Así se muere

De todos los personajes fallecidos en 2023, Berlusconi fue el que salió peor parado en su necrológica. La mayoría de los obituarios están escritos en vida del finado. Aún tienen tiempo de cambiarlo

El periodista Ramón Lobo, en una imagen de archivo.

El periodista Ramón Lobo, en una imagen de archivo. / EP

Jorge Fauró

Jorge Fauró

Ocurre en muchos periodistas veteranos. A medida que cumplimos años y las redacciones se pueblan de reporteros jóvenes, nos vamos especializando en el obituario. Se nos reclama a menudo para esos menesteres por una simple cuestión de coetaneidad: estábamos allí, lo vimos, lo conocimos. He escrito en los últimos tiempos más de los que habría querido. Es, sin embargo, un género agradecido porque permite glosar la figura del fallecido y otorga cierta libertad a la hora de escribir sin el corsé de la noticia. Tolera, además, imbricar al texto de cierto estilo literario.

Cualquier redacción digna de llamarse tal tiene en remojo una carpeta de necrológicas anticipadas, escritas con el muerto en vida para poner a disposición de los lectores un perfil del finado recién sucedido el deceso. Hace tiempo diseñé un bosquejo para un proyecto titulado ‘Muertos en vida. Qué dirán de mí cuando me muera’, que recogería las necrológicas de conocidos personajes aún con los pies en la tierra. Todo ello con conocimiento de los protagonistas antes de que la diñaran. «Mira, esto es lo que van a escribir sobre ti cuando la palmes», les exponía. Para mi sorpresa, todos querían salir, salvo un conocido empresario de mediana edad y con numerosas causas acumuladas por corrupción. «A mí así no me saques», me espetó. «Reconduce tu vida y cambiará tu obituario», respondí. El proyecto se fue al traste porque ninguno de ellos quería salir fotografiado —vivo— en el interior de un ataúd, que era lo que en realidad le daba gracia a la cosa. Algunos ya han muerto y su obituario hecho en vida mantenía plena vigencia.

Les cuento todo esto porque es importante despedirse con la seguridad de haber dejado un buen recuerdo y de estar en paz con las personas más próximas. El ejemplo es el periodista Ramón Lobo, colaborador de esta casa y al que se le rendirá un homenaje el próximo 22 de octubre en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Es muy probable que Ramón hiciera en vida cosas de las que se arrepintiera, pero la unanimidad en glosar su figura —también en vida— ha sido envidiable. Ramón debía de conocer la leyenda de Chanel. «Mirad, así se muere», cuentan que balbuceó Coco antes de exhalar.

Nos cuesta morirnos. Tanto apego tenemos a la existencia, por irregular o dramática que esta haya sido, que no queremos marcharnos. Mi padre, por ejemplo, pasó sus últimas semanas agarrado artificialmente a la vida. Fue un hombre bueno. Podía morirse en cualquier momento o prolongar aquel estado de placidez —no sufría— durante el tiempo que hubiese querido. «No se quiere morir», trató de explicarnos el oncólogo. Y así pasaron los días. Un psicólogo del hospital madrileño donde permanecía ingresado nos recomendó que debíamos despedirnos para no prolongar aquel estado que nos procuraba más sufrimiento a sus hijos que a él mismo; hablarle al oído, decirle lo que había representado como padre, lo bueno y lo malo, para que, en suma, pudiera marcharse tranquilo, con todo arreglado, los deberes hechos, presto a cerrar un círculo que comenzó a abrirse el día que nació. Así lo hicimos, en privado, en orden de mayor a menor, sin saber si nos escuchaba o no. A mí me tocó el último por ser el menor de cuatro. Ya era casi madrugada cuando le detallé serenamente el debe y el haber. Pocas horas después, antes de que el sol saliera, mi padre murió, plácido, satisfecho, imagino; había cerrado el círculo. Merecía un buen obituario.

He repasado la lista de muertos conocidos de 2023. María Jiménez, María Teresa Campos, Antonio Gala, Marta Chávarri, Pepe Domingo Castaño, Ramón Lobo, Francisco Ibáñez, Carmen Sevilla, Tina Turner, Pedro Solbes, Laura Valenzuela, Tom Sizemore, Amancio Amaro, Raquel Welch, Marcos Alonso, Paco Rabanne, Gina Lollobrigida, … Leídas algunas de sus necrológicas, la mayoría son amables y consideradas. Así se vive, así se muere. Solo he hallado un caso que incumple la tendencia, el de Berlusconi. Como aquel que se opuso a que yo escribiera su esquela en vida, ‘Il Cavaliere’ no hizo nada por alterar su memoria, cuya necrológica ponía el foco a partes iguales en su actividad empresarial y política y en las ‘velinas’ de las fiestas ‘bunga bunga’.

No hace falta ser famoso, pero de entre quienes sí lo son y se encuentran en una situación similar a la del italiano, ya saben: aún tienen margen de reconducir su propio recuerdo. Es muy probable que alguien haya escrito ya su esquela. Están a tiempo de cambiarla.

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