Opinión

Los ricos

Juan Roig, presidente de Mercadona.

Juan Roig, presidente de Mercadona. / F. CALABUIG

Finalmente creo haber llegado a la turbia conclusión de que ser rico no debe ser un oficio sencillo.

Si ustedes quieren conocer ricos deben estar atentos a las últimas semanas del primer trimestre de cada año. En esa época se levanta la veda, salen de sus madrigueras y exhiben sus impactantes resultados. El mes de marzo es la temporada de los ricos. Cada uno sale a proclamar sus cuentas. Cada una más deslumbrante. El Santander, once mil millones. Iberdrola, cinco mil. Inditex, cinco mil cuatrocientos. Es como la Nit de l’Albá en Elche. Cada uno pugna por tirar el cohete más alto. Claro que en esta fiesta la pólvora la ponen los trabajadores. Y, como es bien sabido, para ensanchar los márgenes y hacer que el cohete suba más alto hay que comprar la pólvora más barata. Pero eso siempre ha sido así.

Y Mercadona, la empresa bandera de la Comunitat. El gran Juan Roig suele acompañar su presentación de resultados con un discurso en el que combina explicación de estados contables, curso de filosofía económica y clase de ética empresarial. Uno no sabe muy bien si el notable empresario valenciano informa de sus resultados o se compra el derecho a un sermón. Hay que reconocer que siempre dice cosas de interés. Este curso ha introducido el concepto de honradez en la práctica empresarial. Está bien porque hasta ahora muchos pensaban que la honradez era una obligación moral de los pobres, que la obligación moral de los ricos era ganar dinero. Y hay que conceder al gran empresario cárnico que despliegue políticas para ponerlo en práctica. Por ejemplo, invita a los empresarios rurales a ganar dinero vendiéndole a él. Esto desmentiría a los pérfidos agricultores que dicen no encontrar forma alguna de ganar dinero vendiéndole a la cadena. Y me ha parecido que dedicaría una partida de seiscientos millones a bonus de los trabajadores. Me he tomado la libertad de hacer cálculos y saldrían a unos cinco mil euros. Un capitalillo. Hay que reconocerle que se distancia de la prole de ricos que se dedican a la acumulación primitiva de capital y crea su propio circuito de redistribución de la riqueza. Siempre he creído que en el fondo de cada rico distinguido hay un marxista metodológico.

Pero el sagaz Roig que, sin duda, no suele dar puntada sin hilo ha querido marcar distancias con algunos ricos sobrevenidos que han encontrado caladeros de riqueza poco santos. Por ejemplo, con la salud de los paisanos. Explotando diligentemente perversos reservorios de virus. Mutaciones del empresariado patrio que se han puesto de moda. Generación de Medinas, Luceños, Koldos, Aldamas, Cuetos, González. Unos asesores pillos, otros descorchistas avisados, alguno novio afortunado, todos zafios y chabacanos. Todos, vergonzantes, escondidos tras una innumerable mascarilla. Nada que ver.

Y es que hay muchas clases de ricos. Recuerdo, en mi otra vida, viéndome en un apuro empresarial y en la necesidad de renegociar a la baja el alquiler de las oficinas, mi casero me dijo “tota la vida el meu pare i el meu tío treballant i no m’han deixat ni mil millons”. Confieso que aquello me alivió. Repentinamente, el impacto de su confesión desalojó mis tribulaciones e instaló en mi espíritu las suyas. Terrible. Imagínense ustedes que no heredaran ni mil millones. No, la fortuna sobre lomo ajeno no es la manera más elegante de acceso a la riqueza. Y, contra la osadía de Roig de enorgullecerse de pagar impuestos, los ricos herederos reclaman la anulación tajante del impuesto de sucesiones. El trabajo de los padres y tíos debe pasar indemne a los herederos.

Tampoco la lotería. Ese azaroso sistema de redistribución de la riqueza que establecieron los liberales de las Cortes de Cádiz oficializando aquel premonitorio arrebato socialdemócrata de Carlos III. Cuán poco glamour hay en hacerse rico con el gordo o con el cupón. Vuelvo a Marx, hay que hacerse rico con la explotación del hombre por el hombre. Y ahí sí hay amplio territorio para que cada uno emplee su mérito y capacidad.

En mi Glorieta mañanera tenemos un rico. Rico, no opulento. Rico por su trabajo. Es peligroso. Y lo es porque exhibe su condición con ironía. La ironía es un territorio sutil y ambiguo que requiere de una sutil capacidad de aprehensión por parte del interlocutor. Allí predica sin rubor su credo liberal. Y nunca sabes si cuenta una verdad o un chiste. A menudo, utiliza el “viva la libertad, carajo” a modo de saludo. A veces hay algún interlocutor ocasional que no lo entiende y se sume en una repentina zozobra, no se sabe bien si por indignación e incredulidad. Pero no es provocación, es pedagogía. Confieso que aprendo de él. Por ejemplo, agudo intérprete del ayusismo, he aprendido que la libertad es, cada vez más, una conquista extraordinaria de la humanidad que ha acabado luciendo preferentemente en la cuenta corriente de los ricos.

Mi padre, que nunca fue rico, me decía que no es rico aquel que teniendo dinero no lo gasta. Otra profunda reflexión sobre el valor de uso y el valor de cambio.

Y yo, que siempre fui buen hijo de mi padre, pienso, ay… si yo fuera rico.