EL INDIGNADO BURGUÉS

¿Nos roban el agua para dársela a Cataluña?

Zona afectada por el estado de emergencia por sequía hidrológica en Girona.

Zona afectada por el estado de emergencia por sequía hidrológica en Girona. / Glòria Sánchez - Europa Press

Javier Mondéjar

Javier Mondéjar

Llega un momento en que uno no entiende nada, porque los pequeños nacionalismos reducen al absurdo cualquier premisa. Nos hemos hartado de oír que el agua no es de todos los españoles, es propiedad única y exclusiva de los que tienen la suerte de que pase por sus tierras.

El gran proyecto que hubiera sido la solución hídrica para nuestra provincia: el trasvase del Ebro, se derogó por el gobierno socialista de Zapatero para no enfadar a los catalanes.  Asistí a reuniones hace quince años en los que una ministra, que ahora es presidenta del PSOE, nos dijo en una reunión muy tensa a Valenzuela y a mí, que Cataluña estaba dispuesta a todo, pero a todo, todo, antes de ceder una gota de agua a Levante. Avisaba o advertía de desmanes muy gordos, de que los catalanes volarían las tuberías e impedirían con tractores y cadenas humanas cualquier obra hídrica en sus fronteras. Ríanse del terrorismo que el juez estrella quiere atribuirle al Puchi.  Y ahora les vamos a llenar barcos de agua producida en desaladoras situadas en nuestro territorio… Perplejo me quedo.

A estas alturas no creo yo que mis lectores habituales no sepan algunos de los esquemas mentales de éste, su, indignado burgués. Después de 479 columnas publicadas en INFORMACIÓN desde 2011, si hay algo que he escrito de forma recurrente es que el nacionalismo, e incluso el autonomismo o el regionalismo me dejan más bien frío o directamente me producen rechazo, y mis gotas de sangre jacobina me empujan hacia el internacionalismo más feroz. Ni creo en la política de mesa camilla, ni miro con recelo al vecino del pueblo de al lado, ni defiendo que el cocido sea mejor que la fabada (todo tiene su momento), ni me considero con más derechos que el resto, sí con los mismos.

No hace falta que me recuerden que el agua no la cede la Comunidad Valenciana, y menos Mazón como le oí el otro día inventar a Feijóo, que las desaladoras son del Estado y los gastos los paga el Gobierno de España. Ya lo sé, pero también son competencia de España los ríos y Castilla la Mancha nos dinamita el trasvase y Cataluña nos negó el Ebro. Si no es lo mismo, es muy parecido. Ellos consideran que los ríos son suyos porque pasan por su casa y nosotros, por esa misma regla de tres, podemos considerar nuestras las plantas potabilizadoras y hasta el agua de mar si la han cogido en nuestras costas como será el caso. Y luego hay que ver lo que harán con las peligrosas salmueras, subproductos de la desalación de esas aguas potables que se mandarán a Cataluña como regalo de todos los españoles.

No olviden el pequeño detalle de que la sequía no se puede evitar, pero las soluciones técnicas para paliarla existen. Si no fuera por las desaladoras y el Taibilla, la provincia de Alicante se hubiera muerto de sed y, por poner un ejemplo, Benidorm no sería ya un emporio turístico sino un secarral abastecido por cisternas. Los gobiernos catalanes han estado a otras cosas, a sus independencias y tal, y la realidad diaria les ha importado y les importa bien poco. Una versión catalana de la fábula de la cigarra y la hormiga, cantando hasta que llega el invierno, en vez de almacenar laboriosamente para el futuro. Pero, claro, no dejemos que la realidad nos jorobe los titulares, que la independencia es lo importante y luego ya veremos. Una vez libres de las cadenas españolas el agua brotará espontánea en una tierra de leche y miel.

Ahora piden solidaridad porque ellos se lo merecen, claro que sí. Los mismos que gritan por las calles que España les roba pretenden que papá Estado, ese que es verdugo opresor y martillo de herejes, les saque las castañas del fuego. Ya verán que luego no habrá nadie del independentismo que lo reconozca. Y no hay nada que agradecer, esto no es limosna ni caridad. Un país debe atender a todos sus ciudadanos y con los recursos generales auxiliar a los que lo necesitan. Pero siempre, eh, siempre. La solidaridad o es de doble dirección o no existe.

Es lo malo de esta versión contemporánea de los reinos de taifas, cada vez más en lo suyo y menos en lo de todos. Es el nacionalismo catalán, pero también el madrileño, el de esa diva de la irrealidad y la búsqueda de titulares que es Ayuso et aliis, la que ha dicho que la ruina y la sequía atacan a los que quitan las plazas de toros y prohiben la tauromaquia. Y es que el dios taurino castiga sin piedra ni palo y Manolete, desde el Olimpo, ha convencido a san Pedro para que no deje caer ni una gota en tierras impías, ajenas a la fiesta nacional. Desde luego que se merecen la sequía por convertir la plaza de toros de Barcelona en un centro comercial, bastante feo por cierto.

Me pilla tarde para nacionalizarme en las islas Fiji, pero no crean que no me dan ganas.