Opinión

El ofensor ofendido

Archivo - El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y su mujer Begoña Gómez en la presentación de un libro

Archivo - El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y su mujer Begoña Gómez en la presentación de un libro / EUROPA PRESS

«...Nunca nos referimos a nuestras mujeres en la taberna, en usted parece habitual». John Wayne a Victor McLaglen en El hombre tranquilo. John Ford. (1952)

Al poco tiempo de que Pedro Sánchez tomara posesión de su primer reinado, su mujer, Begoña Gómez, anotaba unas declaraciones en su diario personal, «El País», en las que decía estar pensando en abandonar su trabajo para evitar conflictos de intereses. Era julio de 2018. En agosto, «Cinco Días» publicaba que el IE había fichado a Begoña Gómez como directora del África Center. «El Español», a su vez, informaba de que: «La única pregunta que no tiene ninguna respuesta es la de su salario, que se presume competitivo o, lo que es lo mismo, acorde con lo que cobran los directivos del IE, sensiblemente superior a lo que percibe Sánchez, 79.756,68 euros». Cuatro años después, «ABC» publicaba que Begoña rompía su contrato con el IE para emprender una nueva etapa profesional. Ahora dirige la Cátedra de Transformación Social Competitiva (sic) de la Complutense de Madrid, aunque sabemos que no es catedrática y que no es necesario serlo. «Eppur si muove». Pensando y repensando, es de pensar que, pensando en evitar conflictos de intereses, Begoña Gómez prefiriera abandonar su primitivo y discreto trabajo. De no haberse desligado de tan circunspecto y modesto empleo, Gómez habría conciliado una vida más tranquila, seguro, pero quizá también peor remunerada, quizá, y seguro que menos sofisticada. Tan seguro como que todos los trabajos que le ofrecieron y aceptó Begoña tras abandonar el suyo, nada tuvieron que ver con el hecho de que fuera la mujer del presidente. Tan seguro. «Eppur si muove».

Es decir, que cada cual se «coloca» en el lugar que escoge libremente a sabiendas del riesgo de contaminación que ello supone. Volviendo a John Ford, si vas con frecuencia a «La taberna del irlandés», por ejemplo, no es de extrañar que tarde o temprano te veas envuelta en alguna trifulca tabernaria fruto de los efectos de la radiación etílica que reina en el lugar. Y con una agenda tan apretada como la de «segunda dama» del Reino, bien pudiera ocurrir que, entre evitar constantemente el conflicto de intereses y los intereses que muchos podrían tener en no evitarlos, al final se te ocurra inocentemente dirigir alguna que otra recomendación, carta, embrión de opúsculo o laudatio, ensalzando las bondades que adornan a la taberna del irlandés. Sin darte cuenta, por supuesto, para eso dejaste aquel trabajo, para no verte contaminada en ningún conflicto de intereses («Querido Emilio:»). Luego, las cosas, tozudas como los aviesos parroquianos de las tabernas «fordianas», vuelven por donde suelen y hacen que todo parezca lo que no es. Tanto empeño en desterrar cualquier atisbo estético de conflicto de intereses y ahora resulta que te señalan con el dedo. Solo la «fachosfera», sí, pero no deja de ser un engorro. Tanto, que el esposo de la segunda dama, abrumado, tuvo que tomarse cinco días para asuntos particulares de los funcionarios.

Además de todo este infierno de conflictos de intereses creados, los ministros y ministras del esposo de la segunda dama tienen por escatológica costumbre la incontinencia verbal, ir sueltos de lengua, sin que ningún colutorio logre el astringe de las «sin hueso» (Pérez Galdós, Unamuno) fonadoras de los ministros, ministras y del propio Sánchez. De ahí que cuando el presidente argentino, Javier Milei, era un simple candidato, Sánchez y varios ministros no tuvieron el mínimo empacho en despreciarle alabando el «kirchnerismo». Cuando Milei ganó democráticamente las elecciones (lo que la izquierda lleva muy mal porque entienden la democracia como un monopolio), Sánchez no le felicitó ni asistió a su toma de posesión. Luego llegó el largo puente de mayo y Puente de descaró de largo como le suele suceder en la taberna del irlandés, e insultó gravemente al presidente de Argentina insinuando que se drogaba, que tomaba sustancias. ¿Pidió perdón Sánchez, el Gobierno, el parroquiano? No, al contrario, abrieron deliberadamente una nueva barra en la taberna, la más enfangada, a sabiendas de que ahí se cuecen las broncas. Y hete aquí que en ese patibulario ambiente pretende Sánchez hacerse el ofendido vicario a costa del ofendido honor de su esposa Begoña, convertida así en símbolo de Estado.

Qué poco le ha importado a Sánchez y su Gobierno las continuas ofensas al rey, a la Corona, a España, a su bandera, a los jueces e incluso a periodistas señalados con nombre y apellidos para atarlos en corto, para arrastrarlos a la pira de la inquisición. Y muchas de esas ofensas, de esos insultos, venían de presidentes de países cuyos regímenes políticos (Obrador, Maduro, Ortega…) se hermanan armónicamente con el régimen de Sánchez. Maduro, por ejemplo, dijo: «Es lamentable que el rey de España en pleno siglo XXI avale el genocidio, los crímenes, las violaciones y los asesinatos de millones de hombres y mujeres». O el dictador de izquierdas tan amigo de las izquierdas, Daniel Ortega, cuando en 2021 tachó a los Reyes de España de «ladrones y asesinos». Sánchez ni se inmutó, ni movió un solo dedo, ni se dio por ofendido, ni retiró embajadores, ni nos dio por ofendidos a los españoles. Ahora, curiosamente, y tratándose de la segunda dama, pretende municipalizar la ofensa. Es decir, enciende la llama de los insultos (ya ardía desde tiempo atrás) y luego se da por ofendido cuando le responden. Y todo por mera estrategia electoral, por puros intereses personales.

Para quienes gastan densa caspa de desmemoria histórica (la democrática la perdieron hace tiempo), deberían recordar que en septiembre de 1936, II República mediante y Frente Popular al frente, Winston Churchill se negó a darle la mano a Pablo de Azcárate, nuevo embajador del Frente, con la frase «blood, blood, blood» (sangre, sangre, sangre). La venerada Segunda República no retiró al embajador pese a la crudeza de la frase y lo explícito del desaire. Sánchez, retirando al embajador en Argentina, nos sanciona a todos en nombre del honor de su mujer (¿tiene que ser él, no ella, quien lo defienda?). La pragmática sanción real. Felipe González, al referirse al expediente que el PSOE ha abierto a Lambán, dice: «Si le sancionan a él, me sancionan a mí». ¡Ay, Felipe de mi vida, a estas alturas y a Sánchez! Suena hasta un pelín afectado. Es como pedir un vaso de leche en la taberna del irlandés. A más ver.