La plaza y el palacio

Sobre el tercer Botànic: una respuesta a Juan Ramón Gil

Varios diputados del Botànic conversan con el conseller de Hacienda en las Corts.  | GERMÁN CABALLERO

Varios diputados del Botànic conversan con el conseller de Hacienda en las Corts. | GERMÁN CABALLERO / DiegoAitorSanJosé

Manuel Alcaraz

Manuel Alcaraz

 El pasado domingo Juan Ramón Gil, en su habitual artículo, formulaba una cuestión tan pertinente como inteligente: es lógico que las fuerzas de izquierda que han conformado los dos últimos gobiernos de la Generalitat defiendan su reedición pero, ¿para qué? En la pregunta, creo, van implícitas dos cuestiones relevantes. La primera tiene que ver con las discrepancias que han aflorado entre los socios gubernamentales. La segunda se refiere a la posible ausencia de un relato político capaz de movilizar al electorado que vaya más allá de la reiteración de promesas rutinarias. Vayamos por partes.

Es perfectamente legítimo y positivo el interés de los gobernantes por reeditar pactos y asegurar mayorías. Esto sería una obviedad si no fuera porque la derecha, siguiendo el camino que sigue en el conjunto de las instituciones del Estado, trata de deslegitimar cualquier gobierno de la izquierda. Desde luego Juan Ramón Gil ni cae en esta trampa ni la abona pero conviene insistir porque el discurso de la derecha es penetrante y trata de desmovilizar al electorado de izquierdas. Para ello Mazón y los suyos deben hacer olvidar lo que fueron los gobiernos del PP, quienes eran, y son, Zaplana y Camps, y unas cuantas decenas de famosos conmilitones más. Mazón debe convencernos de que él no es como aquellos. Y eso no está nada claro, dado que proviene de la misma escuela y de la misma visión de la CV. No es preciso ser corrupto para que el desgobierno se instale como marca de la casa a base de alimentar amigos, amiguitos y lucrativas ocurrencias. La carga de la prueba de que su gobierno no sería nocivo para los intereses valencianos recae sobre el PP y Vox, no sobre la izquierda. Que una parte de la suerte de estas Elecciones se juegue “en Madrid” no resta importancia al argumento, sino al revés. El PP y Vox han empezado a usar la CV como recurso para otras guerras. No nos extrañe: el discurso de la riqueza a cualquier precio siempre fue del PP, el de la dignidad y el crédito colectivo no.

Es cierto que han existido diferencias internas. Algunas me han parecido frivolidades y así lo he expresado a responsables de Compromis y del PSOE. Si alguien no es capaz de moderar sus ímpetus no debería ocupar puestos destacados que requieren templanza y prudencia. Pero ciertos enfados, aunque sean contraproducentes e inviten a la abstención, son un problema menor. Es inevitable que aparezcan discordancias, igual que en los gobiernos monocolores. Las salidas de tono pueden explicarse desde la tensión de gobernar en las terribles circunstancias de esta Legislatura. Antes de que el lector me juzgue indulgente, le invito a que piense lo que serían les Corts y el Consell con una alianza del PP y Vox, lo que hubieran sido durante la pandemia: un dramático circo inenarrable. No deseo utilizar el argumento del miedo a ver a la extrema derecha usar de las instituciones para ventear sus despropósitos proponiendo la involución en cuestiones en las que se ha logrado un consenso social notable con el Botànic. Me basta con devolver la pelota: es mucho más fácil imaginar el desgobierno y la inestabilidad con Vox y PP que con el Botànic.

Y con eso llego a lo esencial de mi reflexión. Creo que Gil tiene buena parte de razón en indicar que al otro lado de la jornada electoral hay un cierto vacío de ideas. Sin duda hay papeles en los que permanecen escritos proyectos aún no realizados, que darán a los dirigentes del Botànic impulsos suplementarios para una campaña electoral. Pero dicho esto me permito una reflexión general que, espero, los líderes del Botànic tengan en consideración.

Botànic III debe ser una continuación de las anteriores experiencias… hasta cierto punto. Me atrevo a indicar que, muy posiblemente, deberán modificarse algunas estructuras, para evitar caer en una monotonía burocrática que conduzca al aburrimiento y la esterilidad de los trabajos. Igualmente deberá superarse la rígida delimitación de responsabilidades que conduce a la simpleza de contar quién se hace más fotos y a apuntar en un invisible cuaderno lo que han hecho “mis” consellerias o las de “los otros”. No es cuestión de talante o voluntad, sino de centrarse en la horizontalidad y transversalidad de muchas medidas a adoptar: o son de todos o no son de nadie. La calidad debe primar sobre la cantidad.

Pero lo esencial es que los Botànics entre 2015 y 2023 pertenecen a una etapa que podemos calificar de “reformismo regeneracionista”. Quedarán hilos sueltos, ilusiones por realizar. Pero lo esencial de esa fase ya se ha obtenido: la corrupción y el mal gobierno no son el eje identificador de la CV; los debates y acciones sobre nuevas maneras de abordar las relaciones económicas –en la medida en que se puede hacer en una Comunidad- han avanzado, incluyendo la adaptación de la idea de modernización en los discursos de la izquierda; las bases para renovar los servicios públicos están fijadas y una relación entre el poder y la ciudadanía, más abierta, está establecida. Las materias por abordar estarán siempre presentes hasta que encuentren soluciones que no dependen esencialmente de lo que haga una mayoría parlamentaria aquí: la financiación, la mejora en algunas infraestructuras, la perdurabilidad de medidas para asegurar el riego, etc. estarán en la agenda de cualquier Consell… y de toda oposición. Pero insistir en estirar el modelo es lo que puede desmotivar al electorado. Lo esencial ahora es dejar de mirar dentro de las instituciones del Botànic y de los mismos partidos para dialogar con una sociedad que ha mutado. Lo esencial es comprender y deducir consecuencias de cambios generales que se han producido.

Por eso debemos prepararnos para proseguir con el reformismo en otro escenario: el de una “nueva globalización”, menos marcada por el ultraliberalismo que agrada al PP. Eso significa un determinado nivel de continuidad en los liderazgos, en especial al priorizar la prevención de los efectos del cambio climático y la lucha sin cuartel contra toda fuente de desigualdad. Un ejemplo: no se trata de combatir la pobreza –que habrá que hacerlo- sino de pensar la evolución de la vida comunitaria como navegación en un mapa de brechas económicas y culturales susceptibles de cuajar en conflictos. Otro: la llegada de la inteligencia artificial no puede contemplarse como curiosidad u ocasión de negocio sino que hay que prevenir la existencia de agraviados por la nueva situación, que renegarán de una democracia más preocupada por las máquinas que por las personas: la innovación digital debe acompañarse de innovación social que equilibre ambiciones, por ejemplo aplicando intensamente la digitalización a la desburocratización. Otro: reevaluar el papel de Comunidad mediterránea, sin resbalar a los tópicos y sin quedarnos en la suma de ventajas económicas de poco valor añadido. Otro: hay que aportar legibilidad y transparencia a la incorporación de la ciencia y el conocimiento a la toma de decisiones y a la prevención de riesgos. Todas estas cosas, y muchas otras, las puede abordar con mucha más eficacia y decisión un Botànic III, buen conocedor de la CV y sin los lastres ideológicos del conservadurismo del PP y las inquietantes promesas de Vox.