Opinión | Las crónicas de don florentino

Historia futura

Hacia 1760, Inglaterra: Primera Revolución Industrial: máquina de vapor.

Segunda Revolución Industrial, alrededor de 1900: se desarrolla y populariza la electricidad, así como el motor de combustión interna.

Tercera Revolución Industrial: en la década de 1970: desarrollo del ordenador personal y las primeras redes telemáticas.

Cuarta Revolución Industrial, segunda mitad de la década del 2000: primeros sistemas de big data e inteligencia artificial aplicada.

En esta secuencia de revoluciones tecnológicas, el tiempo transcurrido entre una revolución y la siguiente se reduce siempre a la mitad: De la primera a la segunda transcurrieron 170 años, de la segunda a la tercera 70 y de la tercera a la cuarta 35.

EL mundo cambia, es obvio. Y las autoridades intentan regularlo, porque la tendencia natural de un Estado es tratar de normatizar cada nuevo fenómeno que pueda generar un impacto significativo sobre la sociedad o la economía. Por ejemplo, a mitad del siglo XIX, el Reino Unido promulgó la Locomotive Act, que establecía que los automóviles no podían superar la velocidad de 3 km/h en zonas urbanas y que siempre tenía que haber una persona 60 metros por delante del automóvil con una bandera roja advirtiendo del paso del vehículo.

Esta norma no duró demasiado, como es obvio, porque las leyes se van cambiando para posibilitar el desarrollo de la sociedad. Y ese es precisamente el reto, el de crear políticas y regulaciones lo suficientemente flexibles que garanticen los derechos de unos y no esterilicen los esfuerzos de otros.

Pero actualmente, con el ritmo desbocado de los desarrollos científicos, la existencia de ciclos legislativos ordenados está seriamente amenazada. Incluso a veces se da el absurdo de que al aprobar una determinada legislación ya ha quedado obsoleta.

Un poquito de elucubración futura

Hay expertos que consideran a la Humanidad como una recién llegada, como un adolescente irresponsable, preocupado únicamente en el fin de semana o en el baile de fin de curso. Sin embargo, los problemas reales que pueden condicionar su futuro ─inmediato y a más largo plazo─ no forman parte de sus preocupaciones. Viéndolo así, quizá la Humanidad se comporta de esta manera. Pero a la vuelta de la esquina algunas amenazas nos acechan: el cambio climático, la irrupción de la robótica e inteligencia artificial en nuestro mercado de trabajo o la desigualdad social que no deja de aumentar. ¿Realmente podemos concebir esperanzas de que todo vaya a salir bien?

Ese adolescente sigue luchando por salir el sábado por la noche, aunque pronto alcanzará la mayoría de edad. Por eso quizá aun haya esperanza de que comience a pensar a largo plazo para ser responsable y consecuente.

Algunos expertos auguran unos años venideros apasionantes en caso de que logremos evitar una serie de "riesgos existenciales" que provoquen un colapso de nuestra civilización, entre los que destacan el calentamiento global, el uso de armas biológicas o una mala utilización de herramientas tan decisivas ─y peligrosas─ como la inteligencia artificial. Una escuela británica, el altruismo eficaz, aboga por la resolución ética y racional de los grandes problemas a los que se enfrenta la Humanidad de ahora en adelante.

Otra escuela de pensamiento, el largoplacismo, considera que nuestra historia en el planeta Tierra no ha hecho más que comenzar, y que estamos al borde de un gran cambio que se producirá entre 100 y 1.000 años más tarde, cuando los sueños de fusionarnos con las máquinas se hagan realidad y consigamos colonizar nuevos planetas. De ahí la necesidad de seguir invirtiendo altas sumas de dinero en la tecnología más puntera que nos haga dar el salto hacia ese horizonte lejano propio de la ciencia ficción. Ninguno de nosotros estaremos ahí para verlo; no obstante, según estos autores, deberíamos centrarnos en elaborar planes que generen un gran impacto a muy largo plazo para asegurar un destino a la especie humana.

El Global Priorities Institute de la Universidad de Oxford, dedicado al análisis de estos "riesgos existenciales", publicaba un estudio en el que abogaba por una postura más radical de la línea de pensamiento largoplacista, bautizándola como strong longtermism: solicitan a las élites políticas y económicas mundiales centrar todos los esfuerzos en evitar una extinción de la humanidad, ya sea por causas climáticas o ante el peligro de que emerja un estado totalitario que sustente su tiranía con el uso inteligencia artificial en el plano social y bélico. Y, a su vez, seguir reforzando la inversión en el proceso de digitalización de la economía y la vida cotidiana o en expediciones espaciales con el objetivo de colonizar nuevos planetas en el futuro. La calidad de vida de los humanos será muchísimo más alta en el futuro debido a su expansión por todo el Sistema Solar, y probablemente en siglo XXII la población posiblemente haya alcanzado los 11.000 millones de personas, lo que resulta insostenible en términos naturales si solo vivimos en el planeta Tierra.

Futuro… probable. ¿Y mientras tanto, se estará usted preguntando?

Pues hágase otra pregunta: ¿Qué planeta quiero dejar a mis hijos? Y actúe, actúe en consecuencia. Solo si los ciudadanos nos armamos de razones y estrategias nuestros dirigentes reaccionarán. En este caso, la presión ha de ir de abajo hacia arriba. 

Suscríbete para seguir leyendo