Opinión

El conductor kamikaze

EL CONDUCTOR KAMIKAZE

EL CONDUCTOR KAMIKAZE / RafaelSimónGil

Cuando la política ocupa con demasiada insistencia el espacio dedicado a sucesos en los medios de comunicación, o hemos cambiado de país sin darnos cuenta (por arte transmutativo vicario), o es que el país donde vivimos empieza a necesitar urgentemente la asistencia de los servicios de higiene democrática. No caben más explicaciones, y la primera de ellas, pese a su innegable atractivo, todavía es una hipótesis en la que sigo trabajando sin demasiada fortuna. No puede ser que, de la noche a la mañana -pandemia mediante-, el nivel de deterioro en la convivencia social de un país llegue a los extremos en los que nos encontramos; que la división social, cultural, política, de encono civil e institucional ofrezca unos índices tan altos de exposición, una analítica tan descontrolada. Y en muy poco tiempo; tan poco, como el que media entre las últimas elecciones generales y el presente continuo en el que nos han instalado. Es verdad que desde hace unos años aparecían algoritmos preocupantes en las gráficas vitales del enfermo (de ordinario, las enfermedades degenerativas requieren procesos relativamente largos para empezar a notar sus efectos); y es cierto que cuando las convicciones, la palabra dada, las ideas y los comportamientos de las personas mutan de forma tan anárquica, tan diametralmente opuesta, tan «cesarista», deberían haberse disparado de forma cautelar las alarmas de la decencia política, del recto juicio ético, de la supervivencia moral. Es cierto, pero en el relato que nos ocupa no ha sido así.

El tema se asemeja mucho al síndrome del conductor kamikaze que va conduciendo kilómetros y kilómetros en sentido contrario y todavía amonesta a quienes le vienen de frente por equivocar la dirección. Y en este caso aún es peor, porque son varios los kamikazes que, a sabiendas de su perversa conducta, de lo inapropiado de sus actos, obligan a la mayoría a protegerse de su desquiciada e injusta conducción. Y en ese enloquecido circuito ha metido Pedro Sánchez a la sociedad española y al propio PSOE, por más que incomode a todos los aduladores reconvertidos y furtivos que siempre se apuntan a las migajas del poder, a los megalómanos caprichos del líder, pese a que los arrastre al suicidio colectivo. Resulta de una obscenidad estética insoportable (la ética la tengo aparcada hace tiempo) recibir los sermones de autoridad emanados de personajes políticos socialistas que hace cinco años despotricaban y odiaban a Sánchez; que hace cuatro mostraban cierta curiosidad por su discurso; que hace tres decían encontrarse a gusto con él en las distancias cortas; que hace dos ya le habían regalado las obras completas de Negrín; que hace uno le pedían que fuera padrino de su hija; que hace meses estaban dispuestos a inmolarse en la pira de las esencias «sanchistas»; que hace semanas llevaban a esa hoguera a todo socialista crítico; que anteayer decían que la amnistía era ilegal, antidemocrática y supremacista; que ayer no veían inconveniente en tomarse dos litros de aceite de ricino aplaudiendo la amnistía; y que hoy, tras el balbuceante y oportunista peregrinaje por la senda de quien les da de comer, estigmatizan a quienes tiene el coraje y la decencia democrática de cuestionarlo. Como verán, no ha funcionado la profilaxis ética dentro del PSOE. No solo son los casos de corrupción que se han conocido, los que se van conociendo y los que probablemente se conocerán, no; es que no hay excusa ni ventilador que valga porque ellos y ellas eran los buenos y la derecha la mala.

¿Es verdad que la ley de amnistía ha supuesto una verdadera reconciliación entre españoles? ¿Es cierto que gracias a la misma el separatismo catalán ha abierto los ojos y extendido los brazos de la solidaridad entre españoles? ¿Han constatado ustedes dos que los episodios personalistas que está protagonizando Sánchez con los separatistas xenófobos y antidemocráticos (incluso hasta la más rancia y racista derecha independentista catalana es ahora progresista) para mantenerse en el poder valen la grave crisis en la que se encuentra la sociedad española? ¿Ese muro que ha levantado Sánchez de una España contra la otra es el que nos lleva al paraíso de la concordia y la convivencia en democracia? ¿Se pueden haber instrumentalizado, desprestigiado y manipulado más groseramente las instituciones que conforman el edificio del Estado de Derecho al antojo de un caudillo patológico casado con la fiebre del poder? ¿De nada valen las muy sonoras voces de militantes y líderes históricos del PSOE que, cuando se han alzado contra el despotismo y la deriva sin retorno, han sido calladas, vilipendiadas y tachadas de cómplices de la derecha? ¿Esos son también la «fachosfera»? ¿Ahora resulta que Junts y Puigdemont, esa rancia derechona catalana que desprecia a los españoles pobres y analfabetos, es la esencia del progresismo y la reconciliación; los aliados naturales e ideológicos de los socialistas andaluces, asturianos, manchegos, murcianos y extremeños?

Poco ha tardado el separatismo catalán de ERC -socio vital para el oxígeno del enfermo- en anunciar que quiere también el cupo catalán para recaudar todos los impuestos. En cuanto a la solidaridad entre regiones, los vagos destripaterrones de las comunidades autónomas pobres, deberán ajustarse a lo que tienen y no vivir de la sopa boba que les suministra el sudor catalán. Esa es la convivencia hacia la que nos dirige Sánchez, ese es el auténtico valor, el mérito de la amnistía. El separatismo no se cansa de repetir en cualquier foro que su única meta es la independencia, todo lo demás, amnistía incluida, es instrumental, un medio más para el único fin que persiguen. Solo de pensar que un Estado soberano como España, su Gobierno (el cuarto PIB de la UE), tenga que negociar su propia gobernabilidad en el extranjero, en Suiza, vigilado por un mediador salvadoreño, nos permite comprender la magnitud del deterioro democrático, institucional, reputacional y cívico en el que nos encontramos. La ceguera ante esa realidad incontestable nos devuelve a la impunidad suicida del conductor kamikaze, y ya sabemos cómo suelen acabar esas experiencias al volante: en los servicios de urgencia o en la morgue. Y publicadas en la sección de sucesos. A más ver.