Opinión

Delenda est tauromaquia

Delenda est tauromaquia.

Delenda est tauromaquia. / INFORMACIÓN

Presuponemos que los artistas que nos emocionan son, o eran, buenas personas; que nuestros amigos son seres honestos camino de angelicales y que a los malos se les ven en la cara los signos indelebles de su perfidia. Nada de eso es verdad. Karajan fue nazi, el Concierto de Año Nuevo de Viena lo inventó Goebbels, Neruda era un maltratador, Lewis Carroll un pedófilo, Julio César un genocida y así hasta el infinito. ¿Es posible separar a las personas de sus obras? Yo creo que sí y que esta ola canceladora que nos aflije es consecuencia de la decadencia en la que vivimos, porque evidentemente no se puede valorar el pasado con relación al presente.

¿Me gusta menos la Novena de Beethoven interpretada por la Filarmónica de Viena dirigida por Karajan, sabiendo que en el 37 se la dedicaron a Hitler por su cumple? Rotundamente no. La música es música y el arte no depende de quien lo interpreta sino del resultado que produce en el individuo. ¿Puedo escribir los versos más hermosos esta noche, son menos hermosos conociendo cómo se portó Neruda con su mujer y con su hija? Tampoco.

Pero determinadas actuaciones son ya un anacronismo hoy y tienen los días contados, como los toros. Nos guste o no, tuvieron su momento, pero ya no. Nada hubo más famoso y popular que la lucha de gladiadores y la historia la sepultó en el olvido.

Como espécimen contradictorio que soy, respeto la tauromaquia, sin gustarme, en exceso, el toreo en la plaza. Admiro su liturgia, me gusta la cultura y la historia que ha producido la fiesta, de Lorca a Picasso. Siento veneración por el tendido siete de Las Ventas y me encanta el poso intelectual con que explica Esplá un lance, como me gustaba el reposo de Antoñete o un pase desmayado de Manolete vislumbrado en blanco y negro. Pero las veces que he ido a la plaza, excepto en contadas ocasiones, no he sentido esa convulsión interior y, francamente, odio el sufrimiento de los toros, la sangre surgiendo como un géiser, los torpes puyazos, los malos banderilleros y los desastres con la espada. Por cada buena verónica hay cien pinchazos, treinta bajonazos y setenta descabellos fallados.

Yo separaría la expresión artística del toreo, del toreo propiamente dicho y lo circunscribiría a los siglos XIX y XX. ¿Tiene futuro en el XXI?, pues no creo, la corriente animalista que todos llevamos ahora dentro va a llevar a la extinción a las corridas de toros, como acabó con las peleas de gallos o las de perros, que se pasaron a la clandestinidad. Hemos evolucionado mucho como sociedad en nuestra relación con los bichos. Los niños de mi época buscaban lagartijas para atarles un petardo y reventarlas. Y nos quedábamos tan panchos.

Todo ha cambiado, en España y en el Mundo, y, nos guste o no, hay que hacerse a la idea de que no tiene remedio. La cuestión es que, como en tantas cosas, los toros están empezando a ser parte de la polarización que nos aqueja. Si eres taurino eres un «cayetano» de fachaleco, si eres anti: un perroflauta medio hippie. Y puestos ahí ya da igual lo que represente o no la tauromaquia o su historia, que discutir sobre ella será gasolina inflamable.

Bien mirado es lo que sucede con anacronismos varios, como la monarquía. Recuerden el dicho atribuido al depuesto rey Faruk que decía que en el mundo pronto sólo quedarían los cuatro reyes de la baraja y el de Inglaterra. Ya Ortega escribía en los años 30 eso de «Delenda est monarchia» (La monarquía tendría que ser derribada) y ahí sigue, no diré que con más fuerza, pero vivita y coleando. ¿Puede pasar lo mismo con el toreo?: veremos, aunque es cierto que el ser humano está tomando más amor a los animales que a sus congéneres, y entre un lindo gatito, un miura de buen trapío y Felipe V, no hay color.

Una de las ciudades donde más afición taurina existía era Barcelona. Prohibieron los toros, se supone que por españolistas, cerraron la plaza y construyeron en su lugar un horroroso centro comercial. ¿Se abrieron los cielos y Júpiter Tronante asoló las Ramblas? Pues no. Por el contrario, en el país vasco hay tanta tradición, que no pueden ni con las corridas ni con los sanfermines por muy españolazos que sean y por mucho ecologista que gobierne los ayuntamientos. Los pamplonicas preferirían renunciar a Europa que a San Fermín.

Es más que probable que si aplicamos los conceptos actuales a la historia los toros tengan fecha de caducidad. Será una pena o no, depende de a quien preguntes, pero resulta difícil justificar estas reliquias. En un mundo cada vez más uniforme, donde ves en las ciudades más exóticas las mismas tiendas que en casa, lo que nos diferencia aporta valor. La duda es si las corridas de toros son un valor positivo o negativo y la mayoría no lo tenemos claro.

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