Sara Mesa escribió en “Un amor” un relato sobre el derecho a nuestros monstruos. El desarraigo, el miedo, la culpa por el pasado, el derecho a equivocarnos, la duda, la cultura de la violación, la ansiedad y un amor, el “verdadero” (y el que el espectador tendrá que adivinar), son solo algunos de los temas que atraviesa la obra que ahora Isabel Coixet ha llevado al cine. El interior de una mujer rota sobre la que el lector no conoce un pasado definido, una mujer que no asume más expectativas que seguir sobreviviendo a pesar de la mochila que carga. No es una niña pija que decide marchar al campo a experimentar y conocer la desidia que impregna este en la obra; es una persona rota que se está buscando y el entorno rural aquí es el “lugar literario”, un espacio que dice y cuenta tanto como una voz en off. Este lugar, en “Un amor” es natural y salvaje pero cerrado y asfixiante, tosco y violento.

Coixet ha adaptado fielmente el libro a excepción de algún personaje que “vira” hacia otro lado en sus roles para subrayar aspectos que, por cuestión de espacio tiempo, la narrativa cinematográfica pide modificar para que el espíritu de Nat (Laia Costa) permanezca lo más visceral posible. Y lo consigue. Se necesitaba una directora como Coixet, experta en los planos simbólicos y sumamente detallista en la fotografía, vestuarios o bandas sonoras para poder trasladar a la gran pantalla una novela que no está narrada en primera persona pero habla explícitamente sobre pensamientos y evolución de la protagonista, siendo estos el hilo conductor de la misma. En la obra de Coixet ves y conoces a Nat a través de una estética muy Pizarnikiana (con esos abrigos y esos jerseys, el pelo alborotado...) en una casa que, como en el cine de terror, es un personaje más: desconchada, con goteras y a punto de derrumbarse.

“Un amor” no es una lectura cómoda ni agradable, no debe leerse desde el prisma de la literalidad, sino desde el interior de su personaje principal, siendo lo demás (personajes, lugares y situaciones) una tramoya para explicar la sensación final y el porqué del escueto título. Nat no está ahí para ser juzgada sino para ser vista y leída tal y como no nos sabemos leer a veces a nosotras mismas; es ese el espíritu del libro (tan desagradable a veces, aunque necesario). Tampoco está ahí como excusa para contar su historia con Andreas (Hovik Keuchkerian) ni Píter (Hugo Silva), que son parte también del decorado. Coixet consigue poner a Nat en el centro para convertirla, al final, en muchas otras.

Ojalá todas las “Nats” haciendo lo mismo en esa secuencia final para superar las violencias, miedos, parálisis, inseguridades… Si “Un amor” de Sara Mesa te deja revuelta, Isabel Coixet ha conseguido que su película se convierta en algo que te pasa por encima para quedarse en forma de una secuencia final tan esperanzadora como bien contada. Una adaptación, más que fiel, leal al libro.