Opinión | La plaza y el palacio

Artículo de circunstancias sobre el 9 de Octubre

40 años del estatuto 9´de Octubre

40 años del estatuto 9´de Octubre / Diálogos. 40 años del estatuto 9´de Octubre

Estoy preparando unas conferencias para diversos ciclos de universidades valencianas a los que he sido invitado. El tema común es la celebración del 40 aniversario de la autonomía valenciana. Mi intervención se centrará en las ideologías políticas sobre el Estatut y lo que queda de ellas. Lo que queda de ellas, ya lo avanzo, están empatadas. Porque mira que nos peleamos los valencianos en aquel momento: que si el nombre de la cosa, que si el de la lengua, que si la bandera… Afortunadamente de todo aquello no queda casi nada. Casi, digo. Algunos amigos siguen cultivando una pertinaz nostalgia de aquellas jornadas de algarada y de debate erudito autoalusivo. Y cada vez que se ven impotentes, las derechas sacan a pasear el peligro que acecha en el norte. Si unos tienen a Fuster, los otros se consuelan con una suerte de Lovecraft con barretina.

A mí Lovecraft me gusta mucho, aunque creo que hay que cancelarlo porque era racista. Pero siempre he sido más de Fuster, aunque cada día, con más lecturas intensivas de su obra, más me convenzo de que nos metió, a su pesar, en callejones sin salida, que una cosa es la paz de la escritura y otra su aplicación a las cosas del vivir y del querer, y una cosa es su inteligencia y sentido escéptico y otra generar una tropilla de seguidores iletrados que se apuntan a los símbolos sin mayor pregunta sobre sus implicaciones. Pero si digo que soy de Fuster no es sólo porque alguna vez creí en sus posiciones sino porque emblematizó una corriente basada en la razón y no en la sinrazón y la rabia. Pero los fusterianos no podían vencer. Enfrente tenían las convicciones que dan las tradiciones epidérmicas de lo fácil, la dulzura mentirosa del “Levante feliz” y una desestructuración de la rechió que no era el resultado prioritario del franquismo españolista –aunque ayudara-.

Parece que aquí no hubo Transición como en otros lugares y que nos dedicamos sólo a esas batallas gestuales. La hubo, con sus huelgas, represión policial brutal, agitación estudiantil y sindical… Pero la tapó la “Batalla de València”. Conflictos de este tipo ocurrieron en casi todos los territorios del Estado. Con unos aparatos institucionales y policiales que aún controlaban franquistas, con ayuntamientos y diputaciones antidemocráticas, las élites, alineadas en buena medida con la derecha montaraz, en trance de deslizarse al centrismo, necesitaban tiempo. Tiempo para evitar que las fuerzas progresistas hegemonizaran el relato y para encontrar nuevas estructuras de poder próximo, accesible, para asegurar su expresión y pretensiones tras la extinción de los chiringuitos del Movimiento. O sea, que se apuntaron a las autonomías. Por eso es una ligereza decir que la forma del Estado autonómico se debió a la presión nacionalista con la connivencia de las izquierdas: en muchos lugares estaban en la misma barricada antifranquista desde mucho antes, pero en otras fueron partidos y asociaciones efímeras de la derecha local las que empujaron a una mayor fragmentación. Aquí eso significaba, entre otras cosas, desprestigiar –aunque fuera con palos y bombas- a los que iban ganando el debate y podían preparar un futuro inmediato con mayoría de izquierdas.

Pero si esa Batalla de València amargó y desfiguró el proceso, impidiendo un verdadero consenso estatutario, hubo otras Batallas: singularmente una “Batalla de Alicante”. Si en Valencia las élites jugaron intensamente al anticatalanismo, en Alicante lo hicieron al antivalencianismo, según viejas costumbres. Y ecos de todo aquello aún quedan. Anticatalanismo residual en un sitio, antivalencianismo residual en otro, pintan suficientemente un paisaje en el que gustan de hacer guerrillas las derechas políticas e ideológicas. Al final, ya digo, el resultado, por agotamiento, fue un empate. Y hoy algunos lamentan que la bandera lleve franja o que la lengua sea conocida en todas las universidades del mundo como catalán. Unos lloriquearán siempre porque la capital resida en Valencia y otros no entenderán que Alicante tiene otras formas de expresar su identidad.

Entre unas cosas y otras hemos tejido un relato de pueblo en el que no hay héroes, sino víctimas. Algunos autores dicen que eso es característica del tránsito del pensamiento político colectivo –nacional, si se prefiere- del siglo XIX a, progresivamente, el XX... y no digamos en el XXI, tan maltratadito. Ahí está una madre del cordero: la Comunidad Valenciana no ha tenido héroes que pasear, monumentos a los que convocar multitudes. A Vinatea no le conoce nadie, y tampoco fue para tanto. El agermanats tenían demandas confusas y, a veces, muy reaccionarias. En la derrota de Almansa no hubo valencianos; en la de Barcelona sí, pero hemos perdido memoria de sus nombres y afectos. Quijano da para usos locales. Cabrera era muy bruto y más facha que Queipo de Llano, aunque luego se redimiera. Personalmente me quedo con los obreros de la I Internacional de Alcoi y, por adopción, con el capitán del Stanbrook. Y Miquel Grau, a cuyo recordatorio debería venir alguna vez el Consell a hacer algún gesto. Pero, insisto, vamos muy mal de héroes, no les tenemos el gusto. Víctimas sí. Las que queramos. Individuales y colectivas. Cada ciudad medianamente grande es una víctima: Valencia de Barcelona, Alicante de València, Elx de Alicante, Orihuela de casi todo el mundo conocido, Borriana de Castelló. Xàtiva, más verazmente, de los Borbones. Y, así, todo. Nos gusta ser víctimas para ofrenar noves glories a Espanya, esa madre dolorosa que se alimenta de la angustia y sacrificio de sus hijos. Para hijos e hijas, nosotros y nosotras los valencianos y valencianas, etc. Somos muy buena progenie.

Bueno, si hemos llegado hasta aquí tampoco es para sufrir en demasía. El cielo puede esperar. Menos que antes, porque el cambio climático no respeta ni versos ni ocurrencias, pero para un rato dan nuestras promesas aplazadas. Tots a una veu! Yo lo que creo es que un año de estos las máximas autoridades de la patria valenciana deberían invadir pacíficamente un pedacito de Catalunya y acercarse a Poblet a saludar alegremente a la momia de Jaume I. Para un héroe que tenemos está en el exilio y hay que venerarle antes de que le cancelen por guerrear con infieles y montar a caballo. Se ha conformado con esa patria cisterciense, y eso que era de Montpellier. Qué rara es la Historia: ¿no puede quedarse quieta en los territorios que Dios dispuso que se rijan por los correspondientes Estatutos de Autonomía? O eso, o es que Dios tiene una deuda histórica con los valencianos.