¿A qué estamos esperando?

Vladimir Putin, presidente de Rusia.

Vladimir Putin, presidente de Rusia. / -/Kremilin Pool/dpa

Antonio Papell

Antonio Papell

La catadura moral del régimen ruso ofrece pocas dudas, y por añadidura el observador encuentra a cada rato nuevos motivos para detestar a este individuo pernicioso que es Putin, un ladino apparátchik que ha sabido escalar desde la jefatura de los servicios secretos de la antigua URSS a la jefatura vitalicia del Estado totalitario actual. El asesinato de Navalny en una cárcel inhumana ubicada en el Ártico es la muestra más palpable de un glacial designio de exterminar físicamente a los adversarios para mantener la mayoría búlgara con la que trata de disimular su repugnante dictadura.

Pues bien: este sujeto declaró arbitrariamente hace dos años la guerra Ucrania, un país fronterizo que muy mayoritariamente desea mantenerse en la órbita occidental. Occidente acudió, como es lógico, en socorro de la víctima y ha proporcionado a Kiev armas y recursos para defenderse, con los que los ucranianos mantienen a raya al agresor. Pero este apoyo flaquea: Estados Unidos, la primera potencia del mundo, ha dejado de suministrar apoyo por sus querellas internas en vísperas electorales. Y la UE, siempre premiosa, cobarde y avara, no está a la altura de las circunstancias. Las consecuencias están a la vista: la guerra está congelada; los ucranianos, desolados; Putin, crecido.

Ante esta situación, Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, ha declarado que “una derrota de Ucrania tendría efectos devastadores para Europa y el mundo”. Así es, en efecto. ¿Y a qué estamos esperando para actuar en consecuencia?

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