Opinión

El zar Putin

El presidente de Rusia, Vladimir Putin.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin. / EFE

Los europeos tendemos a pensar que nuestro sistema democrático y nuestras instituciones europeas son el mejor sistema de convivencia al que los ciudadanos podemos aspirar. Damos el valor que se merece a nuestros Parlamentos porque somos conscientes del largo y duro camino que hemos tenido que recorrer para llegar a disfrutar de las libertades y de los derechos humanos que rigen nuestras vidas. Cuando leemos sobre el horror que el nazismo impuso en Alemania o las purgas y asesinatos masivos que Stalin llevó a cabo en la URSS durante su mandato, pensamos que es algo que pasó hace mucho tiempo sólo porque las imágenes que vemos en documentales o en fotografías de aquella época son en blanco y negro y los testigos hace mucho tiempo que murieron. Y aunque podemos leer los testimonios de aquel horror en los libros de Primo Levi, Jorge Semprún o Aleksandr Solzhenitsyn, no terminamos de creer que aquello sucediera en un pasado reciente. Sin embargo, basta salir de nuestras confortables vidas para darnos cuenta de la excepcionalidad que nuestra sociedad supone en el orden mundial. En muy pocos países del mundo se puede votar en unas elecciones de manera libre, las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, los homosexuales no corren el riesgo de ser apaleados sólo por existir y los niños no son explotados en fábricas insalubres. A unos kilómetros de nuestras ciudades, a unas horas en avión, el sueño de los ilustrados franceses como Montesquieu o Rousseau o de los españoles en las Cortes de Cádiz que se opusieron al absolutismo rancio de Fernando VII, sigue siendo eso, un sueño que nunca será real.

Y uno de esos países que sigue anclado en el Antiguo Régimen es Rusia. Después de siglos de zares que trataban a sus compatriotas como esclavos y de la dictadura comunista y de su nomenklatura delirante, un nuevo dictador se ha hecho con el poder, un poder que como mínimo va a ostentar 30 años después de su última y previsible victoria en las urnas. Vladimir Putin, cuyo pasado en la KGB sigue estando muy presente en su método de hacer política y de gobernar, ha sido aceptado por la gran mayoría de la sociedad rusa, una sociedad que no tiene ningún interés por el sistema democrático ni por todos los derechos inherentes a él. Putin ha ido acabando poco a poco con todo lo que supone un sistema de libertades a la europea. Los opositores políticos han sido encarcelados o asesinados, los pocos medios de comunicación que se mostraron críticos con Putin y su régimen fueron cerrados con ridículas excusas y periodistas de estos medios asesinados. Al mismo tiempo, en los últimos veinte años, el Parlamento ruso ha ido aprobando poco a poco un buen número de leyes que tratan de demostrar la profunda diferencia ideológica que la sociedad rusa mantiene con la civilización occidental. Y lo hace de una manera clara y sin ambages.

La duda que se plantea es la de tratar de adivinar que será lo próximo que haga Putin, hacia donde dirigirá la diana de su rencor en su huida hacia un futuro cada vez más incierto. Y en ese camino hacia la dictadura absoluta en Rusia destruyendo cualquier atisbo de democracia y de libertad, Putin fue eliminando las pocas voces que alertaban de esta senda dictatorial. Cuando ejército ruso y el grupo fascista Wagner invadieron Ucrania algunos centenares de opositores a esta guerra salieron a las calles de las principales ciudades para protestar contra su inicio. Los más jóvenes fueron enviados al frente a la fuerza y el resto encarcelados o perseguidos de por vida. Sin embargo, la gran mayoría de la población rusa apoyó sin fisuras una invasión militar que ha provocado miles de muertes en la población civil en Ucrania y que va a generar decenas de años de rencor entre la población de ambos países.

El crédito que en algún momento tuvo Rusia por haber sido el principal baluarte de resistencia frente al nazismo hace tiempo que quedó extinguido desde el momento en que volvió a ser una dictadura dirigida con mano de hierro por un nuevo zar. Y al lado del zar Putin aparece la gran mayoría de la sociedad rusa que está a favor de la restricción de libertades, de los asesinatos de políticos y periodistas, de la persecución del colectivo LGTBi. Una gran mayoría que siente un profundo rechazo hacia todo lo que venga de Europa, sus valores, su historia y su respeto a los derechos humanos. Y eso coloca a Europa ante un problema que durará varias generaciones.

Por motivos laborales conocí antes de la pandemia y de la invasión de Ucrania por parte de Rusia a numerosos rusos. Eran todos y todas sonrientes y amables en conversaciones coloquiales. Ahora me pregunto qué me dirían si hablase con ellos de Ucrania o de los asesinatos de periodistas y opositores. Tal vez sus caras sonrientes se transformasen en esas caras de mármol que vemos al lado de Putin por la televisión cuando se conmemora alguna fecha de la época de Catalina la Grande.