Opinión
Coartadas de Moncloa
La batuta de Pedro Sánchez está llevando al PSOE a una tensión disfuncional, de liderazgo que se consume por un abuso de la huida hacia adelante. Este fin de semana, en la manifestación pro Sánchez en Ferraz todo fue mal, por incomparecencia de la ciudadanía en pleno, el vacío argumental y la constatación de que ni todo el PSOE estaba con él ni tiene banquillo para la eventualidad de su sustitución. A Pedro Sánchez, la capacidad de improvisar le ha abandonado. Ahora reestrena el guion de los bulos, una vieja historia, tan vieja como la democracia. Parece una coartada de corto alcance, un relato de media página ya, sin muchos recursos de superviviente. Para Sánchez, siempre es una cuestión de poder, incluso a costa del poder judicial.
De los cronistas de las Cortes de Cádiz a los digitales instantáneos, desde que existe libertad de prensa circulan los bulos, el amarillismo y los titulares tóxicos. Ahora se propagan por el ciberespacio a la velocidad de la luz, pero achacarles la deshonra de la política también es un viejo truco. Una ilustre sufragista de otros tiempos lo advirtió. “No perder nunca la paciencia con la prensa o el público es una regla principal de la vida política”. Pedro Sánchez la ha perdido –o hace como si, con ayuda del CIS- presentándose con su esposa como perseguidos a muerte por la mentira, la máquina de fango y el bulo permanente. En el fondo, su denuncia de los acosos del cuarto poder tienen un componente de bulo. Los cinco días de reflexión –por ejemplo- también han sido un bulo. Nunca las tácticas nefandas de Manos Limpias lograron tener tanto eco.
Los partidos políticos son instrumentales para la proyección programática y el acceso al poder, del mismo modo que el periodismo se debe a la buena información y a la responsabilidad de opinar. De todos modos y no pocas veces, coincidiendo en pasillos innombrables, periodistas y políticos urden bulos al cincuenta por ciento. Son los estragos perennes del poder. Incluso así, existe la posibilidad de un periodismo que se autorregule y, aunque sea con imperfecciones, es mejor que los gobiernos legislen lo menos posible sobre los límites de la libertad de expresión. Al código penal le corresponde castigar las infamias, la intromisión y la calumnia. No es lo mismo agredir que investigar.
Con o sin cónyuge, según dictaminen o no los jueces, los días de reflexión de Pedro Sánchez parecen haber transcurrido en vano, sin sublimación emocional. Esas jornadas meditativas han sido titular de la prensa internacional y motivo de chanza a la hora del café, aunque las fallas de Valencia ya hayan ardido.
El periodismo no es una profesión de prestigio muy elevado, pero se hace lo que se puede. El sabio Lippmann, de vuelta de los mitos de la democracia, decía que una prensa libre no es un privilegio sino un requisito orgánico en una gran sociedad. También lo es la acción política, a pesar de los bulos que lanzan los políticos.
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