¿Somos los españoles desde antiguo antisemitas?

El Ejército israelí continúa por segundo día su operación "selectiva" en hospital al Shifa

El Ejército israelí continúa por segundo día su operación "selectiva" en hospital al Shifa

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

El corresponsal en España del diario conservador alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ) lo tiene claro: la hostilidad de los españoles a Israel viene de antiguo.

En España, escribe Hans-Christian Rössler, no sólo la izquierda no escatima sus críticas al Estado judío, y a muchos ni siquiera se les ocurre que las “palabras que eligen puede ser antisemitas”.

Y así cita una columna del director del diario barcelonés La Vanguardia en la que éste acusaba al Estado judío de practicar en Gaza una política de “ojo por ojo, diente por diente”.

Y, tras calificar de “estereotipo antisemita clásico” la caracterización del judío como un personaje “vengativo”, explica que, “a diferencia de lo que ocurre en Alemania, ello no suscita indignación” entre los españoles.

También critica en su artículo el reportero una viñeta aparecida en el diario El País que representaba las ruinas de Gaza tras los bombardeos israelíes con la leyenda “Viejo Testamento. Nueva Edición”

Pero ¿no ha escuchado acaso Rössler las recientes palabras del primer ministro del país al que defiende cuando comparó a los palestinos con los amalequitas, aquel pueblo bíblico cuyo total exterminio ordenó el Dios de Israel a los judíos? ¿No es eso bíblica sed de venganza?

Puede acusarse con razón a la sociedad española de no haber reflexionado lo suficiente sobre la tragedia que supuso la expulsión de España de los judíos, pero no sólo de éstos, sino también de los moriscos, pueblo tan semita como el primero, algo que parece olvidar Rössler.

Sin embargo, acusar a quienes hoy se manifiestan en las calles de las ciudades españolas, lo mismo que en las de Londres, Estambul o Washington, de “antisemitismo” por criticar los implacables bombardeos israelíes de un pueblo durante décadas enjaulado es directamente infame.

Debería Rössler haber estudiado mejor a los más dignos representantes del pueblo judío como el físico Albert Einstein o los filósofos Hanna Arendt, Emmanuel Levinas o Martin Buber, que advirtieron ya en su día del peligro de fascistización del nuevo Israel.

Y debería escuchar a un judío antisionista de hoy como Norman Finkelstein, hijo y nieto de judíos que estuvieron en el gueto de Varsovia y en Auschwitz cuando denuncia las “lágrimas de cocodrilo” de algunos y afirma que no callará ante “los crímenes israelíes” contra el pueblo palestino.

Por cierto, ¿qué opina Rössler del hecho de que Alemania, el país que llevó a cabo en África el primer genocidio del siglo XX, anterior al holocausto del pueblo judío, intente declarar fuera de la ley a organizaciones pro palestinas por supuesta complicidad con el “terrorismo” de Hamás.

¿O que en los medios germanos se difame como “antisemitas” a cuantos se manifiestan en solidaridad con quienes son hoy víctimas de un Estado que se fundó para acoger a un pueblo que fue en su día víctima, pero que hoy parece comportarse como verdugo?

Lógicamente abrumada por la culpa del Holocausto, Alemania corre serio peligro de participar, por complicidad, en un segundo genocidio, esta vez el del pueblo palestino.

Y, como me señala un buen amigo, deberían tal vez los alemanes hacerse tratar por un psicoanalista que les quitara la venda de los ojos que parece haberles puesto ese complejo de culpa para ver la realidad de lo que sucede no sólo en Gaza sino también en Cisjordania.