Opinión

Caudillismo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / Moncloa

En la dictatorial época de Francisco Franco, cada vez que el régimen tenía dificultades nacionales o internacionales, se organizaban manifestaciones de apoyo en las que participaban entusiastas verdaderos o remunerados, llegados desde toda España para concentrarse en la madrileña plaza de Oriente, vitoreando al «caudillo», entonando laudatorios cánticos franquistas y de repulsa a las conjuras criptocomunistas y judeomasónicas que alteraban el sacrosanto sosiego del dictador, guía y modelo patrio. Aunque entonces era basta joven o un niño todavía, sin embargo recuerdo los reportajes que por Radio Nacional y el NODO en el cine, mostraban el fervor de aquellas masas que abarrotaban la Plaza de Oriente, para aplaudir con delirio a Franco cada vez que se asomaba a la balconada del palacio recayente a la plaza de Oriente, algo que si resultaba creíble aquí, no lo era fuera del país.

Espectaculares fueron las manifestaciones narradas en las siguientes crónicas: «En la mañana del lunes 9 de diciembre de 1946, Madrid fue centro neurálgico de la mayor manifestación jamás vista en la historia de España. El pueblo español se rebelaba de esa forma contra la perversa campaña desatada contra España y el gobierno del General Francisco Franco, por los seculares enemigos de España, entre ellos la masonería y el comunismo internacional, que no perdonaban que el Caudillo les hubiese hecho morder el polvo en la guerra de liberación española de 1936-39, convirtiéndose en el único militar en la historia que derrotaba al comunismo en el campo de batalla… Entre canciones patrióticas continuamente se escucharon los gritos de «Ni Rusia, ni comunismo» y el de «Franco, sí, comunismo, no». A las once de la mañana ya estaba casi ocupada la plaza de Oriente con miles de personas que se habían adelantado a la gran manifestación proveniente desde la plaza de Colón, Paseo de Recoletos y plaza de la Cibeles. Del mismo modo grandes riadas humanas entraban a la plaza por las calles Mayor, Arrieta, Carlos III, Bailén, Santiago y colindantes... Poco después, la manifestación ocupaba totalmente la plaza frente al palacio, pero aún seguían entrando por las calles cercanas miles de personas, hasta el punto de que se hacía imposible la permanencia de nadie más en aquel lugar. Calcular el inmenso gentío que en aquellos momentos estaba situado en la plaza de Oriente era imposible, pues todavía continuaron llegando y ocupando los escasos sitios que quedaban en los jardines, verjas, monumentos, estatuas, azoteas, balcones y, en todos los lugares próximos al Palacio de Oriente, sobre todo en los andamios de las obras del Teatro de la Opera, expectantes por escuchar el discurso que el Caudillo iba a pronunciar ante ellos…

«En la mañana del jueves 17 de diciembre de 1970, más de medio millón de personas vitoreaban al Jefe del Estado Francisco Franco en una manifestación gigantesca y heterogénea que tuvo por escenario la amplia Plaza de Oriente. Era la respuesta del pueblo español a una nueva campaña contra España y su Unidad, orquestada y dirigida, no solo en Europa, sino en la propia España, por elementos de la izquierda marxista, a raíz de la sentencia del Consejo de Guerra celebrado en la Capitanía General de la Región Militar de Burgos en el que se había juzgado a 16 militantes de la organización terrorista ETA, a los que se acusaba de varios delitos, entre ellos bandidaje, rebelión militar, terrorismo y asesinato… Sin haberse hecho pública la sentencia ya se había movilizado la izquierda europea contra España y su régimen, organizando manifestaciones y protestas en Italia, Bélgica, Francia, Suecia, Noruega, Dinamarca, Gran Bretaña, República Federal Alemana y Francia, que reprobaban el proceso contra unos asesinos y cómplices de un grupo terrorista; y sin embargo esa misma izquierda europea callaba de forma miserable ante el atropello de los derechos humanos, la libertad y los asesinatos de disidentes, que se producían en la URSS, Alemania Oriental, Rumanía, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Yugoslavia, China, Cuba… Desde las 11.30 de la mañana fue incesante la afluencia de gente hacia la Plaza de Oriente. A las 12 de la mañana, abandonaron sus trabajos empresarios, patronos, obreros de fábricas y talleres, funcionarios, empleados de bancos y oficinas, que cerraron sus puertas, así como numerosos comercios… A mediodía, la Plaza de Oriente estaba llena de una inmensa muchedumbre que expresaba su protesta por los actos de terrorismo y exteriorizaban con su presencia y sus canciones la adhesión inquebrantable a la figura de Francisco Franco. La multitud, enardecida, solicitó la presencia de Franco a quien deseaban ofrecer el homenaje de adhesión… Muchos de los concentrados, según referiría la prensa madrileña al día siguiente, lloraban henchidos de entusiasmo patriótico. El «Caudillo» Franco, embargado por la emoción se abrazó varias veces a sí mismo en señal de la unidad de los hombres y las tierras de España...

«La manifestación del 1 de octubre de 1975 fue la última locución pública y aparición en vida del Generalísimo. La convocatoria se realizó en la Plaza de Oriente como muestra de apoyo al Gobierno, que pasaba una época difícil debido a las críticas recibidas por varios gobiernos extranjeros provocadas por la decisión del Gobierno de fusilar a terroristas de ETA involucrados en el asesinato delpresidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, en 1973… En su discurso el jefe del Estado volvió a mencionar la existencia de una «conspiración masónico-izquierdista de la clase política, en contubernio en lo social con lasubversión terrorista-comunista», que conspiraba contra España. En su breve discurso Franco resumió su ideario personal y el del régimen que gobernaba, con evidente reminiscencia de la retórica manifiestamente fascista del bando sublevado en la guerra civil…

Por supuesto, los hechos, los motivos y las circunstancias no se pueden comparar de ningún modo, pero tanto fervor ahora hacia un líder me han hecho evocar inconscientemente esas crónicas que, como profesor de historia, conocía.