Veinte años de aquel día

El 24 de junio de 2003 se vivió la alternativa del último Manzanares en una singular ceremonia en la que intervino su padre vestido de calle

José María Manzanares salió por la puerta grande el pasado 24 de junio de 2022.

José María Manzanares salió por la puerta grande el pasado 24 de junio de 2022. / David Revenga

Jorge Villar

Jorge Villar

Resulta difícil no referirse al tango de Carlos Gardel que reza aquella letra grabada a fuego en nuestra memoria colectiva de que «veinte años no es nada». Somos muy dados a celebrar los números acabados en cinco y en cero, y en esta ocasión ha sido el último gran nombre de la torería alicantina el que viene a celebrar dicha efemérides. Veinte años, en la profesión taurina, son muchos, sobre todo si el de turno los vive de manera intensa y aupado a los puestos de mayor resonancia de la profesión.

José Mari Manzanares se anunció de manera especial para matar seis toros de Daniel Ruiz en solitario, pero una lesión cervical le obligó el pasado día 10 a pasar por el quirófano y perderse tan importante fecha en el calendario de esta temporada y de toda su carrera. En sus redes sociales anunció su intención de regresar a los ruedos en la feria de julio de Valencia.

Aquella tarde del 24 de junio de 2003, con Enrique Ponce y Francisco Rivera Ordóñez como padrino y testigo oficial de la ceremonia, al menos oficialmente, venía a refrendarse la solvencia como matador de toros del último Manzanares, aquel que en algunos festivales en 2001 asombrara a propios y extraños con un toreo rutilante, conmovedor, de proyección insospechada. La carrera como novillero sería muy corta, año y medio escaso.

Alternativa de Manzanares el 24 de junio de 2003.

Alternativa de Manzanares el 24 de junio de 2003. / Carratalá

Pero esa tarde de 2003 vendría con un ambiente extraño. Muchos se preguntaron por entonces por qué el maestro Manzanares no había realizado el esfuerzo de volver a los ruedos para doctorar a su vástago. Se había retirado en 2000, y volvería solo un año después. Lo cierto es que no había buena sintonía entre padre e hijo por entonces debido a diferencias en la manera de afrontar la carrera del joven torero.

Al año siguiente, preguntado por este medio, el maestro diría que volvía «para enseñar cómo se vive en torero», palabras con las que aclaraba en gran medida la aparente decisión a destiempo. Lo cierto es que, polémica aparte, la ceremonia de aquel 24 de junio de 2003 resultó un éxito al salir el neófito por la puerta grande tras cortar dos orejas y rabo al sexto de la tarde, Mamarracho de nombre, y otra al de la alternativa, Virreino. Fue una fiesta de Alicante para Alicante en la que la fiebre de la terreta lo magnificó todo. Con la dinastía familiar al completo en la plaza: el abuelo Pepe, el tío Pedro, el hermano Manolo…

De Arrojado a Dalia

Tras unas primeras temporadas donde asomaron luces y sombras, a partir de 2007, con su primer triunfo fuerte en Sevilla (que se convertiría en su plaza talismán), el nuevo Manzanares ya empezó a contar entre los primeros nombres del escalafón. Sin sufrir muchos percances, dos hicieron mucha mella: el dengue que se trajo de sus primeras visitas a Hispanoamérica y la lesión en la mano izquierda en un su última tarde de 2010, en Utrera, donde sufrió el corte de varios tendones de esa mano que pondría en peligro su continuidad en la profesión.

Las dudas quedaron disueltas cuando el 30 de abril de 2011 abrió por primera vez la Puerta del Príncipe de la capital del Guadalquivir al indultar a Arrojado, de Núñez del Cuvillo. Dieciocho días después descerrajó también la puerta grande de Las Ventas ante otra res de este hierro, crucial en su vida taurina. Situado entre la baraja de ases del toreo de esos años se sucedieron los triunfos con un toreo definido entre la elegancia, el poder de su mano derecha y, sobre todo, la rotundidad de su espada. Muchos lo tienen por el mejor estoqueador de lo que llevamos de siglo.

Manzanares con Enrique Ponce y Francisco Rivera Ordóñez como padrino y testigo oficial de la ceremonia.

Manzanares con Enrique Ponce y Francisco Rivera Ordóñez como padrino y testigo oficial de la ceremonia.

A finales de 2014, con Manzanares en lo más alto, un hecho luctuoso marcaría entonces su vida: la muerte inesperada el 28 de octubre de su padre en la soledad de su finca extremeña. No fue fácil para el último de los Manzanares superar tamaño trance, y en 2015 solo vistió de negro y azabache en señal de luto.

Fue un año extraño, complejo, donde las sombras se cernieron sobre el estado de ánimo del torero. Solo el ejercicio espiritual del arte podía curar las heridas del alma, y ocurrió el 1 de junio de 2016 cuando Dalia, de Victoriano del Río, se cruzó en su camino para dejarle reencontrarse con el toreo y con la vida en una de las faenas más redondas, cadenciosas y rotundas de las últimas décadas en Madrid. Hasta el rabo pidieron los tendidos.

De la sima de la tristeza a la cima (otra vez) de su profesión. Claro que todo acontecimiento de este tipo lleva consigo el peligro de marcar un listón altísimo, y es cierto que a Manzanares le ha costado los siguientes años mantener el ritmo, aunque continuó en los primeros puestos hasta la llegada de la pandemia, tras la que intentó volver al nivel anterior, sin total acierto. Las últimas temporadas no se han contabilizado éxitos de resonancia, y un bache con la espada, su punto más fuerte, unido a esta última lesión han sembrado las dudas que intentará despejar a partir de julio.