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Carlos Gómez Gil

Meterse en charcos

Toni Cantó, en el Congreso de los Diputados

Nunca dejan de sorprenderme todas esas personas que parecen disfrutar metiéndose en líos, generando polémicas y alimentando conflictos de toda naturaleza. Es verdad que forma parte de estos tiempos agitados de redes sociales fáciles, repletas de inmundicia, donde triunfa el exabrupto y la barbaridad de personajillos carentes de méritos y trayectoria, que buscan su fama a base del insulto fácil, del acoso sistemático y el disparate sin límite. Y a algunos no parece haberles ido tan mal jugar en esta siniestra liga, a juzgar por casos como el de Toni Cantó, una de las personas más tóxicas que tiene la política en estos momentos y que más ha trabajado por degradarla y devaluarla, tratando de vivir de ella a cualquier precio, aunque sea convirtiéndose en el nuevo “Pecas” de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Precisamente por ello, me resulta incomprensible que haya importantes responsables políticos que estén jugando a la provocación, como seña de identidad de su liderazgo, practicando una política de tierra quemada que tiene muchos costes y muy pocas ganancias. Es verdad que hay fuerzas políticas que han hecho de la generación sistemática de conflictos de toda naturaleza el eje de su presencia pública, como sucede con Vox, algo que comparten los partidos de ultraderecha. No es el consenso, el diálogo o la razón la fuerza que les mueve sino precisamente lo contrario, generar brechas en la sociedad para agrietar la convivencia y alimentar así conflictos de toda naturaleza.

Lo malo es cuando esta política deliberada de generación de malestar social es asimilada también por la derecha del PP, cada vez más moldeada por los discursos y las actuaciones de la ultraderecha con la que compite. Es así como buena parte de los discursos, las actuaciones y las mismas polémicas protagonizadas por el PP y sus líderes se explican en clave de asimilación del discurso y las estrategias de Vox, algo realmente inquietante.

En este verano de merecidos descansos y Juegos Olímpicos, en el que todos tenemos un ojo puesto en la evolución de la pandemia en esa llamada quinta ola, el líder del PP, Pablo Casado, no ha dejado de generar polémicas y desencuentros relacionados con su presencia pública en las redes sociales y sus desconcertantes discursos. Es cierto que no parece nada nuevo en su reciente trayectoria política como el líder de la oposición en Europa que más está trabajando para que las cosas vayan lo peor posible a sus compatriotas, alguien que nunca tiene una palabra de reconocimiento, de gratitud o de cariño. Y es verdad que en esa especie de necesidad compulsiva de Casado por estar un día tras otro generando titulares en los medios de comunicación y en las redes sociales, ha acumulado tantas barbaridades y disparates que hemos perdido la cuenta. Pero sigue sorprendiendo su afición por meterse en charcos y alimentar innecesarias controversias.

La última de ellas ha venido a cuento de su silencio, al no felicitar públicamente a dos deportistas españoles que han obtenido importantes triunfos en los Juegos Olímpicos, la medallista de bronce en triple salto, Ana Peleteiro, en una prueba en la que se batió el récord del mundo, y la medalla de plata de Ray Zapata en la especialidad de suelo en gimnasia artística con sabor a oro, al quedar igualado en puntuación con el primero en la competición. Lo llamativo en este caso es que, con anterioridad, Casado sí que había felicitado públicamente a otros medallistas en distintas competiciones y con diferentes triunfos, dándose la circunstancia de que Vox también había hecho lo mismo, dejando de felicitar a estos dos medallistas que tienen en común ser negros y en el caso de la atleta gallega Peleteiro, haber tenido una posición pública de rechazo a las políticas de ultraderecha y reivindicar sentirse españoles teniendo un color de piel diferente.

La reivindicación de su españolidad y de su condición de negros al mismo tiempo no es gratuita, en la medida en que, desde distintos sectores de la ultraderecha llegaron a negar su condición de españoles por sus apellidos y por el color de su piel, algo tan vergonzoso como despreciable. De hecho, el diputado por Vox en el Congreso Francisco José Contreras, o el eurodiputado por esta misma fuerza ultraderechista en el parlamento europeo Hermann Tertsch, llamaron a estos deportistas “emigrantes”, a pesar de tener la nacionalidad española y, en el caso de Peleteiro, haber nacido en España y ser hija de madre española.

Pero Casado, lejos de escapar de esta polémica alimentada con regocijo por Vox, aprovechando para destacar la importancia de una España diversa construida con esfuerzo por personas como estos dos atletas, dejó que los días pasaran sin una felicitación expresa a estos dos medallistas olímpicos, a pesar de que así era reclamado desde numerosos sectores. ¿Se sentía más cómodo Pablo Casado apoyando con su silencio la xenofobia y el racismo de su partido rival de la ultraderecha, que difundiendo una felicitación pública a dos grandes deportistas que han competido bajo la bandera de España en unos Juegos Olímpicos?

Y lo más lamentable es que nadie en su entorno es capaz de explicar a Casado que la apuesta por la convivencia en una sociedad compleja, diversa y plural como es España, donde cabemos todos, pasa por reconocer la riqueza de sus personas y territorios, en lugar de defender añejas esencias de pureza racial, como hacen sus socios políticos de la extrema derecha con los que gobierna en tantos sitios.

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