El ojo crítico

Un recuerdo de Lorca

Fernando Ull Barbat

Fernando Ull Barbat

Hace unos días se volvió a recordar el asesinato del poeta Federico García Lorca. Ocurrió en Granada el 19 de agosto de 1936, una ciudad tomada por los militares que traicionando su juramento de lealtad a la República se alzaron en armas contra el legítimo sistema democrático español. Da igual cuantos años pasen. Su asesinato y su cuerpo no encontrado resumen la barbarie de Franco, de sus secuaces y de todos los que apoyaron el golpe, la guerra y la represión hasta el último día que duró la dictadura. Mientras que en los primeros meses de la guerra hubo asesinatos en los dos bandos, la República, en su territorio, consiguió controlar y castigar a los responsables de juicios sin garantías legales y de fusilamientos indiscriminados a finales de 1936. Sin embargo, en el lado faccioso la represión estuvo dirigida desde las altas esferas militares. La consigna del General Mola fue clara y concisa: crear el terror asesinando sin contemplaciones. Cuando ocupaban un pueblo o ciudad los militares golpistas ya tenían en su poder una lista de todos los hombres y mujeres que debían asesinar en pocas horas. Los falangistas y habitantes de estas localidades llevaban meses preparando la represión y redactando listas de futuras víctimas: maestros, sindicalistas, concejales y alcaldes de izquierdas y periodistas defensores de la República.

He estado en Granada varias veces. La primera hace veinte años. Y en cada una de esas veces he visitado los lugares más importantes de la biografía de García Lorca. Todo lo leído sobre su vida y sobre sus últimos días aparece a cada paso que da el viajero lector. En Fuente Vaqueros está su casa natal, donde transcurrieron sus primeros años. Una de esas casas de pueblo bien construidas que en verano reciben al visitante con un agradable frescor. Algunos muebles son originales. Después de la guerra una vecina guardó algunos objetos de la familia que fueron devueltos tras el regreso de la democracia a España, o mejor dicho, con la victoria de los socialistas en 1982. Cuando el viajero llega a Fuente Vaqueros en coche, es recibido por grupos de chopos, aquí y allá, que constituyeron el lugar de los primeros juegos infantiles del poeta.

Desde el centro de Granada se puede ir caminando hasta la Huerta de San Vicente, casa de verano en la que la familia García Lorca se refugiaba del calor. Se encuentra dentro de un bonito parque vallado y aunque hay una autopista cercana el ruido de los coches apenas se oye. El viajero entra por alguna de las puertas del parque y la vegetación le va preparando para la visión lorquiana por excelencia. Con sus blancas paredes y sus puertas y ventanas en madera verde, la Huerta de San Vicente se encuentra en el mismo estado en que el poeta la dejó. Resulta fácil seguir el rastro de las fotografías que la familia realizó del patio y del interior de la casa antes de la guerra. Tal vez suene extraño pero a medida que he visitado la Huerta en los últimos veinte años he tenido la sensación de que haya ido empequeñeciendo. Lo que en su día debió ser una casa típica de la Vega de Granada, con su terraza y su huerta, imponente en cualquier caso, ha ido absorbiendo todos los recuerdos y todas las palabras de los admiradores de Lorca que caminan por sus estancias. Parece como si se hubiese endureciendo, contrayéndose sus paredes. No hace falta decir que cuando el viajero entra en el que fue dormitorio del García Lorca no puede evitar sentir un estremecimiento. Todo está igual como lo dejó, con la lámina enmarcada del Teatro Universitario La Barraca colgada delante de su mesa de trabajo.

El viajero puede continuar por Granada su ruta lorquiana y acudir al último lugar donde se vio vivo a García Lorca. Me refiero al actual hotel Reina Cristina que en 1936 era la casa familiar de los Rosales, siendo uno de sus miembros Luis Rosales, famoso poeta durante el franquismo, amigo de Federico y gerifalte falangista. Se ha especulado mucho sobre qué pudo hacer la familia Rosales para salvar la vida de Lorca. He leído declaraciones de Luis Rosales y he visto gracias a internet intervenciones suyas en televisión de los años 70. Nunca dio una explicación concreta y veraz sobre lo ocurrido. Tampoco me parece lógica la negativa actitud de la familia García Lorca por recuperar sus restos. Es más, jamas he escuchado a Laura García Lorca, principal interlocutora de la familia, llamar asesinos a los que mataron a su tío. En las memorias de Francisco e Isabel García Lorca apenas se hace ninguna referencia a las circunstancias de su muerte.

Y por último, el viajero lorquiano debe terminar su jornada en el barranco de Víznar, lugar de enterramiento clandestino de miles de víctimas del franquismo y también, hasta que se demuestre lo contrario, donde se encuentran los restos del poeta universal. Un sitio para ser visitado en silencio, si es posible en soledad. Deambular de un lado a otro, sabiendo que pisas tumbas.