Opinión | La Newsletter del director

Retrato sórdido de la muerte adolescente

Los primeros psicólogos entran en las aulas de Alicante para combatir problemas como la depresión o el suicidio / David Revenga

¿Por qué se suicidan nuestros jóvenes? Realmente no lo sabemos. Podemos inventariar los síntomas, como hace con precisión profesional una psiquiatra en una entrevista que publicamos hoy en INFORMACIÓN, pero no las causas. Los datos, escalofriantes, radiografían la magnitud del problema (“La provincia multiplica por cinco en dos años los intentos de suicidio de menores”, dice hoy nuestro titular de primera página y de Home) pero solo los datos no pueden explicarlo. Es un error refugiarse en etiquetas que maquillan algo más profundo: es depresión, pero hay algo más. Si no hemos sido capaces de entenderlo cuando afectaba a los adultos, aún menos cuando empieza a masacrar a los jóvenes. Porque su caso es aún peor: los adultos que controlamos su mundo lo ignoramos todo sobre ellos y nos empeñamos en restarle importancia al presuponer que su adolescencia debe ser como fue la nuestra. Craso error. Asomarse a lo que sienten nuestros jóvenes hoy en día es mirar a un abismo que, como decía Nietzsche, mira también dentro de ti. Pero ya no es un abismo generacional, es otra cosa. El lenguaje que usan y lo que dicen con él puede ser aparentemente comprendido por un adulto. Parece castellano o valenciano o gallego común y corriente, pero no lo es. Es imposible que les entendamos si no estamos dispuestos a ser profundamente empáticos e intentar comprender la desesperación que anida dentro de ellos, el vacío de quien está ineludiblemente forzado a forjar un proyecto de vida (¡de éxito, por supuesto!) en un mundo de guerra y pandemias que se cae a trozos. “Ley de vida: hay que ser fuerte y seguir adelante”, pensaremos. Pero cada vez hay más jóvenes que no quieren ser fuertes y que no quieren seguir adelante. No hay ningún romanticismo en ello, solo sordidez, ningún lema inconformista al estilo de aquel “Vive deprisa, muere joven y dejarás un bonito cadáver” que de James Dean a Sid Vicious inspiró muchos adioses tempranos. Ya no es eso: nadie quiere vivir deprisa ni dejar un bonito cadáver, pero cada vez mueren más jóvenes. La salud mental en general, y en particular la de nuestros jóvenes, debe entrar en campaña ahora que hay interés por abrir debates y escuchar. Quienes nos quieren gobernar deben dejar de un lado tanta insulsa estrategia y tanto debate vacuo y decirnos qué van a hacer con cosas realmente importantes como frenar los suicidios de adolescentes y buscar soluciones que les ayuden a dar un paso atrás frente al abismo. Mientras tanto, debemos poner de verdad en el centro de este mundo a los jóvenes y hacerles que sientan que son fundamentales, insustituibles, únicos, pero no por lo que esperamos de ellos. Hay que aceptar que mirar al futuro es aterrador para muchos de ellos, y no es tan raro porque también lo es para los que nos llamamos adultos. Llamarles cobardes y luego justificar modas como “la gran dimisión” demuestra nuestra innata habilidad para hacernos trampas al solitario.

Y una cosa más:

Una campaña política es sobre todo contraste. Se supone que el contraste resultante de poner las distintas opciones políticas una al lado de la otra permite distinguir mejor que es lo óptimo para cada votante. Si este principio sigue siendo válido, el PSPV y su candidata en Alicante, Ana Barceló, no salieron ayer muy bien parados del contraste que su situación, que requirió que Ximo Puig se mojara personalmente para respaldarla frente al incendio generado por el partido en la capital, supone frente a la festiva, multitudinaria y nada polémica presentación de la candidatura de su principal oponente, Luis Barcala. La cara de satisfacción de los líderes del PP en la fotografía es comprensible porque esa estabilidad frente al incendio de enfrente da muchos metros de ventaja en la línea de salida.

 Te dejo nuestros titulares destacados:

Noticias de Portada Leer Noticias cerca de ti Cerca Juegos Jugar