Tribuna

Florentino Regalado y el puente de Alcántara

José Ramón Navarro Vera

José Ramón Navarro Vera

El paisaje que nos rodea cuando nacemos, y en el que trascurren los primeros años de nuestra vida, influye en nuestra personalidad y carácter. Esa huella estaba presente en el ingeniero de Caminos Florentino Regalado. Nació en Cáceres, muy cerca del puente romano de Alcántara sobre el río Tajo. La formidable y hermosa estructura de este puente de seis arcos de medio punto construido en el siglo I de nuestra era por el ingeniero Cayo Lucio Lácer, fue para él un referente desde que siendo niño ya jugaba entre sus sillares. Sin duda, en su imaginario, este puente estuvo ligado al origen de su vocación de ingeniero.

Hace solo unas semanas, cuando ya se enfrentaba a su enfermedad, me envió un texto conmovedor, que acababa de escribir, en el que se despide del puente de Alcántara como alguien que dice adiós a un amigo del alma cuando sabe que su tiempo se acaba. Sin embargo, en la segunda parte de ese escrito, surge, «genio y figura», el Florentino combativo, argumentando con pasión contra el nuevo puente, que, si nadie lo remedia, va a ser construido aguas arriba muy cerca del romano, alterando irreversiblemente la identidad de un paisaje que contribuye a crear el puente romano en su diálogo con el medio natural desde hace dos mil años.

Florentino era un representante fiel de una tradición de la ingeniería civil moderna, un periodo que se extiende desde las últimas décadas del siglo XVIII a mediados del XX, una generación que estaba en posesión de la fe en el progreso técnico, y en una sociedad gobernada por las leyes de la ciencia y la técnica en la que las mentes creativas se unían para crear un mundo pleno de oportunidades. Creía en la meritocracia y el esfuerzo individual, y estaba dotado de una valentía personal que le llevaba a no eludir el riesgo ni a buscar el camino más fácil ante una dificultad.

En la formación de los ingenieros civiles predomina una visión racional y positivista de la realidad, que Florentino compartía. Pero, desde hace algún tiempo, pude comprobar, en él, tanto en nuestras conversaciones, como cuando participábamos en debates sobre el patrimonio de la ingeniería, su inclinación por la historia o la estética. Recientemente me confesó que encontraba a faltar una formación humanista en las escuelas de ingeniería.

A lo largo de los años hemos mantenido siempre una relación de amistad fundada en la generosidad y nobleza que siempre mantuvo conmigo, aunque en ocasiones nuestras posiciones sobre diferentes cuestiones estuvieron alejadas.

Si existe otra vida (cuando uno se hace mayor y van desapareciendo amigos, espera que sea así), allí estará ya Florentino discutiendo con el ingeniero romano Cayo Lucio Lácer sobre algún problema estructural relativo a su amado puente de Alcántara.