Cataluña: González de ayer a hoy

Felipe González: en una amnistía sería el Estado el que pide perdón, no el que perdona

Felipe González: en una amnistía sería el Estado el que pide perdón, no el que perdona

Antonio Papell

Antonio Papell

El 28 de junio de 2010, tras cuatro años de tramitación, se publicaba el fallo de la sentencia del recurso de inconstitucionalidad presentado por el Partido Popular contra 114 de los 223 artículos del Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006, que, impulsado por el socialista Maragall, a la sazón presidente de la Generalitat, con el apoyo de Zapatero en La Moncloa, había superado todo el complejo trámite que la Constitución establece: tras ser aprobado por el Parlamento de Cataluña, lo fue por las Cortes y finalmente obtuvo el refrendo popular en Cataluña, en votación celebrada el 18 de junio de 2006. El texto completo del fallo del TC y los cinco votos particulares que la acompañan se conocieron el 9 de julio de 2010, un día antes de la celebración en Barcelona de la manifestación de rechazo a la sentencia bajo el lema “Som una nació. Nosaltres decidim“.

El 20 de noviembre de 2011, ganaba Rajoy con mayoría absoluta las elecciones generales que perdía Rubalcaba, y el panorama catalán se volvía explosivo. El PP había hecho campaña activa en todo el Estado contra la reforma del Estatuto de Cataluña, que recurrió ante el TC como acaba de decirse. Las presiones sobre al Constitucional fueron descaradas y evidentes, pese lo cual la sentencia desfiguraba poco el texto estatutario original: lo grave no era tanto aquella merma cuanto la humillación que suponía que un texto de referencia como aquel, que representaba el esfuerzo de los catalanes por mejorar su autogobierno y su calidad de vida, fuera finalmente desautorizado por unas instituciones claramente manipuladas cuya principal pretensión era meter en vereda a los catalanes.

Las izquierdas estatal y catalana fueron conscientes de la mala semilla que acababa de sembrarse en el baldío catalán, que acabaría arraigando en forma de un proceso de ruptura que tuvo varias fases y que estalló definitivamente el 1 de octubre de 2017. Con visión premonitoria, el 26 de junio de 2010, dos ilustres socialistas criticaban con dureza tres aspectos de aquella sentencia destructiva:

- Los votos particulares que respaldan la impugnación del PP expresan una visión preconstitucional del Estado. Se niega la noción misma de autogobierno, se cuestiona la inmersión lingüística que cohesiona a Cataluña, se escatima la condición de parte del Estado a la Generalitat, y se llega a desfigurar incluso su nombre. Y, para ello, se invoca como autoridad jurídica y política... la Biblia.

- La sentencia aprobada por la mayoría del TC resulta ambivalente. En su fallo preserva la inmensa mayoría de los preceptos estatutarios y rechaza casi todas las objeciones del recurso del PP. Pero en los fundamentos de la sentencia se refleja un desconocimiento de la diversidad catalana en la realidad española. Usa expresiones ofensivas: ciudadanía catalana como “una especie de subgénero de la ciudadanía española”; injustificada primacía natural de cualquier norma estatal, u obsesión injustificada por la indisoluble unidad de la nación española.

- Si a ello se unen las dilaciones, la obstrucción intencionada de su renovación por parte del PP, o la recusación de algún miembro, se entiende perfectamente que la sentencia del TC, mucho más que el fallo, produjera indignación y rechazo en sectores amplios de la sociedad catalana.

Aquellos críticos lamentaban en fin el surgimiento de un grave problema. Y este fue su clarividente diagnóstico: “El problema no radica, pues, en la Constitución, que se ha revelado por más de tres décadas como un texto incluyente de la diversidad y ha permitido el desarrollo de un proceso federalizador en la configuración del Estado de las Autonomías, aunque no estuviera contemplado en su letra. Tampoco radica en este Estatut, a pesar de las insidiosas campañas del Partido Popular sobre la ruptura de España o el tutelaje de ETA. Estos cuatro años de desarrollo sin fricciones lo demuestran. El problema sigue estando en la resistencia del PP a reconocer la diversidad de España y en la obstinación de los sectores catalanes que magnifican las fricciones y minimizan los avances históricos que hemos vivido”...

Los firmantes de aquel diagnóstico pesimista eran Felipe González y la desaparecida Carme Chacón. El artículo se publicó en Madrid, en “El País” el 26 de julio de 2010. Y tuvo el eco que merecía y que cabía esperar.

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