Hoja de calendario

El PP y la ultraderecha europea

Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal, este martes en el Congreso de los Diputados.

Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal, este martes en el Congreso de los Diputados. / JOSÉ LUIS ROCA

Antonio Papell

Antonio Papell

Si se descarta la posibilidad de que Puigdemont lleve a Feijóo y Abascal a La Moncloa (VOX ha propuesto la rápida aplicación de un 155 preventivo para desmantelar la autonomía catalana), resulta una ironía del destino que el PP esté a expensas de la voluntad del PNV para alcanzar el gobierno. Porque, como se ha recordado estos días, el PNV fue expulsado de la Internacional Demócrata Cristiana en la reunión de Santiago de Chile de 10 de octubre de 2000 a instancias de José María Aznar, quien acababa de obtener en España una sólida mayoría absoluta y estaba entusiasmado con el vínculo trasatlántico con los Estados Unidos, en perjuicio de la Vieja Europa, que le producía grima, entre otras razones porque nunca había logrado una acogida cálida en Bruselas.

En los años contiguos al cambio de milenio, el Partido Popular Europeo amplió sus horizontes y convocó un proceso de unificación del mundo conservador, hasta que en el 2006 volvió a registrarse otra fractura: el Partido Conservador británico y el Partido Democrático Cívico de la República Checa fundaron el Movimiento para la Reforma Europea, una entidad de partidos euroescépticos al margen del Parlamento Europeo que, tras las elecciones europeas del 2009, formó grupo propio.

En la actualidad, el presidente del Partido Popular Europeo es Manfred Werner, quien sucedió al liberal Donald Tusk el año pasado. Werner, reaccionario de pro, habitualmente enfrentado a las posiciones de Ursula von der Leyen, también del PPE, es partidario de que esta organización ofrezca fraternal cobijo a los partidos de ultraderecha de los cuatro países del Grupo de Visegrado (Hungría Polonia, República Checa y Eslovaquia): en la actualidad, la ultraderecha está integrada en los gobiernos húngaro y el polaco.

Como es bien conocido, Feijóo, desde que fue designado presidente del PP, ha criticado con dureza a von der Leyen y en general a toda la Comisión por sus buenas relaciones con Sánchez, y ha cultivado la cercanía con Werner, patrocinador de un gobierno en España formado por el PP y VOX. El pasado mes de abril, Weber y la jefa de la delegación popular española en la Eurocámara, Dolors Montserrat, acusaron a la Comisión Europea de “hacerle la campaña” al Gobierno de Pedro Sánchez por la contundente posición del comisario europeo de Medioambiente, Virginijus Sinkevicius, contra el proyecto de ley andaluz para el Parque de Doñana. La complicidad entre Werner y el equipo PP-VOX español se ha mantenido de forma ostensible desde que Feijóo gobierna el PP.

Con Werner se alinean los gobiernos europeos de extrema derecha (los de Hungría, Polonia, Italia, Finlandia y Letonia). Y este conglomerado de euroescepticismo, xenofobia frente a la inmigración, ultraliberalismo económico, negacionismo climático, etc., que aspira a un buen resultado en las elecciones europeas de 2024, contaba ya por adelantado con la complicidad de la España de Vox y el PP. Pero los españoles hemos reaccionado a tiempo y hemos impedido el desmán.

Werner patrocina, en fin, el modelo decadente de una derecha dura e inclusiva de la extrema derecha (sobre todo de la que se manifiesta pro OTAN), frente a los dos bastiones inflexibles del cordón sanitario en torno al neofascismo: Francia y Alemania, que mantienen a raya al ogro totalitario.

Así las cosas, no es extraño que Feijóo trate desesperadamente de conseguir los apoyos que podrían colmar su sueño, pero será muy difícil que tuerza la voluntad del PNV. No por incompatibilidad ideológica precisamente sino porque el PNV tiene también que pasar por las urnas el año que viene en Euskadi, en competencia con EH Bildu, una formación que la extrema derecha quiere ilegalizar, con el aura de prestigio que tal amenaza genera en la sociedad vasca.

Con un poco de suerte, los españoles conseguiremos sortear, al menos por ahora, el dilema europeo permaneciendo en el lado del eje francoalemán, sin contaminarnos con la ola ascendente de la extrema derecha trumpista. Y si la actitud es clara y firme, sería posible que la degeneración intelectual del populismo decline, como una moda pasajera, antes de que tengamos que regresar a las urnas.

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