Opinión | Al azar
La bomba atómica sobre la mesa
Más de 13.000 bombas atómicas amenazan la vida en el planeta / getty
Osama bin Laden se frenó ante la hipótesis de estrellar un avión contra una central nuclear el 11S. Sin embargo, Al Qaeda disponía de un encargado de comprar material atómico, afortunadamente preso en Estados Unidos tras pasar por España. La bomba por excelencia ha sido un tabú durante décadas, pero la era de la nueva sinceridad comporta que los medios mundiales hablen con especial desenvoltura de los artefactos nucleares, como si fueran un nuevo complemento del vestuario. Ucrania es solo una excusa para esta ligereza comprometedora, que hoy simultanea la probabilidad máxima y el miedo mínimo ante un estallido genocida.
En la suprema paradoja, los rusos corren hacia las bombas. Huyen del reclutamiento forzoso en su país por un temor lógico, y se dirigen a las geografías amenazadas por Putin con los ingenios que ahora tienen que ser atómicos para afianzar la audiencia. Nadie leería una noticia sobre Ucrania ocho meses después, pero salpimentándola con el arma nuclear se recupera la imagen de frescura. En contra de los analistas que viven instalados en el cerebro de Putin, la detonación no está vinculada al estado de ánimo del zar. El riesgo ha sido mayúsculo desde hace años, solo que ahora se ha puesto sobre la mesa.
Frivolizar con la bomba atómica no mide la locura de Putin, sino la nuestra. En vez de celebrar que ni el país más poderoso del planeta pueda invadir impunemente al más débil, nos emociona rescatar los ejercicios de los escolares estadounidenses en los años cincuenta, refugiados bajo sus pupitres en los simulacros en caso de estallido en A o en H. Cuesta creer que Putin se dispare la bomba atómica en su propio pie ucraniano, pero esta normalización del hongo excava en sus raíces más hondas. La humanidad se ha embarcado en un renacimiento primitivista, para anular en bloque la multiplicación de las facturas crecientes del progreso, en la esperanza de que el desastre mayúsculo amortice los minúsculos. En fin, uno de esos casos en que puede ser peor el remedio.
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