Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión | El teleadicto

Un país embarrado

La reina rehúye subirse al coche para acercarse y hablar con los vecinos de Paiporta

PI STUDIO

No deja de ser curioso que justo una semana después de titular esta columna "Un país civilizado" escriba una homónima de este jaez. Ya lo advertí entonces. A los españoles, republicanos o monárquicos, más o menos cultos, con independencia de la cuna, nos cautivó presenciar un año más una ceremonia de cuento de hadas como es la de los Premios Princesa de Asturias. Fundida con los Nobel de Suecia trasladados a una ciudad tan cercana a nosotros como es Oviedo.

Nos gustó ver a personas tan reconocibles como Carolina Marín (nuestra heroína particular, de carne y hueso mortal, capaz de echar unas risas sanas con Broncano un par de días después) participar de la pompa y boato del Teatro Campoamor. Del mismo modo que disfrutamos al ver a los científicos de relumbrón junto a nuestro Serrat diciendo cosas muy sensatas y cantando a las pequeñas cosas. A quién no le gusta dejarse llevar por ese mundo soñado que casi nunca se puede tocar con los dedos, porque al rozarlo con las yemas desaparece como una pompa de jabón.

La naturaleza ha vuelto zarandearnos con un golpe de realidad. Un golpe traumático, devastador. Los políticos no han estado a la altura, y ha sido precisamente el jefe del Estado, encarnado en la figura de Felipe VI, el que ha salido mejor parado de esta crisis institucional sin precedentes donde quien más quien menos ha quedado salpicado por el barro.

Por si no teníamos bastantes imágenes insoportables acumuladas desde el 29 de octubre, las televisiones de guardia vomitaron hasta lo indecible el domingo 3 de noviembre unas secuencias que no se olvidarán. Fue el día en que a la mismísima reina le llegó el barro al pómulo y a la nariz. Queda mucho que reflexionar.

Tracking Pixel Contents