Patético pero no punible

Un momento de la protesta en la que se apaleó a un muñeco de Pedro Sánchez.

Un momento de la protesta en la que se apaleó a un muñeco de Pedro Sánchez. / EP

Fernando Ull Barbat

Fernando Ull Barbat

Las manifestaciones de unos pocos ciudadanos que desde la noche electoral de las últimas elecciones generales se han venido produciendo en diversas sedes del PSOE repartidas por toda España, y cuyo momento álgido fue la charlotada de la pasada nochevieja con el ahorcamiento de un horrible muñeco que representaba la figura de Pedro Sánchez, pueden provocar risa y vergüenza ajena por lo patético del hecho en sí y por las frases coreadas, pero tienen una difícil inclusión dentro del delito de odio de reciente aprobación en la legislación penal española. Vaya por delante que no tengo nada en contra de que cada cual haga el ridículo como estime conveniente. A las habituales bobadas de los conspiranoicos y antivacunas españoles que habitan en la ultraderecha se sumaron hace algún tiempo todos esos tontolabas que creen que las estelas de los aviones son gases que los Gobiernos echan sobre la población europea para que las cosechas sean malas y la climatología adversa y así tener controlados a los ciudadanos.

Pero una cosa es que haya personas que de manera voluntaria quieran, repito, hacer el ridículo y otra que cualquier tontería que se haga deba estar tipificada por el Código Penal. Partidarios de la dictadura franquista los ha habido en España durante toda la democracia. Nostálgicos de una época donde las mujeres, el colectivo homosexual, personas con alguna discapacidad y los niños eran objeto de burlas y de violencia física. Era lo normal. El marido podía pegar a su esposa y la gente decía que algo habría hecho. Los profesores pegaban en clase a los alumnos o les tiraban de las orejas si contestaban de manera errónea a una pregunta. Hubo muchos que se hicieron millonarios o cuando menos vivieron muy bien durante el franquismo. El apoyo a la dictadura y su engranaje era recompensado. Sus descendientes, hoy en día, culpan a la democracia del fin del bienestar familiar. Sobre todo a los socialistas. Y a la cabeza del PSOE se encuentra Pedro Sánchez. Hay que remontarse muchos años para encontrar un odio semejante al que la ultraderecha española ( y parte de la derecha) tiene a Pedro Sánchez. Ni siquiera Felipe González fue objeto de tanto odio personal. Sólo Manuel Azaña y Juan Negrín, hace más de ochenta años, reunieron tal capacidad de ser odiados.

Con la sola mención de la posibilidad de que los actos que llevaron a cabo 300 personas en las cercanías de la sede del PSOE de Madrid en la calle Ferraz el pasado 31 de diciembre sean objeto de acusación por parte de la Fiscalía del Estado, se está dando un protagonismo a un escaso puñado de personas que representan a un grupo muy minoritario de la ciudadanía que, si han logrado tener un cierto alcance mediático, ha sido por méritos ajenos en esta sociedad de hoy en día donde las redes sociales y el error cometido en la elección de objetos dignos de ser noticia han tenido la consecuencia de que lo que tendría que ser una anécdota sin ninguna posibilidad de ser algo reseñable, ni siquiera en la sección de humor de un periódico, ha logrado salir en los telediarios.

Los demócratas no somos como los que apoyaron el franquismo. La democracia española, sus leyes y sus instituciones, no tiene nada que ver con el sistema represor amparado por miles de jueces, policías y militares que no dudaron en perseguir a los que se oponían a la dictadura o lucharon por la democracia. Si hace 60 años cualquier persona hubiese hecho un muñeco de Franco y lo hubiese golpeado con un palo, además de ser torturado por Billy el Niño en los calabozos de la Dirección General de Seguridad de la madrileña Puerta del Sol, hubiese sido condenado a 20 años de prisión por uno de esos jueces que después de suplantar a su legítimo titular terminada la Guerra Civil tuvo una vida fructífera gracias a apoyar y aplicar un derecho totalmente contrario al Derecho Natural y a la Filosofía del Derecho. Prueba de ello fueron las penas de prisión a trabajos forzados a las que fueron condenados, en la construcción del mausoleo del dictador Franco en el Valle de Cuelgamuros, los dos estudiantes universitarios Nicolás Sánchez Albornoz y Manuel Lamana por hacer una pintada con la dictadura en los muros de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. El primero de ellos contó aquellos años de la autarquía en su libro Cárceles y exilios (Edit. Anagrama, 2012) y el segundo en su maravilla de libro Otros hombres (Edit. Losada, 1956).

Por todo ello me parece correcto que cualquier ciudadano español pueda expresar su oposición a un Gobierno en una manifestación debidamente autorizada e incluso su ira llegado el caso. Que pueda hacerlo es un éxito de nuestro país y es una lección de democracia para todos aquellos nostálgicos del franquismo que reprimieron con dureza cualquier acto parecido durante los cuarenta años que duró el régimen fascista.