Tribuna

El milagro de Torrecilla

Rubén Torrecilla es manteado por sus jugadores tras lograr el ascenso.

Rubén Torrecilla es manteado por sus jugadores tras lograr el ascenso. / Áxel Álvarez

Enrique Moscat

Enrique Moscat

Berna, 4 de julio de 1954. Final de la Copa del Mundo entre Hungría y Alemania Occidental. No cabía ni un alfiler en el Wankdorfstadion de la capital suiza. Los 62,500 espectadores que llenaban las gradas del imponente y hoy demolido estadio se preparaban para ver una nueva exhibición del rodillo húngaro. Los magiares habían llegado a la final del que todo el mundo pensaba que iba a ser “su” Mundial dejando claro que eran (casi) invencibles. Aplastaron a Corea del Sur (9-0) y a la propia Alemania Occidental (8-3) en la primera fase; a Brasil (4-2) en cuartos y en semifinales a la hasta entonces campeona del mundo, Uruguay (4-2). La final ante los alemanes era vista por todo el mundo como un mero trámite. Por todos excepto por Sepp Herberger.

El seleccionador alemán, uno de los primeros técnicos de la historia en dar importancia al aspecto psicológico en el fútbol, era consciente tanto de la inferioridad de sus jugadores como también de que si existía una mínima posibilidad de que Hungría mordiera el polvo, esta tenía que fraguarse en el vestuario. Rostro serio, brillantina en el pelo y un brillo en los ojos que presagiaba algo grande, Herberger se puso frente a sus chicos y les dio una charla mucho más motivadora que táctica. Les hizo saber que no se le podía conceder ni un metro a Sándor Kocsis y que, en vez de marcar individualmente a Hidegkuti, Puskas y Czibor, había que trazar una línea de contención en el centro del campo a fin de evitar sus diagonales. Pero sobre todo les habló de lo incierto que es el fútbol, de fe, de esperanzas. Les dijo que “el balón es redondo precisamente para que el partido pueda cambiar de dirección” y les concienció de que un partido dura 90 minutos y que, al fin y al cabo, sólo son once hombres contra once hombres... Nunca salió un equipo tan motivado a un césped. Noventa minutos después, la mente fue más importante que las piernas de los futbolistas y Alemania se proclamó campeona del mundo. El milagro de Berna se había consumado.

LA IMPORTANCIA DE LA PSICOLOGÍA EN EL DEPORTE

Como hemos podido ver, el aspecto psicológico en el deporte es fundamental. La psicología, implementada en un vestuario de forma precisa e inteligente, aporta innumerables beneficios a los deportistas: mejora la concentración, la motivación y con ello el estado de ánimo, la confianza en sí mismos y, por ende, el rendimiento. Para triunfar en el deporte profesional no basta con ser bueno. También hay que creérselo. Y es que, por mucho y por muy bien que entrenes, que cuides los hábitos alimenticios y vitales o por mucho que incidas en los aspectos técnicos y tácticos, la gloria de un equipo de fútbol depende de otros aspectos que escapan de cualquier control objetivo.

Según la socióloga Cuque G. Arenas (Oviedo, 1977), “para que un equipo llegue a la excelencia hay que partir de tres preguntas claves que se tienen que hacer los jugadores y su propio entrenador: qué, cómo y por qué. El QUÉ lo definimos como el objetivo a conseguir -crear un EQUIPO de Alto Rendimiento- para triunfar. El CÓMO se sustenta sobre cuatro pilares: el técnico, el jugador individual, el colectivo y el entorno”. En relación a esto, la socióloga indica que “el míster debe convertirse en un líder (motivador, asertivo, empático y ejemplar) que vele por la unidad de todos sus hombres y que sea capaz de generar confianza, sinergia y resiliencia en cada jugador y en el conjunto de la plantilla. Este, además de trabajar en profundidad los aspectos físicos y técnicos, en la medida de lo posible, debe cuidar los mentales, aportándoles las herramientas necesarias para mantener la ilusión y para afrontar y asimilar los posibles fracasos y los comentarios negativos procedentes del entorno”. Asimismo, Cuque enfatiza en la importancia de que el líder -en este caso el entrenador- agradezca (el esfuerzo y compromiso de sus hombres), reconozca (el rendimiento y la constancia) y aplique un lenguaje apropiado, positivo y con críticas constructivas. Para acabar, la terapeuta ovetense afirma que “el POR QUÉ es lo que podríamos definir como el significado del qué y del cómo, es decir, como la búsqueda, en este caso, de esa excelencia que nos permita poder conseguir los objetivos planteados”.

Alicante, 24 de marzo de 2024. El Hércules, tras empatar ante el Terrassa, sumaba su sexta jornada sin ganar, alejándose a 9 puntos del entonces líder (Badalona Futur) y, con ello, prácticamente dilapidaba cualquier posibilidad de lograr el ascenso directo. Todo hacía presagiar que se iba a repetir el mismo guion de las últimas temporadas. El enésimo fracaso se mascaba en la ciudad.

Sólo en el último lustro vistieron la blanquiazul hombres como Falcón, Alfaro, Benja, Borja Martínez, Pedro Sánchez, Appin, Abde, Tano Bonnín, Aketxe, Moyita, Toro Acuña, Álex Martínez y un larguísimo etcétera de muy buenos futbolistas. Nunca faltaron los grandes nombres para lograr los objetivos pero el “enfermo” siempre se quedaba en el camino. Y siempre con el mismo diagnóstico: el mejor equipo sobre el papel nunca lo era sobre el césped. El Olímpico Camilo Cano, Atzeneta, Llagostera, Socuéllamos o Marchamalo y Adarve en el Rico Pérez… la lista de los escenarios y clubs modestísimos que han ido dando la extramaunción al gigante blanquiazul crecía temporada tras temporada, dejando en el aficionado alicantino una cruda sucesión de incredulidad primero, frustración después y, para acabar, una especie de vía crucis “anestesiado” (no olvidemos que lo único “bueno” de que cualquiera te pinte la cara es que cada vez se nota menos cada nuevo rayajo).

Los principales motivos por los que el Hércules era incapaz de llegar al éxito en los últimos tiempos son de sobra conocidos: plantillas descompensadas, desafección directiva-afición, mala planificación y la incapacidad de sobrellevar la presión. Fue en 2023 cuando este último factor, siempre latente, salió a la luz y, curiosamente, lo sacó un entrenador que no parece que cuidase precisamente el aspecto anímico y la unión de sus jugadores. Dicho técnico, de cuyo nombre no sé si merece la pena acordarse, puso el dedo en la llaga y dejó entrever un vestuario dividido, muy presionado y con evidentes síntomas de estrés. Como sabemos, aquel también fue un muy mal año para los alicantinos, que se quedaron en abril sin opciones de jugar el playoff.

¿QUÉ CAMBIÓ EN LA ÚLTIMA TEMPORADA?

En el imaginario popular permanece intacto el recuerdo de la charla que dio a los suyos Luis Aragonés -entonces entrenador del Atlético de Madrid- minutos antes de la final de Copa del año 1992. Aquel día, los rojiblancos se medían al Real Madrid en el estadio Santiago Bernabéu. Los blancos, que contaban con jugadores como Sanchís, Hierro, Hagi, Míchel y Butragueño, eran claramente favoritos. Pero el Atlético contaba con Aragonés. El Sabio de Hortaleza sabía que sólo podría revertir el favoritismo madridista asumiendo el reto con la mentalidad adecuada.

Cuenta la leyenda que, tras dar las instrucciones tácticas pertinentes a sus chicos en el vestuario, el mítico míster colchonero hizo una mínima pausa y les preguntó hasta dos veces si lo habían entendido. E inmediatamente después dio varios golpes a la pizarra, tachó todo lo que había escrito en ella y exclamó: “pues todo esto no vale para nada. Lo que vale es que estoy hasta los huevos de perder con el Madrid, de perder en el Bernabéu… lo que vale es que sois el Atlético de Madrid y que ahí fuera hay cincuenta mil dispuestos a morir por vosotros…”. Aquellos once hombres devoraron al Real Madrid (0-2) y ganaron la Copa del Rey y la inmortalidad entre la hinchada atlética.

Volviendo al Hércules Club de Fútbol y centrándonos en la campaña exitosa recién finalizada, podríamos preguntarnos qué cambió con respecto a la 22/23 y, sobre todo, cómo se superaron problemas tan enquistados en el seno del club como la presión y el ambiente enrarecido en el vestuario. Podríamos decir que la vuelta de Samu Vázquez al lateral dio mayor consistencia defensiva a la banda derecha y que esta, a su vez, permitió la entrada de un segundo extremo (Alvarito), con el consiguiente aumento de peligrosidad en las áreas rivales. También podríamos mencionar otras variantes que resultaron vitales para lograr el objetivo, como fueron las titularidades de Mangada en el puesto de stopper y la de Agustín Coscia -a la postre el héroe del ascenso- en la delantera. Pero no. No se confundan. Esto no ha ido sólo de variaciones tácticas ni de estrategias. Ni de mejores o peores entrenamientos. Ni mucho menos. Esto ha ido también de una plantilla unida, en la que todos, hayan tenido más o menos minutos, se han sentido importantes. Esto ha ido de compañerismo, de sinergias, de resiliencia. De confianza en sus propias posibilidades, de trabajo en EQUIPO y de fortaleza mental (sobre todo cuando iban mal dadas). En otras temporadas, el vestuario blanquiazul habría volado por los aires después del partido de La Nucía o tras una racha tan negativa como la de los 6 partidos sin ganar. Y nunca habría llegado el gol salvador de Ryan Nolan en Alzira, preludio necesario de todo lo que vino después. Este Hércules de Rubén Torrecilla, a diferencia de todos los de los últimos tiempos, estaba listo para sufrir y sentirse cómodo en la incomodidad. El técnico extremeño no es Herberger ni Luis Aragonés, ni ganó aquella Copa al Real Madrid ni obró aquel milagro en Berna, pero ha sabido gestionar y cuidar el aspecto psicológico y anímico de sus jugadores, ha logrado mantener unida a la plantilla hasta en los peores momentos y el resto ya es historia. Y por fin de la buena.

Ya tocaba.