En pocas palabras

Terror en Urgencias

Una imagen de archivo de un hospital

Una imagen de archivo de un hospital

Antonio Sempere

Antonio Sempere

Dentro de lo malo, tuve suerte que tanto mi madre como mi padre falleciesen mientras dormían. Una llamada fatídica me comunicó el suceso. Un amigo íntimo me cuenta los avatares de su progenitor nonagenario en las urgencias del Hospital General de Alicante, y son como para echar a temblar. Nunca sabes si es peor el remedio que la enfermedad. A pesar de sus problemas cardiorespiratorios le toca pasar bastantes horas entre boxes antes de lograr ser instalado en una habitación. Aunque más tarde su compañero, como ocurrió durante la última estancia, se fuese al otro barrio sin que el personal médico, viendo venir el inminente desenlace, dejase que la familia del finado pudiese vivir el difícil momento en la intimidad. La agonía fue compartida por ambas familias, la del vecino y la de mi amigo. Tremendo.

Cuando mi amigo y yo éramos pequeños, en nuestras ciudades de veinte o treinta mil habitantes, con dos médicos y medio, éstos no paraban de hacer visitas a los domicilios. Los recuerdo como algo cotidiano, por cualquier dolencia de mis abuelos o de mí mismo. Ni echando mil instancias logras que hoy se trasladen a tu casa. La última vez que dieron el alta al padre de mi amigo le comunicaron que el seguimiento lo haría el médico de primaria. Ni por esas. Andan tan saturados con los pacientes presenciales jóvenes que no van a dedicar un minuto de su agenda a un desplazamiento por ver a un nonagenario crónico. Es triste, pero es muy cierto. Aquel prurito de los doctores de los años sesenta del siglo pasado ha devenido en otra cosa. Ahora, si te descuidas, les agreden en la consulta. La Seguridad Social ha dejado de serlo. Vivimos instalados en una historia de terror cotidiano.