Opinión | El indignado burgués
El mundo es de los garrulos

Isabel Díaz Ayuso, en una imagen de archivo. / Comunidad de Madrid / Europa Press
Vivimos tiempos en los que la elegancia es un valor que cotiza a la baja. Cada vez es más frecuente el líder vociferante, malencarado, faltón y con tendencia a golpearse el pecho con los puños, cual King Kong. Está claro que los que, como yo, somos estéticos, estamos perdiendo la partida ante los gorilas.
Si oyes las conversaciones de los catetos del trío de la bencina, no es ya que descalifiquen y cosifiquen a las mujeres, es que si esas grabaciones cayeran en manos de los alienígenas, tendrían motivos más que suficientes como para acabar con la humanidad. Ese virus del garrulismo militante, en el que incluyo desde Trump y Putin al más que patético dirigente de una Cámara de Comercio de cuyo nombre no quiero acordarme, viene infectándonos desde hace una década.
Soy capaz de no escandalizarme por las tropelías de políticos y asimilados, considerando que, de uno en uno hay alguno salvable, pero que, en conjunto, son las plagas de Egipto. Pero una cosa es que tolere que me roben y otra que esté dispuesto a sus chulerías. Un poco de “finezza” no vendría mal para hacer de este planeta un sitio más amable, pero no sé cuándo cambió la tendencia y ahora parece que vestir bien (o al menos arregladito), hablar sin insultar y criticar con estilo son ñoñerías. Si los oradores de los años 30 supieran que iba a heredar su escaño un tal Tellado, hubieran preferido dedicarse a la caza con reclamo.
La mala educación, ya no sólo en privado sino también en público y alardeando de ello, consigue llevar a la ciudadanía a unos niveles barriobajeros antes nunca alcanzados. Estoy por asegurar que los más desalmados “apaches” del fondo del estanque, observaban códigos de conducta más estricta que la mayoría de dirigentes actuales.
El mítico honor entre ladrones tenía como protagonistas a tipos más éticos que los mindundis que nos afligen. Eran rateros y asesinos pero no dejaban de ser gentes honradas, en el fondo, a las que las circunstancias llevaron por el mal camino. Los robaperas de hoy nunca han pensado, ni por un solo instante, que existen normas universales para todos los seres humanos. La honradez y la honorabilidad son adjetivos que les resbalan.
Llego tarde a ser feminista y encima soy del sexo opuesto, pero desde mi masculinidad moderada y un tanto vintage, me pregunto si no hacen falta muchas más mujeres al más alto nivel en la política. Sinceramente no me cabe en la cabeza el equivalente de Trump o Milei en chica. Mira que me cae mal Ayuso, pero no es comparable a los machitos tóxicos de buche paloma que envenenan lo que tocan. En esto también hay una masculinidad ponzoñosa y una testosterona que mejor sería que aplicaran a otros quehaceres, verbigracia a forjar espadas o a ser activos en forocoches.
No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió. Quizá los políticos que conocí en los noventa y primeros dos mil eran tan maleducados como éstos, de todo habría, pero recuerdo algunos casos muy contados, y no duraron mucho ni ascendieron a los cielos de la alta política. Por el contrario, tuve el ejemplo de otros muchos que eran la cortesía personificada. Duras y duros como el pedernal, pero sin apearse de las formas. Populares como Maribel Díez de la Lastra, Salvador López de Haro o José Manuel Martínez Aguirre. Socialistas como Antonio Moreno, Alfonso Arenas o Valenzuela. Comunistas como Manolo Alcaraz o José María Perea.
La sociedad está perdiendo las buenas formas, lastrada por los que deberían dar ejemplo. Siento que empiezo a volverme carca y más intolerante de lo que era habitual en mí, pero no hay nada peor que un señor de provecta edad en pantalones cortos, fuera de hacer deporte, la playa o la intimidad de su hogar. Me molesta escuchar a Ábalos hablar de mujeres, pero también verle embutido en una camiseta indescriptible mientras la guardia civil registra su casa. Al final todo es parte de lo mismo: cuando las normas de educación brillan por su ausencia y la estética se sustituye por una supuesta comodidad, la civilización está perdiendo la batalla. De ahí al dominio del más fuerte y al uso del taparrabos hay un pasito.
No me extraña que al final se confundan los roles, que los partidos sean una agencia de colocación y la Cámara de Comercio de Alicante una organización de saraos folclóricos, a la medida de un presidente que no entiende de otra cosa y presume de ignorancia, además.
No ha hecho falta un apocalipsis para que, en el Planeta de los Simios, los gorilacos hayan tomado el poder.
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