Retratos urbanos

Dibujar para entender

Carlos Merchán, salmantino afincado en Alcoi desde hace más de dos décadas, es artista, profesor y disc-jockey

Carlos Merchán posa en su estudio de Alcoi delante de dibujos de Miguel Hernández y Camilo José Cela.

Carlos Merchán posa en su estudio de Alcoi delante de dibujos de Miguel Hernández y Camilo José Cela. / Pepe Soto

Pepe Soto

Algo tímido. Tranquilo. Plácido. Excelente dibujante. Salmantino crecido en la ribera del río Tormes, llegó a Alcoi por el amor de una mujer. Y ahí sigue desde hace más de dos décadas: con sus grandes retratos, su intuición y ganas de pintar o de escribir cosas nuevas. Es profesor de dibujo de hombres y mujeres de cierta edad en días de labor. En las tardes de sábados y domingos, desde un móvil y un par altavoces, ofrece a sus parroquianos más viejos la mejor música para la vida y enviar a otro espacio problemas reales o imaginarios. Dibuja para entender. Y, posiblemente, escribe para comprender.

Carlos Merchán Martín (Salamanca,1962), ilustrador, escritor, dibujante, pintor, profesor, y muchas cosas más. Desde hace casi un cuarto de siglo reside en Alcoi, donde arribó por su amor a una mujer. Es el menor de cuatro hermanos. El padre, José, fue agente de la Policía Local en la capital de la comarca del Campo Charro, a orillas del Tormes. Por trabajo y tesón, llegó a ser subinspector. La madre, Isabel, se encargó de cuidar a la familia. Los progenitores fallecieron durante la maldita pandemia, en la precisa distancia de solo 24 horas.

Siempre se sintió cómodo con un lápiz entre sus dedos y un limpio papel ante su mirada: "Era muy pequeño cuando me enfrenté a un referente real. La ilustración de un libro. Cuando me di cuenta de que podía reproducir aquello con cierta fidelidad, me dio una punzada el estómago. Aún me asalta ese momento epifánico cuando dibujo, después de tantos años". Una catarsis. Estudió y creció en varios colegios y en dos institutos, parece que cercanos al huerto de Calixto y Melibea. En una ciudad repleta de estudiantes. Se matriculó en la carrera de Filología Hispánica. No le gustó. Estaba más cerca de la expresión y de dibujar las miradas de las personas. Inauguró junto a otros chicos y chicas la facultad de Bellas Artes de Salamanca, en 1982. Ilustró cientos de pergaminos de las orlas de estudiantes en su última recta de la licenciatura que fotografiaba un tal Ángel Luis. Se ganaba bien la vida: hasta 30.000 de las antiguas pesetas por dibujar con plumilla cenefas, ribetes y una fina caligrafía en carteles tan pasajeros como perennes para sus protagonistas. Se dejó la vista. Ya licenciado en el oficio de artista, siguió con su pasión por el dibujo y las expresiones de la gente, en lápiz, carbón, oleo o acuarelas. Cualquier técnica servía para visualizar sus escenas. O sus impresiones.

Su primera exposición fue en Béjar, ciudad castellana en la convivieron, sin demasiados sobresaltos, cristianos, musulmanes y judíos durante siglos, cercana a su casa familiar. Ahí estaba plácidamente Carlos Merchán liado para trasladar a cualquier cuartilla sus ocurrencias vivencias. "Dibujo básicamente para entender y para entenderme. El dibujante ha de investigar en el alma de las cosas. Si no consigue sacar el alma, no pasa de ser un mero copista. Es asombroso cómo un simple lápiz y un papel pueden llenar toda una vida", dice Carlos.

Pero la tecnología le dio un golpe directo a su espalda; más a su talento artístico. A mediados de la última década del pasado siglo, uno de sus cuñados, parece que especializado en asuntos fiscales, le acercó al ordenador que utilizaba en el llamado programa “Padre” para complementar declaraciones de clientes ante el fisco. Y Carlos entró en esa avenida de palabras y mensajes, llegadas casi del más allá, de la distancia entre los unos y los demás: internet. En un chat contactó con una chica alcoyana, Adela Cano Barrachina. Se entendieron. Pasión entre un artista y una diseñadora gráfica. Y llegó a Alcoi! “Fue una maravillosa aventura”, dice. Ahí siguen. Carlos trabajó durante tres temporadas de diseñador gráfico en el municipio de Polop de La Marina. Iba y regresaba a diario. Se casaron en los primeros solsticios del nuevo milenio. Tienen un hijo, Alejandro, que sigue la tradición familiar: estudia diseño y fotografía. Adela es hija de un gran vecino: Manolo Cano, masajista y generoso empleado del Club Deportivo Alcoyano durante más de tres décadas, en grandes categorías y en las peores. Muy querido por la afición. Falleció en 2021.

Carlos es profesor de dibujo y pintura en las Aulas de la Tercera Edad de Alcoi, de lunes a jueves. Tiene medio centenar de alumnos de cierta edad. Mucha paciencia. Mide los ritmos del aulario. Un par de horas por jornada. También da clases, de vez en cuando, en la Escuela Municipal de Bellas Artes. Y allá donde se le precise. Fue el autor del cartel de las fiestas de Sant Jordi de 2019 y de muchos más trabajos para animar al vecindario en el júbilo y las ilusiones de su pueblo.

Le encanta contar cosas. “Escribe como los ángeles”, comenta el periodista Ramón Climent Vaello, uno de los grandes cronistas alicantinos, aunque jamás cruzó La Carrasqueta para adentrarse en nuevas historias. Carlos ha contado sus sentimientos imaginarios en este periódico, en Información, y en el Nostre d’Alcoi. Tiene criterio: "Creo que se está perdiendo la intención literaria en el artículo de opinión. Debemos intentar volver a hacer de la columna periodística un género literario".

Para asegurarse el jornal, reparte ilusión: ejerce sábados y domingos de dinamizador, de disc-jockey, para mayores en un centro de gente mayor en la calle Oliver, en Alcoi. Ahí está: móvil en mano y provisto de dos generosos altavoces dispuestos a repartir boleros, sambas y otros géneros musicales a parroquianos solitarios o acompañados. Que no es poco.

Amigo de sus amigos, es apasionado y sencillo. Humilde, claro. Charlamos en su pequeño taller, en la calle San Mateo, ya sin los pilones de nuestra infancia, sobre los que saltamos sin ira y brincos de libertad. El estudio de Carlos, algo menudo, anda cargado de personalidad, de sensibilidad. Aire limpio. Y mucho arte. Sólo faltó la música. Pero nos entendimos. Carlos dice que dibuja para comprender a las personas. Para entender a los demás. O para amar. Es otro retrato urbano, el de un personaje singular, de mirada algo triste, si bien algo amable. Discreto y grande a la vez. Peculiar. Dibuja cada día lo que quiere o tal vez sus sueños en su pequeño espacio de libertad, en un papel.