Opinión | Tribuna

Lola

Lola Peiró, en su época de noviazgo con Miguel, en 1963, en València.

Lola Peiró, en su época de noviazgo con Miguel, en 1963, en València. / INFORMACIÓN

Que no salga de aquí, pero este lunes, a las 19 horas y en la sede de la UMH de la Plaça de Baix, le haremos un homenaje a Lola Peiró, con motivo del libro editado por la Cátedra Pedro Ibarra, Puesto ya el pie en el estribo, una selección de los artículos que la profesora de Literatura publicó en INFORMACIÓN entre 1992 y 2021, acompañada de una memoria gráfica de su vida. El libro es el resultado del esfuerzo de compilación de David López y de la familia de la autora. Y lo cuento con sigilo porque, a nuestra muy querida María Dolores Peiró los homenajes a su persona le ponen de los nervios, hasta el punto que hemos tenido que esperar a que cumpliera 90 años para atrevernos a complicar su tranquila vida, asumiendo el riesgo de que nos lea la cartilla.

En lo que tiene que ver con este pueblo, Lola forma parte de una generación de docentes francamente muy recomendable: Pilar Maestro (Historia), Mari Paz Hernández (Inglés), Margarita Fuster (Filosofía), Helena Fernández (Latín), Narciso Merino (Literatura), Saturnino Leguey (un cura que era él solito una ONG al servicio de la gente desfavorecida y que acabó casándose como Dios manda), entre otros muchos enseñantes que cabría citar. Profesionales enamorados de su oficio que cambiaron el paradigma educativo, porque los que tuvimos la suerte de ser sus alumnos dejamos de empollar y nos pusimos a leer y a procurar, en la medida de lo posible, entender. Como me contaba una de sus antiguas alumnas, Isabel Latour, «Lola es la culpable de que nos guste leer», que es lo que ocurrió a unos cuantos miles de estudiantes ilicitanos que pasaron por las aulas de Lola y compañía. Y de paso que leíamos –Hermann Hesse nos vino muy bien para empezar–, nos fuimos al cine, al teatro y a escuchar la música que nos apeteciera. Fuimos también víctimas de la Formación del Espíritu Nacional, pero, a pesar del empeño, más que adoctrinarnos, nos dejaron fritos de puro aburrimiento. Es curioso porque los quinceañeros del tardofranquismo al mismo tiempo que nos pusimos a leer dejamos de rezar, por aquello de compensar los tiempos: habíamos acumulado demasiados rezos y muy escasas lecturas.

Max Aub tenía razón cuando dijo aquello de que «se es de dónde se hace el Bachillerato» y los que tuvimos la suerte de contar con Lola y compañía, con paciencia y una caña, consiguieron crear en muchos de nosotros un hábito de lectura que nos ha proporcionado, además de sosiego y tranquilidad, una mayor calidad de vida, que no hay mejor invento que irte a hacer la cola que te corresponda acompañado de un buen libro. Y, ya puestos, acabo recomendando dos: el de Lola Peiró, naturalmente, y el de un joven historiador, Nicolás Sesma, titulado Ni una, ni grande, ni libre (Crítica, 2024), una impresionante historia de la dictadura franquista.

Este lunes nos vemos, pues, pero, hasta entonces, sean ustedes discretos.