Opinión

El castigo de las niñas buenas

La fachada sonriente y perfecta esconde en muchas ocasiones inseguridad y baja autoestima y conlleva, en realidad, la supresión de impulsos naturales

El castigo de las niñas buenas

El castigo de las niñas buenas / Pexels

Últimamente se ha convertido en una práctica habitual ‘etiquetar’ comportamientos y/o conductas que llevan existiendo siglos. Como si de alguna manera, al ponerles un ‘nombre’ conjurásemos años de mirar hacia otro lado y les diéramos por fin la importancia y la atención que merecen. Mi último hallazgo: el síndrome de la niña buena.

El término tal cual apareció por primera vez, negro sobre blanco, en 2008, con la publicación del libro, ‘The nice girl syndrome’ (traducción literal), escrito por la psicoterapeuta norteamericana Beberly Engel; pero el comportamiento que retrata es tan viejo como el mundo.

Lo que Engel describe, basado en su experiencia de 30 años tratando pacientes, es un perfil de mujer que a todas nos suena conocido: personas que no saben decir que no, ni poner límites. Que siempre están disponibles para otros y buscan facilitarles la vida y resolver sus problemas, poniéndolos por encima de los suyos, porque tienen un miedo incontrolable a decepcionar a los demás.

También se caracterizan por ser educadas, tranquilas y sumisas, o al menos, parecerlo, la mayoría del tiempo. Otra de sus señas de identidad es tratar de ser siempre complacientes, para ganar la simpatía de otros, intentar agradar constantemente y tener una sonrisa perenne en los labios. Todo ello, independientemente de su estado emocional, porque ellas y sus necesidades están siempre en segundo plano. Además, no se permiten expresar ira o cometer errores, porque tienen poca tolerancia a las críticas y las opiniones de los demás dirigen sus vidas. 

Todos conocemos a alguna ‘niña buena’, o hemos pasado por alguna fase en la vida en la que incluso hemos intentado serlo. Aunque entonces no fuéramos conscientes de que fuera un problema, y mucho menos un síndrome. Todo lo contrario, pensábamos que simplemente estábamos intentando encajar en el patrón de lo que se considera que es ser buenas hijas, buenas madres, buenas compañeras o amigas.

Sin darnos cuenta de que el hacerlo conllevaba la aceptación tácita y el castigo de llevar una ‘careta’ de por vida. Una a la que se le quitaba importancia, porque aceptábamos que era parte de la letra pequeña de ser la mujer perfecta. 

Y no es de extrañar. No hay que escarbar demasiado en la memoria para encontrar este prototipo presente en nuestra cultura, en nuestra sociedad y en nuestras vidas desde nuestra más tierna infancia.

No sólo en el ejemplo de nuestros mayores, que reforzaban y moldeaban nuestro comportamiento en base a esos referentes, sino también en los libros de cuentos, donde las protagonistas sacrifican sus vidas y su bienestar por los demás: Cenicienta, Blancanieves o Bella, son claros ejemplos.

Pero es que además, más tarde, la mayoría de los personajes principales de las comedias románticas o las infumables telenovelas, primero las sudamericanas y ahora, las turcas, han seguido perpetuando machaconamente esa heroína plana y aburrida: buenas chicas, dispuestas a anteponer la felicidad de sus seres queridos a la suya propia.

Siempre objetivamente perfectas, pero discretas y casi invisibles. Mujeres disponibles y eficientes, pero irremediablemente condenadas a superar ‘obstáculos’ y, por supuesto, ‘chicas malas’, para poder lograr su final feliz, y seguir representando su ‘papel’ para el resto de su vida, y así mantener al príncipe.

Las Redes Sociales están llenas de ‘expertos’ analizando el fenómeno desde que se empezara a hablar de ello. Argumentan que las expectativas culturales y sociales; así como la educación y la crianza, son claves a la hora de dar pábulo a semejantes conductas.

Pero sobre todo advierten de las consecuencias que tiene para cualquiera mantener toda la vida esa fachada sonriente y perfecta, que en muchas ocasiones esconde inseguridad y una baja autoestima, y que conlleva, en realidad, la supresión de impulsos naturales, con los consiguientes estragos que ello puede causar en la salud mental

Por eso es importante ponderar y poner en valor otros patrones de mujer. Para cambiar el guion y los destinos de quienes se miren en ellas. Yo siempre recordaré a Malena, ese personaje de Almudena Grandes que siendo yo todavía adolescente me hizo saber que existen otros modelos posibles, en los que verse reflejada, sin culpabilidad ni complejos.

Personajes fuertes que se rebelan ante lo que no consideran injusto, que luchan por sus sueños, que se dejan llevar por sus deseos y ponen su bienestar y su realización personal por encima de los de los demás. Que no tienen como objetivo complacer ni agradar a nadie, más que a ellas mismas y que están dispuestas a cometer errores, para aprender de ellos.

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