Opinión

El peligro de un Estado del Bienestar a la carta

Personal sanitario a las puertas de un hospital de la Comunidad Valenciana

Personal sanitario a las puertas de un hospital de la Comunidad Valenciana / Kai Försterling

La lógica hasta el extremo absoluto genera caos. Lo dejó claro el comportamiento del Calígula de Camus en su obra, tan clarividente, tan descarnada, y que se puede poner tan de moda en cualquier parte del mundo en cualquier momento. Ahora, muchos que dicen querer salvar nuestro Estado del Bienestar apuestan por aplicar la lógica. En algunos casos se exige que esa lógica sea absoluta, por racional y comprensible. Pero para otros, esa lógica nos genera pavor. Porque de buenas intenciones está trufada la historia de los grandes dramas.

Sí, hay salvadores de buena fe, y salvadores supuestos que buscan lo contrario enviando mensajes revolucionarios sobre cómo debe funcionar el Estado del Bienestar, configurando algo similar a un Estado del Bienestar a la carta. Y lo que da verdadero miedo es la lógica de sus propuestas donde cada uno pueda elegir que parte del contrato social quiera asumir.

He leído recientemente a alguien que se preguntaba por qué el sistema público de salud tiene que cubrir los gastos médicos de un fumador que tiene cáncer de pulmón. O por qué atender ‘gratis’ (recuerdo que en el Estado del Bienestar nada es gratis) a aquellos que no se vacunan de la Covid-19, o por qué deben pagar las autovías – hoy ‘gratis’ – aquellos que no la usan.

El fundamento puede ser lógico, si se concibe como una reflexión de buena fe, con ánimo de sostener un modelo social progresivo y de defensa de la colectividad social. Pero también puede ser un gran caballo de Troya para terminar con él. Puede ser la entrada a la depauperización definitiva de esta forma de convivencia que los europeos inventamos hace 80 años y que convirtió a Europa en la tierra de solidaridad, derechos y progreso social mejor del mundo.

Porque si el Estado del Bienestar se convierte en un modelo a la carta para quienes lo necesitan, se lo merecen o tienen derechos, el compromiso social de participar todos de él – que todos aportemos y paguemos – se trunca. Y cuando este contrato social se rompe, siempre ganan los mismos: aquella minoría que tiene recursos para poder vivir sin él, que no les hace falta, pero que son sus mayores contribuyentes.

Si los fumadores no tuvieran derechos a ser atendidos en los servicios de salud, los no vacunados tampoco, aplicando la misma lógica, ¿tendrían derechos los que no hacen deporte? ¿Quiénes no se alimentan correctamente? ¿los que no se cuidan de los rayos del Sol en verano? ¿de quienes no se protegen de la lluvia un día de tormenta? ¿Los inmigrantes? ¿los que no aportan porque no tienen recursos ni trabajo? La lógica en su máxima expresión. Y sí las autovías tuvieran que sufragarlas quienes las usan, ¿cómo se determina eso si cuando vas al súper adquieres un producto que ha llegado por carretera?

O lo que es peor, si seguimos aplicando una lógica estricta y perversa. ¿Por qué alguien con dinero, capacidad y recursos no podría borrarse del sistema de participación pública y dejar de pagar la parte de impuestos por servicios que no usa? La mínima clase privilegiada, que en proporción más debe aportar en un sistema fiscal progresivo, podría reclamar en consecuencia una rebaja por no usar la sanidad pública, por no necesitar la educación pública, los servicios culturales públicos, las universidades públicas y, apurando lo absurdo del razonamiento, la propia seguridad ciudadana, porque podría pagarse su propia policía personal.

Esto, llevado al absurdo, sería la excusa perfecta para el divorcio absoluto donde las grandes fortunas, los grandes capitales y las personas con mayores recursos pudieran romper el compromiso social, creando un Estado del Bienestar a la carta, donde cada uno decide cómo participar. Y les recuerdo que, a la carta, suelen comer quienes más tienen, con el peligro de dejar al resto sin el menú del día.

El paraíso liberal en su máxima expresión. Y la solución para aquellos que reniegan del modelo del Estado del Bienestar. Y sólo, aplicando la receta de aquellos que lo quiere proteger. Miedo, mucho miedo. 

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