El fin de semana se espera un desplome de las temperaturas con lluvia, fuertes vientos y las primeras nieves que afectaran, de momento, al norte de España. Aquí en nuestro Bajo Segura la semana que empieza mañana tendremos que sacar la ropa de otoñal para celebrar -sin alborotos ni tumultos y guardando las distancias que nos recomienda el estado epidemiológico- las fiestas de San Miguel Arcángel, el próximo martes 29 de septiembre, en San Miguel de Salinas, lugar de donde tenemos nuestro origen la mayoría de los torrevejenses. El cambio de tiempo con brusquedad en estos días es habitual en estas fechas, o si no recordemos lo hace poco más de un siglo en la riada de San Miguel que arrasó, en 1919, todo el territorio alicantino y murciano, afectando en gran medida a Torrevieja. Las compuertas del cielo se abrieron de par en par arrojando tal cantidad de agua, produciendo tal arrasamiento, que todavía, cien años después, aquella inundación es recordada como la «Sanmiguelá» o la «Gran Riada del Día de San Miguel», producida por la formación de una célula ciclónica o depresión fría aislada en altura (DANA) producida por advecciones de aire frío de largo recorrido, que tienen su origen en latitudes subárticas. A menudo, llegan con dirección meridiana a las costas occidentales de la Península Ibérica hasta el Golfo de Cádiz y se adentran en el Mediterráneo por el Estrecho de Gibraltar, dando lugar a lluvias muy intensas con vientos de Levante o del Sureste. Tal situación suele aparecer acompañada por el caldeamiento estival del Mar Mediterráneo y el consiguiente contraste térmico entre las superficies del mar y de la tierra en período otoñal. Al mismo tiempo, las capas bajas de aire húmedo inestable son disparadas hacia niveles más altos por las Cordilleras Béticas.

Esta condición de dio en la noche del lunes, 27 de septiembre de 1919, aproximadamente a las nueve de la noche, se desencadenó un terrible vendaval acompañado de continuos relámpagos, sin truenos, ni lluvia –la cerrazón era completa-; dos horas después, a las once de la noche, estalló la tormenta. La mayor, hasta entonces, aquí conocida, con gran aparato eléctrico, se mantuvo hasta la medianoche y anegó toda la población. El aguacero se intensificó y en un momento quedaron las calles convertidas en verdaderos ríos y durante algunas horas constituyó un serio peligro andar por ellas.

En la rada portuaria el ciclón puso en peligro a las embarcaciones que en la misma se encontraban ancladas, ocasionando desgraciadamente el naufragio del pailebote gallego «José Salgado», de matrícula de Villagarcía de Arosa, al romperse las amarras. Entre los que prestaron un auxilio decidido a esta embarcación se encontraba el vapor español «Concha», cuyo capitán dio las órdenes oportunas a sus tripulantes para desplegaran las mayores energías en su salvamento, a la vez que disparaba cohetes y bengalas para llamar la atención en tierra. Todo fue inútil: la fuerza de las olas y el furioso ciclón impidieron el salvamento del barco que fue a embarrancar a la playa de Ferris.

En el lugar de la desgracia se personaron, desde el primer momento, las autoridades locales, el vicepresidente de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, Vicente Castell, y personal a sus órdenes; el director de las Salinas, Luis Molina, los consignatarios hermanos Ballester, y las varias personas humanitarias que intervinieron en el salvamento de los náufragos. Todos los tripulantes se salvaron merced de los auxilios que desde tierra se les prestaron con la ayuda de unas cuerdas que se les arrojó desde la orilla. La primera en tomar tierra fue una mujer que iba a bordo. No se perdió la embarcación, embarrancando junto a Torrevieja.

También naufragó el pailebote llamado «José María», de matrícula de Alicante. Era uno de los barcos que durante el furioso temporal de levante se había mantenido en la rada torrevejense, pero en la mañana del 30 de septiembre, una vez pasado el chubasco y en un intervalo de bonanza, decidió el patrón que lo tripulaba, apellidado Molina, ir a Santa Pola con objeto de aguantar con más seguridad en aquel puerto el nuevo temporal que se preparaba.

Cuando llevaba algún tiempo de navegación, en el lugar denominado «El Moncayo», un gran viento huracanado les hizo zozobrar, pereciendo dos de los cinco hombres que lo tripulaban, entre ellos el patrón, siendo recogidos los tres restantes, cuando ya estaban a punto de ahogarse, por el vapor «Concha», conduciéndolos a Torrevieja.

Este temporal hizo que Torrevieja estuviera cuatro días incomunicada por tierra, sin correo y sin telégrafo; dejó de funcionar la central eléctrica, alumbrándose los habitantes con lámparas de petróleo y velas. El tren sólo podía llegar hasta cerca Benijófar, debido a las averías, sólo llegando hasta Albatera los trenes procedentes de Murcia.

Las mayores pérdidas se produjeron en las poblaciones de Cartagena, Torrevieja y Alicante. El temporal también inutilizó casi todas las líneas de ferrocarril, incluida la que llegaba desde Albatera a Torrevieja, volviendo las tradicionales estampas de las lluvias septembrinas.

Ahora, nos tenemos que conformar con que ya pasó el veranico de los membrillos, y esperamos el tiempo de los jínjoles, las granadas, níspolas nos sean benévolos, mientras que vemos florecer el hinojo para cosechas y preparar unas olivicas en la orza con la tibieza de un tenue sol del mes de octubre.