Los hasta cerca de 200 litros de agua por metro cuadrado que descargaron de media las tormentas que sacudieron la provincia de Alicante el pasado fin de semana, con la trágica consecuencia de la muerte de un policía local de Calp cuando rescataba a un conductor atrapado en su vehículo, han supuesto el primer aviso de lo que se espera este próximo otoño: una estación marcada por el riesgo de una gota fría similar a la que sacudió la Vega Baja en 2019.

El Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante advierte, en este sentido, de que el periodo de máximo riesgo se ha adelantado un mes, y a partir de esta semana cualquier embolsamiento de aire frío en la atmósfera puede generar una tormenta de gran intensidad y mucha lluvia en un corto espacio de tiempo. Precipitaciones que cuentan con un factor añadido y es que el mar está a 27 grados en muchos puntos de la costa. Otro récord: la provincia registra desde el pasado mayo 85 noches tropicales y según Jorge Olcina, director del Laboratorio de Climatología de la UA, el calor nocturno seguirá y se pueden batir las 93 noches tropicales de 2003, incluso llegando a las cien.

"Este otoño va a obligar a que se esté muy atento a la evolución del tiempo porque las condiciones de base se intensifican con el calor del mar. Por eso, con inestabilidad muy ligera como la del pasado fin de semana se formaron esas tormentas. En cualquier momento se pueden formar estos núcleos. Tener un mar Mediterráneo todavía a 27 grados nos obliga a extremar las precauciones", subraya Olcina.

Jorge Olcina, director del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante, alerta de que el verano ya ha superado el calor de 2003, el más tórrido desde que se tienen registros y contabiliza ya 85 noches tropicales desde mayo, a siete del récord (2003), que se batirá porque continúan. Y el mar a 27 grados, una bomba en caso de formarse una gota fría. Una situación de la que todavía no hay pronósticos pero de la que los expertos en clima no dudan que puede castigar el Mediterráneo en cualquier momento ya a partir de esta semana.

Las DANA sufren un proceso de ondulación, separación, ruptura y aislamiento y tiene una circulación intensa, mientras que la gota fría se basa en el núcleo de temperatura fría de la depresión cerrada. Entonces, la circulación se cierra y la borrasca queda aislada

La temperatura de la superficie del planeta entre junio y agosto fue 0,89 grados superior a la media del siglo XX, que es de 15,6 grados. Se trata del quinto trimestre de junio a agosto más cálido en el registro global de temperaturas -que comienza en 1880-, empatado con los de 2015 y 2017. Se trata de solo 0,05 grados menos que junio a agosto de 2016. El trimestre de junio a agosto resultó ser el verano más cálido nunca observado en Europa, con 2,41 grados por encima de lo normal, y el segundo en Asia (1,46 grados más) y en América del Norte (1,45 grados más), en tanto que empató con el de 2002 como undécimo más caluroso en África.

Por otra parte, AEMET destaca que la temperatura media del trimestre compuesto por junio, julio y agosto de 2022 fue de 24ºC, es decir, 2,2ºC superior al promedio normal. Se trató de un verano extremadamente cálido, el de mayor temperatura media de la serie histórica, superando por 0,4ºC al de 2003, el más cálido hasta la fecha.

Se registraron tres olas de calor durante el verano. La primera de ellas, entre el 12 y 18 de junio, fue la segunda más temprana desde que hay registros. La segunda, entre el 9 y 26 de julio, fue extraordinaria en cuanto a duración (con dieciocho días, fue la segunda más larga de la serie) y extensión (afectó a 43 provincias, máximo histórico). Además, fue la ola de calor más intensa de todas las registradas en España, superando a la de agosto de 2021, que ostentaba el récord hasta ahora. La tercera ola de calor, que tuvo lugar entre el 30 de julio y 15 de agosto, fue la tercera más duradera, con diecisiete jornadas. En total, España estuvo bajo ola de calor 42 días, es decir, prácticamente la mitad del verano, superando con creces el anterior récord de 29 días, ocurrido en 2015.

Balance climático del verano en el mundo Información

Además del calor, las precipitaciones fueron escasas, especialmente en junio y julio, ya que ambos meses fueron muy secos. Agosto alcanzó un valor cercano al promedio normal en cuanto a lluvias, aunque éstas fueron de carácter mayoritariamente tormentoso. Se registraron fenómenos meteorológicos muy adversos asociados a las tormentas, como la granizada de gran tamaño registrada en Cataluña a finales de agosto y los reventones cálidos en la Comunidad Valenciana a mediados de ese mismo mes. En conjunto, el verano tuvo un carácter muy seco, con 48 litros por metro cuadrado acumulados en el conjunto de España, lo que supone un valor inferior en un 35% al promedio normal.

 Con esta situación, España en su conjunto termina el verano en sequía meteorológica, situación en la que permanece desde enero de 2022, y que es más intensa en áreas del tercio oeste e interior de la mitad norte peninsular. El año hidrológico actual, que comenzó el 1 de octubre de 2021 y terminará el próximo 30 de septiembre, está siendo muy seco: con unas lluvias actualmente inferiores en un 25% al valor normal, es probable que acabe situándose entre uno de los tres más secos de la serie histórica cuando finalice.

Aunque el verano estrictamente meteorológico comprende los meses de junio, julio y agosto, en España se está constatando un alargamiento de los veranos en detrimento del otoño y, especialmente, la primavera. Se estima que, desde los años 80 del siglo XX, se han alargado diez días por década los veranos. En este sentido, cabe señalar que esta circunstancia ha estado muy presente en 2022, con un mes de mayo muy cálido y con muy pocas precipitaciones. Mayo fue más cálido que cerca del 16% de los meses de junio desde los años 60 y se llegaron a superar los 40ºC en puntos del sur de la Península.

 La temperatura superficial del agua del mar Mediterráneo ha estado en valores superiores a lo normal de manera ininterrumpida desde comienzos del mes de mayo, y desde la primera semana de julio, también ininterrumpidamente, registra temperaturas que se sitúan en el 5% de los más elevados de la serie histórica, alcanzando un valor promedio superior a 29ºC a mediados de agosto, récord absoluto.

 Es un hecho constatado que las emisiones de gases de efecto invernadero están provocando un aumento de las temperaturas global. En España, ese calentamiento se estima en alrededor de 1,4ºC desde los años 50 del siglo XX. Aunque la variabilidad espacial y temporal en lo que a lluvias se refiere es muy grande, en el conjunto del país las precipitaciones han disminuido alrededor de un 12% en el mismo período. Ese claro incremento de las temperaturas y ligera disminución de las lluvias se ha traducido en una extensión en nuestro país de los climas áridos. Se estima que, desde mediados del siglo XX, los climas de tipo árido han duplicado su extensión en España, avanzando a un ritmo de más de 1.500 km² al año. Esto significa que, cada cinco años, una extensión equivalente a la de la provincia de Alicante adquiere un clima árido en nuestro país.

 

Por otro lado, el último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) ha puesto al día los últimos datos sobre las alteraciones que está produciendo el calentamiento global y qué cambios bruscos pueden esperarse a corto plazo. Una de las evidencias es que entre 3.300 y 3.600 millones de personas viven en contextos altamente vulnerables al cambio climático, y que el calentamiento global, que alcanzará los 1,5 °C a corto plazo, provocará peligros climáticos y múltiples riesgos para los ecosistemas y los seres humanos.

De hecho, ya estamos empezando a sufrir consecuencias como las olas de calor extremo vividas este verano. De ello, y de cómo incentivar y promover la puesta en marcha de iniciativas que hagan más adaptable y resistente a la sociedad ante el reto climático, se hablará en el ciclo Retos, "Resiliencia urbana frente al reto climático", organizado por la UOC, que tendrá lugar este miércoles.

"Por un lado, hablamos de estrategias de mitigación del cambio climático desde las ciudades, entendiendo que una parte importante de las emisiones globales se producen en contextos urbanos. En este sentido, el reto está en buscar medidas enfocadas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de distintas actividades que tienen lugar en las ciudades y que suponen emisiones directas o indirectas, con especial énfasis en la movilidad, el consumo energético de los hogares o de los equipamientos públicos", explica Hugh March, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC.

"En segundo lugar, un tema cada vez más recurrente en las políticas públicas urbanas es el de la adaptación a los efectos del cambio climático, y más concretamente de los riesgos hidroclimáticos exacerbados por el cambio climático y que pueden tener múltiples manifestaciones. Uno de los efectos que más notamos en el plano urbano es la intensificación y aumento en la recurrencia de las olas de calor y del número de noches tropicales o tórridas, además de la recurrencia de la sequía y las inundaciones ligadas a regímenes más extremos de precipitación o, en las geografías costeras, el incremento del nivel del mar y la afectación a infraestructuras básicas y sector residencial", añade el profesor de la UOC.

Además, como explica el catedrático de la Universidad de Sevilla, Leandro del Moral, el proceso de cambio climático coincide y se relaciona con dinámicas de aumento de la pobreza, desigualdad social y la consiguiente acentuación de la vulnerabilidad social, "lo que requiere concreción y operatividad de los planteamientos de equidad y transición justa que hay que aplicar, y que afecta especialmente a la capacidad de las personas de afrontar los riesgos relacionados con las olas de calor".

Olas de calor en Alicante

En su opinión, afrontar el proceso de cambio climático con perspectivas de mitigación y adaptación requiere una reordenación del conjunto de las políticas urbanas (energía, movilidad, abastecimientos, estrategias de desarrollo económico…). "Desde nuestra perspectiva de análisis de la resiliencia frente a los riesgos hidroclimáticos, hemos analizado en detalle el fenómeno de las olas de calor, con especial atención a los colectivos más vulnerables. Y desde esa perspectiva, en un taller realizado en Sevilla con agentes sociales y representantes institucionales, hemos identificado una larga serie de actuaciones concretas e importantes", explica Del Moral.

Los expertos plantean, en este sentido, la adaptación climática y mejora ambiental de los espacios públicos, incrementando las áreas sombreadas, con especies adecuadas y bien distribuidas en el espacio, además de mayor presencia de agua —aseos y duchas públicas, fuentes bebedero y fuentes de ocio. Creación de una red de espacios de refugio y encuentro en edificios públicos (bibliotecas, centros cívicos...) que cubran el incremento de necesidades por episodios de calor, junto con la aplicación de la normativa de bioclimatización para centros educativos, revegetando los centros escolares, convirtiéndolos en pulmones verdes y refugios climáticos, y la adaptación de los centros de atención a personas sin hogar a las necesidades reales.

Rehabilitación del parque de viviendas mejorando sus condiciones de habitabilidad y confort térmico, asegurando suministros a los hogares vulnerables durante olas de calor con garantía de mínimo vital de agua y energía, acompañando a la población excluida socialmente para acceder a ayudas.

Mejora del conocimiento, sensibilización y comunicación y aspectos normativos, lo que implica la formación y sensibilización para la población sobre qué hacer en caso de ola de calor adaptando esta formación a diferentes colectivos: migrantes, turistas, niños/as o personas con diversidad funcional, entre otros colectivos, junto con campañas de visibilización de la pobreza energética y sus impactos.

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Como explica Hugh March, las estrategias de mitigación del cambio climático tienen una larga trayectoria, "y podríamos afirmar que, con más o menos intensidad, una gran parte de las ciudades medias y grandes europeas, así como en muchas otras geografías, despliegan estrategias de sostenibilidad urbana cuyo objetivo entre muchos otros puede ser disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero que se producen en la ciudad", señala el profesor de la UOC.

"Sin embargo, seguramente lo que hemos ido viendo desde ya hace algunas décadas no ha sido lo suficientemente ambicioso, y, dada la situación actual de emergencia climática, se ha intensificado el interés en afrontar la cuestión climática desde la ciudad, tanto desde el punto de vista de la mitigación como de la adaptación".