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Opinión | CRÍTICA

El «entonado» Monterverdi de Alessandrini y su Concerto Italiano

El grupo Concierto Italiano, durante su actuación el lunes en el Teatro Principal de Alicante.

El grupo Concierto Italiano, durante su actuación el lunes en el Teatro Principal de Alicante. / Ángel Juste

Temporada de la Sociedad de Conciertos de Alicante

«Madrigales de Claudio Monteverdi».

Concerto Italiano.

Rinaldo Alessandrini (director).

Lugar: Teatro Principal de Alicante.

Fecha: 12 mayo 2025 

Ha sido valiente la Sociedad de Conciertos de Alicante al animarse a programar un monográfico Monteverdi conformado por las quince pequeñas grandes maravillas que integran su Tercer libro de Madrigales. Lo que debería ser santo y seña, es hoy, en estos tiempos de virtuosismo, divos y espectáculo, una rareza. Monterverdi, su música, sus óperas y madrigales, sus músicas sacras y profanas, nacidas entre los siglos XVI y XVII, suponen el germen de la modernidad, y ellas mismas son avanzadas en sus esencias y armonías. Algo particularmente latente en este Terzo Libro dei Madrigali a cinque voci, publicado en Mantua en 1592 y que supuso el primer éxito en la larga carrera del genio de Cremona.

Naturalmente, los gestores de la SCA se han cubierto las espaldas en esta arriesgada apuesta de introducir en su espectacular temporada un programa tan sui géneris, para el que han recurrido a las voces del Concerto Italiano, el grupo que creara en 1984 Rinaldo Alessandrini (Roma, 1960), quien es hoy, y desde hace décadas, uno de los más fieles apóstoles de la música de Monterverdi, con referenciales versiones de su trilogía operística y tantas otras obras maestras.

Este pasado, este saber y pasión, ha marcado las interpretaciones vivas e indagadoras del maestro romano y las seis entonadas voces que se sucedieron y alternaron en cada uno de los quince madrigales que cantan la vida, el amor, el desamor, el deseo, la nostalgia y las penas y alegrías. Un mundo -1592- a caballo entre el Renacimiento y los albores del primer barroco, que, sin abandonar los cánones del madrigal polifónico del siglo XVI, transita desde la estricta polifonía de Palestrina a un pentagrama inspirado por la palabra, «por la expresión directa del afecto y el drama». «¡Ay, querida alma mía!, ¿quién te me arrebata?», dice el último verso del último madrigal. Futuro presente. Ayer, hoy y siempre. La eterna canción.

Alessandrini matiza y desliza con detalle las desnudas armonías y desarrollos polifónicos de cada madrigal; resalta y subraya detalles, cada disonancia, cada encuentro y desencuentro tonal, siempre con el sentido de la palabra y de la expresión del texto, en un concepto que enfoca y se anticipa a lo que tres siglos después harán Schubert y sus seguidores románticos. En estos madrigales del Libro III, compuestos en la corte de los Gonzaga, en Mantua, cuando Monteverdi calza 25 años, «la poesía se convierte en acción sonora; la armonía se emancipa y busca acentos insólitos, a veces casi teatrales», como dice el estupendo texto sin firma incluido en el programa de mano.

Fueron versiones «entonadas» desde todas sus perspectivas. A tono con la afinación y el pulso de la palabra, pero también con sus sentidos y decires. Empaste, frescura, expresión, sentido polifónico, equilibrio, belleza vocal y teatralidad fueron señales de este perfilado Monterverdi alicantino que marca un hito en las programaciones «románticas» y etecé de las sociedades de conciertos de aquí y allá. El éxito, casi como si hubiera tocado Lang Lang el Para Elisa. ¡Bravo! (A los monteverdianos y su público, no al tecleador…).

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