Abandonad toda esperanza (película en blanco y negro)

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con José Luis Ábalos, durante la celebración de una ejecutiva en 2020, en presencia de la presidenta del PSOE, Cristina Narbona.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con José Luis Ábalos, durante la celebración de una ejecutiva en 2020, en presencia de la presidenta del PSOE, Cristina Narbona. / David Castro

Javier Mondéjar

Javier Mondéjar

A la entrada al infierno de Dante está escrito con letras muy gordas «Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate» («Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis»). El mismo rótulo, sin la segunda parte de la frase, ha hecho grabar Sanxe en la fachada del palacio de la Moncloa para desalentar a candidatos a inquilinos. Dejaos de coñas que me queda presidencia para rato y, si desgasta el poder, mucho más desgasta la oposición sin avistar elecciones cercanas en el horizonte. Así que ya podéis arrimar una silla y tomarlo con calma, porque me he untado en el trasero sindeticón.

Sánchez es un superviviente de manual, de esos que ves en «La sociedad de la nieve» y sabes que va a salir de la experiencia hasta más gordo y moreno. ¿Los medios empleados? Los que hagan falta, que el fin lo justifica. Escena primera: imagino al presidente en su despacho repasando un fichero en el que acumula desgracias, escándalos y hemerotecas que hubiesen acabado con cualquiera menos bragado. Le vemos partiéndose de risa al son del «Resistiré» del Dúo Dinámico, himno de la pandemia, filón para las comisiones por compras de mascarillas, geles y demás parafernalia.

«Temblad, temblad malditos», dice, ensayando en el espejo la famosa escena de Robert de Niro con la pistolita en «Taxi Driver». ¿Estás hablando conmigo?, masculla mientras se imagina a Rajoy (o Ayuso) en el azogue, «porque aquí no hay nadie más». Y vuelve a la manga el Colt 25, con sistema casero de extracción por resorte fabricado por él mismo con un rail de cajón del archivo de secretos oficiales. Por cierto, que para hacerlo tuvo que tirar a la papelera el expediente completo del 23F, con lo cual jamás nadie sabrá qué pasó con el Rey y la trama civil. Tampoco nos perdemos nada; bueno, nada que no sospechemos.

En la otra parte de la ciudad (Madrid, no puede ser otra), se desarrolla la segunda escena en un sórdido y húmedo almacén, precariamente amueblado con una mesa industrial de metal y sillas desparejadas, bombilla desnuda de 60W en el techo, un grupito muy clandestino en torno al líder y a la lideresa, acompañados de representantes de la Brunete mediática y unos tipos trajeados que tienen pinta de rancios (ojo, en el sentido de tradición y poderío, no en que se le da al jamón salado) empresarios. Ayuso acaricia un gato blanco con la cara de Miguel Ángel Rodríguez, que de vez en cuando maúlla con muy mala baba. Feijóo hace nada con la mente en blanco, su postura favorita, mientras los mediáticos y los magnates azuzan y achuchan que va siendo hora de recuperar «su» país de tanto rojo cobra impuestos y feligreses del feminismo y el cambio climático. En la sombra, muy en la sombra, parece verse a una silueta de negro con un mazo, pero no puede ser, me habrán confundido las tinieblas tenebrosas.

Dejemos ambas escenas para más tarde. Mientras se desarrollan la gente sigue a lo suyo: los trabajadores, trabajando, los reyes en sus palacios y los corruptos cobrando comisiones. ¿A nadie le importa el juego de tronos? Pues probablemente fuera de los que buscan, o intentan conservar, un empleo público y de los folloneros de «a cruzar la calle, que no pase nadie», el resto no tiene demasiadas esperanzas ni en unos ni en otros.

El Sanxe, mientras tanto, ha elegido la táctica de los entrenadores de fútbol cuando están cuestionados por la plantilla: me han renovado, me quedan cuatro años en el banquillo como míster y os vais a hartar de calentar en la banda. No creo que tenga la ilusión de que los oponentes vayan a abandonar por cansancio, que en las oscuras esquinas hay muchos empeñados en barrerle del poder, por lo civil, lo criminal o sus santas glándulas.

Volviendo a la escena de Malvado vs. Conspiradores, una voz en off se pregunta si les dará tiempo a trabajar aunque sea una pizca por el común de los ciudadanos. No parece. Ellos están a sus líos. Dejémosles entretenidos, no vaya a ser peor.

Sobrevolando el éter podemos contemplar otra escena bastante embarullada, interior día (engañarán con el sueldo pero no con los horarios, que cumplen a rajatabla y a las tres no queda ni San Genaro), en la que se ve a asesores de ministerios y sedes autonómicas desenterrando papeles en busca del arma total que borre de la faz de la Tierra al contrario. Empleados, todo hay que decirlo, pagados generosamente por todos para que nos procuren una vida mejor, no para que sus jefes se pongan medallitas. La escena es coral como en una película de Berlanga: todos hablan a la vez, se atropellan, vuelcan papeleras, miran por los rincones, vuelan ordenadores.

Entretanto los koldos del mundo siguen a lo suyo en sus yates o sus ferraris portofino, hinchándose a percebes y angulas y haciendo de intermediarios en negocios procurados por sus conseguidores. Les basta un teléfono para forrarse, ni producen ni inventan ni arriesgan. Con ellos no va nada, las comisiones no serán éticas, pero no son ilegales (lo dijo un juez sobre las del hermano de la Ayuso).

Y en Moncloa hay un nuevo lema en el frontispicio: «La manga riega que aquí no llega». Fundido en negro y FIN.

Muy bonita y muy aleccionadora esta película, debería enseñarse en los colegios.