Cambio climático y negacionismo de la ultraderecha

Coral afectado por el cambio climático.

Coral afectado por el cambio climático. / Brett Monroe Garner / Getty Images

Javier Segura

Javier Segura

Las olas de calor, con temperaturas record, que han recorrido parte del hemisferio norte en estos meses de julio y agosto y se han sentido de forma particularmente intensa en este país no son un fenómeno puntual. Constituyen una señal evidente del proceso de cambio climático, derivado del calentamiento global del planeta, que está asolando el mundo en que vivimos. Esta crisis climática, cuyo origen está en una economía del despilfarro que, en aras del beneficio, atenta contra las bases que permiten la regeneración de la naturaleza, no sólo es una realidad incuestionable, sino también el gran desafío de presente y futuro al que se enfrenta la humanidad. Frente a esta realidad, el relato que niega el cambio climático, abanderado por las ultra-derechas, con el fin de eximir de responsabilidades a las grandes corporaciones que se benefician de la degradación medioambiental, atenta contra la verdad científica y el derecho al bien común.

Veamos:

Desde hace más de un siglo, coincidiendo con la eclosión de la 2ª Revolución Industrial, se viene observando un aumento gradual de las temperaturas de la atmósfera, la superficie y los océanos de la Tierra que se ha acelerado sustancialmente en las tres últimas décadas. Según la Organización Meteorológica Mundial, el Servicio de Cambio Climático de la Comisión Europea y la NASA, el pasado mes de Julio fue el más caluroso jamás registrado en la historia de la humanidad. Existe un consenso generalizado en la comunidad científica mundial en atribuir el origen de este calentamiento global a los denominados gases de efecto invernadero, especialmente al dióxido de carbono (CO2) que, procedentes de distintas actividades humanas, se acumulan en la atmósfera absorviendo la radiación que emite la Tierra y sobrecalentándola. Entre estas actividades, cabe destacar, por el mayor nivel de emisiones que generan, la desforestación y, sobre todo, la quema de combustibles fósiles, petróleo, gas natural y carbón.

Son bien conocidos los efectos: desaparición de especies, deshielo de los polos y subida general del nivel del mar (fenómeno delicado, habida cuenta de que el 40 % de la población mundial vive a menos de 100 km de la costa), desertificación y erosión de los suelos (que limitan la disponibilidad y calidad del agua, arruina los cultivos y precariza la seguridad alimentaria), intensificación de fenómenos meteorológicos extremos (sequías, olas de calor, tormentas, huracanes, tornados), proliferación de catástrofes naturales (incendios, inundaciones...), aumento de las desigualdades y desplazamientos masivos (ya que los efectos del cambio climático afectan especialmente a las poblaciones y países con menos recursos) y recrudecimiento de la conflictividad entre quienes se lucran de la degradación medioambiental y quienes luchan por los derechos ambientales.

La lucha contra el cambio climático (y contra la injusticia climática asociada al mismo) exige, por tanto, la reducción o eliminación de las concentraciones de gases de efecto invernadero y, en consecuencia, actuar sobre las fuentes que los producen. Ello implica, entre otras medidas, avanzar hacia una transición energética que ponga freno a la desforestación, reduzca la dependencia de los combustibles fósiles y apueste de manera decidida por las energías renovables, lo que, en la práctica, requiere limitar el poder de las grandes corporaciones madereras y energéticas y de los bancos que las financian. Es en este contexto en el que crece la reacción negacionista, un movimiento que ha contado y cuenta con un poderoso respaldo financiero pata contaminar con desinformación los medios de comunicación y crear, sobre todo en Estados Unidos, think tanks ultra-conservadores encargados de producir contenidos, en apariencia científicos, con un objetivo: socavar la promoción de soluciones sostenibles rompiendo el consenso científico y debilitando al movimiento ecologista. Se llama “conspiracionismo” y, en este juego, las ultraderechas operan como las fuerzas de choque al servicio de las élites estractivistas.

Así, mientras los negacionistas se apoyan en científicos como el Nobel de Física Jhon Clauser, que integra el directorio de una organización estadounidense, la Co2 Coalition, que ha recibido fondos de empresas petroleras para negar la crisis climática o en el exigüo grupo de 1.500 científicos de la Fundación de Inteligencia Climática (Cintel), vinculada a la extrema derecha holandesa, que denuncia que no hay emergencia climática, en distintos lugares del mundo, y muy especialmente en América Latina, miles de activistas que se enfrentan al despojo estractivista pagan su atrevimiento con la persecución, la represión y, en muchos casos, la muerte a manos de las mafias al servicio de los depredadores.

Frente al negacionismo, por tanto, ciencia, conciencia y lucha.