TIERRA DE NADIE

Inversiones improductivas

Juan José Millás

Juan José Millás

¿Cómo estarán las cosas en el mundo laboral para que el Supremo se haya visto obligado a decidir si el tiempo empleado en hacer pis (o caca, con perdón) durante la jornada de trabajo debe recuperarse o descontarse del salario? El Supremo es la última instancia a la que se puede recurrir. Significa que el asunto ha sufrido un largo recorrido antes de alcanzar esas alturas jurídicas. Quizá, si este tribunal hubiera dado la razón a los empleadores, habría cabido aún la posibilidad de acudir Tribunal Europeo de los Derechos Humanos. Pero imaginen ustedes el ridículo. Imaginen a los sabios y a las sabias de esa institución superlativa discutiendo sobre el modo en que las necesidades orgánicas de un asalariado repercuten o dejan de repercutir en la cotización bursátil de una sociedad anónima o limitada, que para lo que nos ocupa viene a ser lo mismo.

     -Es que en una empresa grande empiezas a sumar minutos de pis y caca (con perdón) y salen horas -se quejarán algunos patrones.

    Llevan razón, pobres. De hecho, si calculáramos ese tiempo a nivel mundial, es decir, incluyendo a todos los trabajadores de Occidente, no saldrían horas, sino meses, quizá años completamente improductivos de los que, hasta ahora, de forma harto injusta, ha venido haciéndose cargo la parte contratante de la primera parte. No hay derecho.

    Así las cosas, y después del revés jurídico sufrido por el capital, quizá los empresarios se vean obligados a incluir en los contratos de trabajo alguna cláusula de carácter escatológico. Tal vez, además de descontar del salario el tiempo empleado en las necesidades orgánicas, obliguen a la mano de obra a llevarse su propio retrete portátil, pues los lavabos ocupan también un espacio que, dado el precio del metro cuadrado en el mundo libre, resulta una inversión del todo improductiva.

    O sea, que vamos hacia atrás. Retrocedemos. Cuando yo era joven, trabajé en una oficina donde había dos servicios: uno para empleados y otro para jefes. Un modo de clasismo que entonces denostábamos y que en la actualidad nos parecería un lujo.

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