Opinión

El profesor

El profesor

El profesor / JuanCarlosPadillaEstrada

-Pa, quisiera que hablaras con un profesor español, que acaba de subir aquí.

—¿Profesor español?

—Sí. Procedente de la Tierra.

—Bueno…

—Creo que nos interesará lo que cuenta.

—Encantado, profesor.

—Buenos días, Pa. Aunque no sé porqué digo eso de buenos días, debe ser un hábito adquirido.

—Uff… parece que no es usted la alegría personificada.

—Ya me dirá usted. Hay días que me cuesta levantarme, porque el mundo parece una locura. En realidad hay algún día, escaso, que no me cuesta.

—Lo dicho. ¡Profesor Alegre!

—Miren ustedes, si no me creen, el panorama: Guerras en el Medio Oriente y Ucrania, aumento mundial del antisemitismo, polarización creciente entre partidarios de judíos y árabes, en una espiral de irresolubilidad. Constante negación de la ciencia a favor de narrativas basadas en opiniones por parte de las turbas de las redes sociales. Enfrentamientos civiles casi cruentos en países donde teóricamente reinan los derechos civiles: Estados Unidos, España… Porque de las autarquías ni hablamos, recuérdese la tierra del señor Putin, el señor Maduro, Mr Kim Jong Un… donde diferir es equivalente a prisión o muerte. En conjunto, el mundo parece estar seriamente averiado.

—Parece usted levemente pesimista, profesor. En la Tierra sigue saliendo el sol cada mañana, y la Humanidad disfruta de la mayor expectativa de vida de su historia, del mayor progreso económico, de la menor desigualdad social, del mayor adelanto tecnológico que se ha conocido en el planeta. Quizá no todo sea negro, después de todo.

—Eso es cierto, Pa. Pero ese progreso técnico que usted reconoce no se corresponde a la evolución social ni intelectual de los humanos. No estamos en la misma curva ascendente en lo técnico que en lo social. Verán: Los avances tecnológicos han sido mal metabolizados por los homo sapiens, y en vez de profundizar en su humanidad, en las virtudes que se la confieren, los cachorros humanos son cada vez más arrogantes, más ignorantes y a la vez más osados, como si esa tosquedad les confiriera la valentía para exponer sus propias sandeces en el patio público, sin vergüenza ni pudor. Y además, esa misma ignorancia los recluta en grupos de iletrados, osados, capaces de exponer estupideces urbi et orbe y emprenderla con violencia contra sus oponentes.

—No sé yo…

—Desde el advenimiento de internet, que es una maravillosa fuente de conocimiento como no ha conocido el ser humano, las gentes se han agrupado en redes sociales, bajo un anonimato que permite expresiones realmente patéticas. Mil y una teorías absurdas, cuando no peligrosas, han ido haciendo fortuna en la red, infectando a millones de incautos. Y millones de mentecatos que antes estaban callados por vergüenza, la han perdido para expresarse en esos medios, tan libres como protegidos por un vergonzante anonimato. Repasen, si no me creen, la nómina de teorías conspirativas que pueblan las redes: han crecido como setas en otoño. Y lo que es peor, ante cualquier acontecimiento, de la naturaleza que sea, surgen estupideces diversas de todo signo que hacen que la verdad quede semioculta por una maraña de majaderías tan imaginativas como atroces.

—¿Cuál es la consecuencia final de semejantes dislates?

—La sociedad, señores míos. Que poco a poco va girando de sensatez a irresponsable ignorancia. No hay más que escuchar opiniones, ver el nivel de los políticos y los dirigentes actuales y los argumentos que esgrimen, propios de primates escasamente evolucionados, que apelan a lo más primario del ser humano, esos sentimientos básicos, anclados muy cerca del cerebro reptiliano de los homo sapiens. Hoy en día, señores, la razón está siendo sustituida por las emociones, con todo lo que ello conlleva, que en algún ámbito puede ser positivo, pero que a la hora de gestionar un gran colectivo humano es la receta definitiva del fracaso. Miren, si no, la última hazaña del señor Sánchez, una artimaña para conseguir adeptos, victimizarse y ampliar esa polarización entre él y los suyos (los buenos) y el resto (los malísimos fachas), una mascarada de final conocido con la que solo gana una sola persona.

—Ufff… me está usted dejando atónito. ¿Se le ocurre alguna solución?

—No crea que no lo he pensado, no. Quizá por eso mi humor es el que ustedes han podido constatar. Pensé en retirarme, disfrutar mi vida personal alejado del mundanal ruido, nadie tiene obligación de llevar el mundo sobre sus hombros. Pero decidí no desistir en erradicar ese tribalismo paleto, ese odio primario tan extendido de nuestro amado planeta. Porque, al fin y al cabo, la supervivencia de nuestra especie dependerá de la expresión de nuestra inteligencia colectiva.

—Que ahora se ve muy amenazada, por lo que parece.

—Así es. Muchos problemas surgen de una tendencia a unirnos en tribus y excluir a las otras tribus. Y muchas veces los promotores de estos principios solo respaldan las evidencias cuando estas corroboran sus opiniones, como aquellos que parecen promover la libertad de expresión pero solo la conceden a quienes están de acuerdo con ellos. ¿Saben ustedes? Yo creo que solo la existencia de un enemigo común nos uniría a los humanos y dejaría a un lado nuestras catetadas tribales.

—¿Como una civilización extraterrestre, se refiere usted?

—Eso mismo.

—Pues… quizá eso lo podamos arreglar nosotros, porque si nos sentamos a esperar que lo arreglen los humanos… Por cierto… ¿qué cree usted que hará el señor Sánchez?

—¿Alguien lo duda? No creo que haya en el planeta nadie con más de 90 de cociente intelectual que piense algo diferente a una maniobra para asentarse en un poder precario. Si hasta dijo que “en contra de lo que pueda parecer, no tengo ninguna ambición de poder”.

—¡¡¡¡Por el amor de mí!!!!