Aquella feria de Orihuela

Antonio Colomina Riquelme

Antonio Colomina Riquelme

 Por las fechas en las que nos encontramos, he considerado que estaría bien contarle a los lectores algunos detalles de la Feria que se celebraba antaño en Orihuela.

Nadie ignora la dureza del estío en nuestra Ciudad, máxime cuando todavía no existía ni el aire acondicionado ni los frigoríficos de hoy en día. La Feria se esperaba con impaciencia porque ayudaba, en gran medida, con la algarabía que se formaba, a sobrellevar los largos y calurosos días agosteños.

Llegado el 15 de agosto, toda la ciudad desprendía un aroma a churros, garrapiñadas y algodón de azúcar. El recinto ferial, desde el comienzo de la avenidad de Teodomiro hasta cerca de la misma estación, era una explosión de luz, color, sonido y fragancias. Las canciones italianas surgían de las casetas y carruseles entremezclándose unas con otras. Hervidero de eventos que se sucedían sin cesar durante el día y hasta altas horas de la noche: La Feria del ganado caballar, carreras ciclistas y de motoristas por los Andenes, cucañas, carreras de sacos, rotura de pucheros con los ojos vendados, lanzamiento de globos, etcétera.

Entrada la noche, en el centro de la glorieta se ofrecían espectáculos populares gratuitos, cantantes famosos de la época como Serenella, Gelu, y otros hacían las delicias de los oriolanos.

En el patio del colegio La Graduada —hoy Andrés Manjón—, con el beneplácito de su director D. Antonio Pujol se realizaban verbenas igualmente gratuitas, donde los jóvenes de entonces comenzaban a anhelar a la chica de sus sueños...

Las casetas, pegadas unas con otras, abarrotaban la avenida a ambos lados, en ellas se podían adquirir infinidad de artículos: juguetes, bisutería, navajas de Albacete, billeteros, artículos para fumadores... Las tómbolas, que por entonces comenzaban su andadura, también ofrecían sus muñecos de peluche y hasta articulos de cocina a los afortunados jugadores.

Las atracciones feriales eran muy diversas: el tren de los horrores, la montaña rusa, la noria, las sillas voladoras, la rueda de los caballitos, o Tio Vivo, los coches de choque y las barcas —yo diría de 'tracción humana'—, eran unos columpios que, como su nombre indica, tenían forma de pequeña embarcación. Pero ahora merecen mi especial atención algunas de las que ya casi han desaparecido, como muestra les citaré: Un juego que medía la fuerza, consistía en pegarle con un gran mazo a un soporte situado en el suelo, éste hacía elevar una pieza de hierro redonda de unos ocho centímetros de diámetro por unas guías hasta gran altura, al final había una campana; estaba calibrado para que una persona de complexión normal raramente pudiese llegar la pieza hasta mitad del trayecto, pero los chicos de la huerta que eran fuertes como robles, propinaban unos mazazos que el feriante se sorprendía de ver tanta potencia.

En el tiro al blanco había de todo, desde el palillo de dientes que pinchaba un cigarrillo 'chester', hasta unos patitos metálicos que pasaban uno tras otro por un raíl; pero lo màs original era uno que, si hacían puntería y le daban a un botón que figuraba una puertecita salía un muñeco vestido de camarero portando en su mano derecha una bandeja con una copita de mistela; a través de un mecanismo se deslizaba hasta el tirador, éste se tomaba la bebida y el muñeco regresaba a su habitáculo.

Por otra parte, eran multitud de puestos ambulantes —carros—, que ofrecían su mercancía a todos los asistentes a la Feria, los más concurridos era los de membrillos, manzanas rebozadas de caramelo, palmito 'tierno superior' —así lo voceaban—, cocos, turrón de panizo, higos chumbos o de ‘pala’…

Otra costumbre muy típica eran los botijeros, ofrecían por diez céntimos un trago de agua con unas gotas de anís, el cliente podía beber toda la que quisiera por el mismo precio, pero sin descansar, directamente desde el botijo, al 'gallé'. Si paraban y volvían a empinarse el recipiente, costaba doble.

No quiero olvidarme tampoco de un gremio que ayudaba a mitigar los rigores del verano: los heladeros. La Ibense y La Jijonenca con sus ‘coyotes’, ‘tuti fruti’ y cortes variados. Y los Manolés, vendedores ambulantes que elaboraban sus productos totalmente artesanales: el agua de cebada, granizado de limòn, la horchata y el delirio de todos los niños, los 'chambis'.

Para los que no lo han conocido les comento que el 'chambi' estaba riquísimo y el proceso utilizado por el heladero para servirlo era tan agradable de ver que los chiquillos se quedaban ensimismados.

Consistía en una pequeña máquina manual niquelada que formaba una concavidad rectangular del tamaño de una galleta de las mismas dimensiones, llevaba un mango, y en él, un resorte que hacía subir o bajar el heladero con el dedo pulgar, elevando o bajando con ello una reducida plataforma interior marcando así el grosor del 'chambi', que sería según el precio convenido. Se introducía la galleta y con una paleta igualmente niquelada se rellenaba el hueco de mantecado, después colocaba otra galleta igual que la anterior encima y con el dedo se presionaba el botón hacia arriba saliendo el helado hecho un bloque.

La Feria de agosto en Orihuela era en aquél entonces un gran acontecimiento para toda la ciudad y la comarca, para su economía, y necesaria igualmente para divertir a la gran mayoría de oriolanos que pasaban los rigores del calor en la ciudad. Los que la hemos conocido la añoramos.