejo fiel de los cómics norteamericanos que inundaron el mercado yanqui durante muchos años y en los que Autry competía con otros vaqueros y cantantes famosos, como Roy Rogers y Hopalong Cassidy, tan pulcros y almidonados como él.

Con toda seguridad (vayan ustedes a saber) el nombre puesto al disco y gira mundial, Rough and Rowdy ways (algo así como Toscas y rudas maneras), debe ser un homenaje de Robert Zimmermann, alias Bob Dylan, tal y como hiciera con Woody Guthrie, su mentor ideológico, a uno de las canciones del mismo título, compuesta e interpretada por Gene Autry y publicada en su álbum Blues Singer: "Durante años y años divagué / bebí mi vino y aposté / Pero un día pensé que me establecería / Conocí a una joven hermosa / Construimos una cabaña en la vieja ciudad / Pero de alguna manera no puedo olvidar mis buenos y viejos días / No puedo renunciar a mis viejas y ruidosas maneras".

Esto fue casi todo lo que ocurrió y lo que imaginé en el jueves 15 de junio de 2023, cuando un músico, premio Nobel de Literatura, ya lo he dicho, actuó en Alicante ante unas dos mil personas que, sinceramente, dado el lugar donde musitó sus canciones el de Minnessota y con la que están armando PP/VOX con lo del torero Barrera, ¡ay!, esperábamos más que una faena de aliño. Para acabar esta especie de crónica apresurada, como Dylan no quiso que le hiciéramos fotos, mejor les dejo una imagen de Gene Autry. Abur, Bob.